Domingo XXXI del tiempo Ordinario del ciclo B.
El amor a Dios y al prójimo.
1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
"Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo el corazón
Lectura del libro del Deuteronomio 6, 2-6
En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te
manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida.
Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en numero. Ya
te dijo el Señor, Dios de tus padres: "Es una tierra que mana leche y miel."
Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu
Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria."".
Estimados hermanos y amigos:
¿Cómo pudieron inspirar los israelitas su vida en la fe que los caracterizaba? Ello
fue posible porque la educación religiosa que los hermanos de raza de Jesús
recibían, en vez de estar orientada a hacerles receptores de mucha información, era
un camino que les enseñaba a vivir sintiéndose dichosos, si cumplían sus 365
mandamientos positivos, y tenían en cuenta las 248 prohibiciones de su Ley.
Mientras que la formación religiosa caracterizaba toda la vida de los hermanos de
raza de Jesús, muchos cristianos la reducen a determinados periodos formativos, y,
como no se disponen a crecer espiritualmente todos los años de su vida, les es
imposible aceptar la fe que profesan como una manera de vivir.
Los predicadores israelitas utilizaban elementos que conformaban la vida diaria
de sus hermanos de raza, para darles a conocer a Yahveh y sus enseñanzas. A
modo de ejemplos, Jesús comparó la fe de sus oyentes con el crecimiento o
extinción de las semillas que el Sembrador divino arrojó, de las cuales, unas
cayeron junto al camino, otras en un pedregal, otras entre abrojos, y otras en tierra
buena (MT. 13, 1-8. 18-23), y utilizó el proceso de la fermentación, para explicar
que, a pesar de que los cristianos estamos esparcidos en todo el mundo, tenemos
la misión de evangelizar a la humanidad (MT. 13, 33).
Los israelitas rezaban el Shema tres veces al día. Ello les servía para recordar que
no debían amar a nadie ni a ninguna de sus posesiones más que a Dios, porque
Yahveh es un Dios celoso (ÉX. 34, 14). Los celos que hacen que mucha gente dude
del amor de sus familiares y amigos, y dañan profundamente las relaciones
matrimoniales, son utilizados en la Biblia, para recordarnos que nadie ni nada debe
hacer las veces de dios en nuestra vida, porque nadie nos ama como Nuestro Santo
Padre, y, ni los bienes materiales, ni los vicios, pueden hacernos plenamente
felices. Los celos que son señales de extinción de relaciones humanas, en la Biblia
son indicaciones de que no debemos obviar a Yahveh.
¿Cómo lograron los israelitas durante muchos siglos mantener sus tradiciones
religiosas sin que se extinguiera su fe? Yahveh formaba parte de la vida de sus
creyentes israelitas. Esta es la causa por la que, a pesar de sus debilidades y
pecados, los israelitas se mantuvieron unidos a Yahveh. Los padres que quieren que
sus hijos tengan fe en Dios, deben enseñarles a iluminar todos los aspectos de su
vida, valiéndose de la Palabra de Dios, y del cumplimiento de la voluntad divina.
Desgraciadamente, muchos cristianos se encuentran con Dios en las iglesias y/o
congregaciones a que pertenecen, pero, cuando concluyen sus reuniones
formativas y sus celebraciones de culto, no actúan como seguidores de Jesús en el
mundo. Mientras actuemos como quienes tienen una doble moral, difícilmente
podremos cristianizar a un mundo que, hasta que no se convenza de que vivimos
según la fe que decimos que profesamos, probablemente, no querrá conocer al Dios
Uno y Trino, porque lo concebirá como producto de nuestra imaginación.
Quienes quieran que sus hijos sean verdaderos cristianos, deben amar a Dios,
pensar constantemente en el cumplimiento de su voluntad, y enseñarles los
mandamientos divinos a sus descendientes, mientras los cumplen puntualmente.
Existen razones de peso por las que no se puede delegar totalmente la instrucción
religiosa de los niños a quienes se encargan de la misma en las iglesias. De la
misma forma que muchos padres ayudan a sus hijos a realizar sus tareas escolares,
deben ayudarles también a conocer al Señor, para que puedan crecer
espiritualmente. Ni los niños ni los adultos podemos adaptar nuestra vida al
cumplimiento de la voluntad de Dios, si solo estudiamos la Biblia una hora a la
semana. No olvidemos que los niños deben aprender a cumplir la voluntad divina,
en hogares en que se ama a Dios, y se respeta el cumplimiento de su voluntad, que
consiste en ayudarnos a encontrar, la plenitud de la felicidad.
El cumplimiento de la voluntad de Dios, tiene para nosotros la ventaja, de que
nos ayuda a encontrar la plenitud de la felicidad, desde la óptica de la fe que
profesamos. Solo si cumplimos la voluntad de Dios, -o, si intentamos vivir haciendo
el bien adaptándonos a nuestras creencias, si carecemos de fe cristiana-, podremos
vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, cuando Jesucristo concluya la plena
instauración de su Reino, en nuestra tierra.
Una de las primeras enseñanzas que recibieron los hebreos con respecto a su
religión, consistió en aceptar el deber de creer en una sola Deidad. Ellos debían ser
monoteístas antes de entrar en la tierra prometida a los liberados de la esclavitud
en Egipto, porque iban a estar rodeados de pueblos politeístas, que, en muchas
ocasiones, hicieron que muchos hermanos de raza del Mesías, obviaran su fe, y
creyeran en sus falsos dioses. Al igual que los antiguos hebreos, nosotros también
vivimos la tentación de creer en muchos dioses, que son el producto de nuestros
deseos, y el resultado de las circunstancias que podemos vivir. Quizá no creemos
que las imágenes religiosas deben ser nuestras diosas y pensamos que los
amuletos no pueden ser divinizados porque hemos comprobado su ineficacia para
favorecernos, pero podemos cometer el error de divinizar a personas, cosas y
vicios, que pueden convertirse, en el centro de nuestra vida.
En la primera lectura correspondiente a esta celebración eucarística, se nos dice,
según la Biblia de Jerusalén:
"A fin de que temas a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos y
mandamientos que yo te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu
vida, y así se prolonguen tus días" (DT. 6, 2).
¿Debemos relacionar el temor de Dios con el miedo? El temor de Dios no es
sinónimo de miedo, sino, de respeto.
Para los israelitas, el hecho de guardar los mandamientos divinos, y de
asegurarse de que sus hijos y nietos los cumplirían, era garante de una vida
duradera y feliz. En nuestro tiempo, a muchos cristianos que tienen una gran
formación religiosa, y cumplen puntualmente las disposiciones características de
sus denominaciones, el hecho de mantener su fe, y de que sus hijos y nietos hagan
lo propio, les es indiferente, porque no han logrado iluminar su vida, a partir de la
aplicación del conocimiento de la Palabra de Dios y del cumplimiento de la voluntad
divina, a sus circunstancias vitales.
"Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te
multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres (el Dios de tus
antepasados), en la tierra que mana leche y miel" (DT. 6, 3).
San Pablo, les escribió, a los cristianos de Roma:
"Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo"
(ROM. 10, 17).
Escuchar la Palabra de Dios es un hecho muy importante para nosotros, porque
muchos cristianos, nos hemos convertido al Señor, después de habernos dejado
instruir, por los predicadores que, además de habernos ayudado a conocer parte de
nuestros sentimientos más ocultos, nos han demostrado que Nuestro Santo Padre
actúa en nuestra vida.
No todos los cristianos podemos decir que vivimos en una tierra que mana leche
y miel, pues, nuestra vida, está caracterizada, por muchas dificultades, las cuales
nos sirven para crecer espiritualmente, tanto si las superamos, como si
aprendemos a sobrevivir con ellas, no permitiendo que, la visión de las mismas, nos
haga sentir, que somos infelices.
"Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza" (DT. 6, 4-5).
Quizá muchos cristianos imitamos a los escribas que vivieron en el tiempo de
Jesús, los cuales amaban a Dios con la mente. Ellos buscaban a Dios en el Antiguo
Testamento como quien busca un tesoro, y cumplían las prescripciones legales
creyendo que Yahveh los bendeciría abundantemente por ello, pero no amaron al
Todopoderoso, según la cita del Deuteronomio, que estamos considerando.
Los antiguos israelitas, pensaban que el corazón era la sede de los pensamientos,
y de los sentimientos. Ello nos sugiere que debemos pensar constantemente que
Dios nos ama, y sentir esta realidad tan importante, así pues, recordemos el
siguiente extracto de la Carta Apostólica Porta Fidei, con que, el Papa Benedicto
XVI, nos ha convocado, a vivir el Año de la Fe:
"No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a
aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no
olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas
palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la
entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a
la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las
que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base
inconmovible que es Cristo el Señor. [] Recibisteis y recitasteis algo que debéis
retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre
lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando
coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el
corazón» (Sermo 215, 1) (P. F. 9).
Entre los hebreos, existía el pensamiento, de que el alma, les daba a los
hombres, la respiración, y la existencia. ¿Creemos que el amor de Dios es el
fundamento de nuestra vida, y que para sentirlo, nos es necesario, amar a nuestros
prójimos los hombres, como queremos ser amados por ellos?
Jesús, nos dice:
""Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también
vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas" (MT. 7, 12).
Amar a Dios con toda nuestra fuerza, significa valernos de todos los aspectos de
nuestra vida, -tales como la fuerza física, la belleza, el talento, la riqueza...- que
nos confieren algún poder.
Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, y con toda la fuerza, es amar
a Nuestro Padre común, con todo nuestro Ser.
"Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus
hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado
como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia
entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas" (DT. 6, 6-
9).
Obviamente, no podemos vivir meditando constantemente la Palabra de Dios,
porque tenemos que realizarnos como hijos de este mundo en que nos ha tocado
vivir, pero sí podemos adaptar nuestra vida, al cumplimiento de la voluntad divina.
Concluyamos esta meditación orando.
"La ley de Yahveh es perfecta,
consolación del alma,
el dictamen de Yahveh, veraz,
sabiduría del sencillo.
Los preceptos de Yahveh son rectos,
gozo del corazón;
claro el mandamiento de Yahveh,
luz de los ojos.
El temor de Yahveh es puro,
por siempre estable;
verdad, los juicios de Yahveh,
justos todos ellos,
apetecibles más que el oro,
más que el oro más fino;
sus palabras más dulces que la miel,
más que el jugo de panales.
Por eso tu servidor se empapa en ellos,
gran ganancia es guardarlos" (SAL. 19, 8-12).
2. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
"No estás lejos del reino de Dios
U Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús:
El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor:
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay
otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con
todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los
holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
No todos los legistas israelitas mantenían la misma opinión con respecto a la
importancia relativa a los mandamientos legales. Unos escribas pensaban que todos
los mandamientos eran iguales en importancia, y otros clasificaban las
prescripciones legales concediéndoles un nivel de importancia, que estaba
relacionado, con la dificultad que entrañaba, el cumplimiento de las mismas.
Los cristianos podemos tener el mismo problema que le es planteado a Jesús en
el principio del Evangelio de hoy, pues, -a modo de ejemplo-, mientras que unos
consideran que los mandamientos más trascendentales son los relativos al culto,
otros consideran que el ejercicio de la caridad supera la importancia del
cumplimiento de los preceptos litúrgicos, y ni unos ni otros se dan cuenta de que
debemos amar a Dios por Sí mismo, y servirlo en las personas de nuestros
prójimos, de tal manera que, nuestro culto no puede ser sincero si no somos
caritativos, y nuestra caridad en vez de ser caridad cristiana es solidaridad
mundana, si no le tributamos culto a Nuestro Santo Padre.
"Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la
vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que
promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano.
Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversa medida de los dones
recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo
en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la
gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del pueblo de Dios producirá
frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la
vida de tantos santos" (Conc. Vat. II. LG. 40).
Cuando estemos en una situación en la que todas las opciones por las que
optemos vulneren algún mandamiento divino (a modo de ejemplo, pensemos en el
caso de un estudiante que quiere estudiar una carrera que no obedece a la voluntad
de sus padres, que no desean que se relacione con gente socialmente marginada),
optemos por aquella que nos impulse a amar y servir mejor a Dios, en sus hijos los
hombres.
Jesús le dijo al escriba que lo interrogó que no estaba lejos del Reino de Dios. el
citado escriba sabía de la importancia de amar a Dios con todo el corazón, con toda
el alma y toda la fuerza, pero, quizás para mantener su posición social, amaba a
Dios intelectualmente, pero no actuaba según le dijo Jesús lo que era correcto que
debía hacer, esto es, amar a Dios sobre todas las cosas, y a sus prójimos como a sí
mismo.
¿Profesamos nuestra fe amando a Dios sobre todas las cosas y a nuestros
prójimos los hombres como a nosotros mismos, o evitamos hacerlo, porque
creemos que no se nos va a comprender en nuestro medio social?
Lee otra reflexión de las lecturas de hoy, en
http://is.gd/WTazvh
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com