XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Heb 5, 1-6)
Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec
El autor de la Carta a los Hebreos, que hemos escuchado en la segunda
lectura, toca el tema del sacerdocio de Melquisedec para decir que en Jesucristo se
ha cumplido el anuncio mesiánico ligado a esta figura que por predestinación
superior ya desde los tiempos de Abraham había sido inscrita en la misión del
Pueblo de Dios.
Melquisedec era el sacerdote rey de Salem que había bendecido a Abrán y
había ofrecido pan y vino después de la victoriosa campaña militar librada por el
patriarca para salvar a su sobrino Lot de las manos de los enemigos que lo habían
capturado (cf. Gn 14). En la figura de Melquisedec convergen poder real y
sacerdotal, y ahora el Señor los proclama en una declaración que promete
eternidad: será sacerdote para siempre, mediador de la presencia divina en medio
de su pueblo.
Estas prefiguraciones se cumplen en Cristo Jesús, quien, mediante su sacrificio
en la cruz, es “el único [.....] mediador entre Dios y los hombres” ( 1 Tm 2, 5), el
“SumoSacerdote según el orden de Melquisedec” ( Hb 5,10). El único sacerdocio de
Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial. “Sólo Cristo es el
verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos” (Santo Tomás de Aquino).
Los acontecimientos pascuales manifestaron el verdadero sentido del “Mesías-
rey” y del “rey-sacerdote según el rito de Melquisedec” que, presente en el Antiguo
Testamento, encontró su cumplimiento en la misión de Jesús de Nazaret. Si todo
sumosacerdote “es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los
hombres en lo que se refiere a Dios” ( Hb 5, 1), solo él, Cristo, el Hijo de Dios,
posee un sacerdocio que se identifica con su propia Persona, un sacerdocio singular
y trascendente, del que depende la salvación universal. Cristo ha transmitido su
sacerdocio a la Iglesia mediante el Espíritu Santo; por lo tanto, la Iglesia tiene en sí
misma, en cada miembro, en virtud del Bautismo, un carácter sacerdotal .
Por tanto, por el bautismo, todos los fieles cristianos participamos del
sacerdocio de Cristo: se llama sacerdocio común y se funda en el sacramento del
bautismo. Todos los cristianos son sacerdotes en sentido verdadero y propio. La
Revelación lo afirma con claridad. El Vaticano II reafirma la enseñanza bíblica:
estas son las palabras del Concilio: “Los bautizados son consagrados, por la
regeneración y la unción del Espíritu Santo, como casa espiritual y
sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan
sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a
su admirable luz" ( LG 10).
La dignidad del sacerdocio común implica responsabilidad, a la que los
cristianos han de hacer frente en la complejidad de las situaciones en las que viven
junto con los demás hombres y mujeres. Pero, por otra parte, también el Señor
instituyó el sacramento del orden, que asegura la continuidad de las funciones que
atribuyó a los Apóstoles como Pastores de la Iglesia fundada por Él. En eso consiste
el sacerdocio ministerial, en virtud del cual algunos miembros del Pueblo de Dios,
escogidos yllamados por el mismo Dios, son investidos individualmente de una
potestad sagrada, confeccionan “el sacrificio eucarístico en la persona de
Cristo” y lo ofrecen “en nombre de todo el pueblo a Dios” ( LG 10).
“El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico,
aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el
uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo”
( ib .).
María, Madre del pueblo sacerdotal entero, ayude a todos sus componentes a
ser fieles a la propia sagrada vocación y misión.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)