El favor con pregonero no lo pido ni lo quiero
Domingo 32 ordinario 2012 B
Hay detalles en la Escritura que si no te esperas a terminar, pueden crear confusión
en el ánimo. Uno de estos detalles es el del profeta Elías que se acerca a una viuda
en un ambiente que conmueve por su pobreza y su abandono. Una mujer que no
tenía nada en su casa, fuera de su propio hijo con un poco de harina y otro poco de
aceite. Iba a recoger un poco de leña en una época de sequía espantosa. El profeta
llega, le pide un poco de agua y además un pan hecho en casa. Ella le manifiesta su
pobreza y su indigencia, se disculpa cariñosamente con Elías por no poder
complacerlo. Uno se pone a penar cómo es posible que el profeta, que era un
hombre de Dios, pudiera “exigir” de aquella pobre mujer que lo atendiera antes que
a su propio hijo. Pero el profeta le da la razón, citando un pasaje de la Escritura: “la
tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”. La viuda, que
estaba a punto de morir de inanición, le cree al profeta, come éste, la viuda y su
hijo y como aquél se lo había dicho, nunca llegó a faltarle a la mujer ni el aceite ni
la harina, elementos necesarios para subsistir.
Esto nos conecta directamente con otra viuda que Cristo se encontró en los últimos
días de su vida mortal. Estaba sentado frente a las alcancías del templo de
Jerusalén y observaba distraídamente, como dice alguien “sin querer queriendo”,
cómo depositaban las gentes sus donativos, los ricos, luciéndose ostentosamente
con sus ofrendas, complaciéndose en sí mismos, ¡qué vanidad! Y de pronto Cristo
se fijó en una pobre viuda, pobremente vestida, que no iba recitando el primer
mandamiento de la Ley de Dios sino que vivía en su pobreza ese mandamiento,
entregando entonces con suma humildad y sin querer ser vista de nadie, las dos
monedas más pequeñas de ese tiempo. Conmueve cómo en su pobreza aquella
mujer pudo desprenderse de todo lo que tenía para vivir sintiéndose ciertamente
amada de Dios y deudora suya. Creo que en nuestra vida todos habremos sido
testigos del desprendimiento de las gentes que no reparan en la propia comodidad,
cuando sienten que su presencia, su colaboración y su ayuda son importantes para
el bien de los demás.
Esto contrasta con la advertencia que Cristo hizo a sus gentes sobre la codicia, la
avaricia y el poco sentido humanitario que mostraban los escribas, juristas que eran
expertos en el mensaje de la Escritura Santa pero que en cierto contubernio con los
fariseos ´pretendían vivir plácidamente abusando con intenciones aparentemente
piadosas, de la ingenuidad y la pobreza de las viudas, haciendo largos rezos sobre
ellas, que eran entre la población, el sector más desprotegido. El Señor los
describe magistralmente con unas cuantas pinceladas, pues les gustaban los
amplios ropajes, pasearse ostentosamente y ser reverenciados por las calles,
ocupar los primeros lugares en las sinagogas y los lugares de honor en los
banquetes, echándose sobre los pocos bienes de las viudas. Cristo anuncia grandes
castigos sobre ellos. Dios nos libre de que los sacerdotes seamos sucesores de
aquellos hombres y que lejos de ello, podamos mostrarnos defensores de los
desprotegidos que ahora no serán propiamente las viudas sino otros sectores de la
población, indudablemente los pobres que tendrán que ser siempre los amados de
la Iglesia si en verdad quiere ser imitadora de Cristo que a imitación de las viudas
descritas, se despojó de todo lo que tenía, entregando como ofrenda su propia vida
en la cruz, manifestándose así cercano a los pobres e indudablemente a los
pecadores.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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