Encuentros con la Palabra
Domingo XXXI del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 12, 28b-34)
Ningún mandamiento es más importante que estos
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Desde los tiempos de Jesús, las personas han querido separar los dos mandamientos más
importantes de la ley de Dios. O aman a Dios sobre todas las cosas, viviendo una
espiritualidad exclusivamente vertical, o aman sólo a su prójimo, viviendo una espiritualidad
exclusivamente horizontal. Hay una historia que puede ayudarnos a entender lo funesto que
puede resultar separar estos dos vectores que deben coexistir simultáneamente en nuestra
espiritualidad: Creer en Dios es creer en los hermanos/as y desearles lo mejor; y creer en los
hermanos/as y desearles lo mejor, es también creer en Dios.
Cuentan que un hombre fue a una peluquería a cortarse el cabello y recortarse la barba.
Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le
atendía. Hablaron de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de
Dios. El peluquero dijo: – Fíjese, caballero, que yo no creo en la existencia de Dios, como
usted afirma. – Pero, ¿por qué dice usted eso? – preguntó el cliente. – Pues es muy fácil, –
respondió el peluquero – basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O
dígame, ¿si Dios existiera, habría tantos enfermos, habría niños abandonados, y tanto
sufrimiento en este mundo? No puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas
cosas. El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una
discusión con un hombre que pasaba a cada momento su navaja afilada muy cerca de su
garganta...
El peluquero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Apenas dejaba la peluquería,
cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largos, que parecía no haber
visitado una peluquería hacía mucho tiempo. Entonces, el hombre entró de nuevo a la
peluquería y le dijo al peluquero: – ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta de que los
peluqueros no existen. – ¿Cómo que no existen? – preguntó el peluquero –. Si aquí estoy yo y
soy peluquero. – ¡No!, Dijo el cliente, no existen porque si existieran, no habría personas con
el pelo así y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle. – ¡Ahh!, los
peluqueros sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí. ¡Exacto! – Dijo el
cliente. – Ese es el punto. Dios si existe, lo que pasa es que las personas no van hacia El y no
le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria en este mundo.
Cuestionar la existencia de Dios porque hay dolor y sufrimiento en el mundo es olvidarse que
nuestra fe en Dios exige, precisamente, que nos ocupemos de los demás, como Dios quiere. Y
que en la medida en que nosotros colaboramos con la obra de Dios, que es construir seres
humanos plenos, según la estatura de Jesús, estamos haciendo creíble la fe en este Dios. No
podemos separar la fe en Dios del mandamiento de la caridad para con nuestro prójimo; pero
tampoco podemos separar la caridad con nuestro prójimo, de la fe en Dios. Esto es lo que Jesús
quería resaltar cuando le responde al maestro de la ley que nos presenta el Evangelio hoy. Por
tanto, deberíamos decir, con este maestro: “Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: hay un
solo Dios, y no hay otro fuera de él. Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento
y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los
holocaustos y todos los sacrificios que se queman en el altar”. Sólo así, podremos escuchar de
Jesús aquello de “No estás lejos el reino de Dios”. Estaremos cerca del reino de Dios si no
separamos estos dos mandamientos.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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