Ciclo B. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Amar es cumplir la ley entera (Rom 13, 10)
Se le pregunta a Jesús cúal de los mandamientos es el principal. Nos atañe la
pregunta, no importa si es o del escriba que asiente o del fariseo que disiente—el
asenso y, según el Padre Maloney, también el disenso pueden contribuir a la
edificación de la Iglesia. No, la pregunta no es sólo de los judíos adoctrinados en
los 613 preceptos y los comentarios sobre ellos. Es también de los católicos que no
carecemos de una multiplicidad de doctrinas y explicaciones de ellas en forma de
catecismos, constituciones, decretos, declaraciones y cánones.
La multiplicidad no es mala por sí. La trascendencia divina requiere que la
inteligencia humana limitada salga con múltiples explicaciones, para que el Inefable
sea menos incomprensible. No nos basta con proponer una sola descripción de la
plenitud de Dios, o aun varias, sino muchísimas e interminables, si deseamos llegar
siquiera a una aproximación (Eclo 43, 27-31).
Con tantas cosas, sin embargo, nos es posible perder de vista el significado básico
de ellas y acabar pasando por alto las de mayor importancia. Peor todavía sería si
confundimos nuestros símbolos relativos con la realidad absoluta representada por
ellos y nos olvidamos de que ellos, por más que revelen, no dejan de velar. Sí, nos
es pertinente la pregunta. Y aún más, nos importa la respuesta.
La respuesta de Jesús demuestra que él es nuestro Maestro. Él acierta la esencia
del culto y se distingue tanto del famoso rabí Hilel que redujo la entera ética judía
al principio: «No hagas a tu prójimo lo que odies que te hagan a ti», como del
profeta Miqueas (6, 8). Distintivo de la respuesta de Jesús es el amor.
Jesús pronuncia que el amor «está por encima de todas las reglas», por decirlo al
modo de san Vicente de Paúl (XI, 1125). Así se resalta de nuevo el papel decisivo
de lo que nos queda en el corazón, en el alma, en la mente, en la memoria. El
énfasis en lo profundamente arraigado, es el mismo que se encuentra en la
mención del adulterio que se puede cometer en el corazón y en la aclaración de que
de dentro salen las maldades que hacen al hombre impuro.
El amor dentro del corazón es, como Dios, invisible. Pero como lo sabe quien lo ha
probado, el amor se manifiesta, por ejemplo, en los efectos enumerados por Lope
de Vega. Pero sobre todo el amor se revela y se muestra real en la persona
poseída por el amor que se describe en 1 Cor 13, 4-7.
Y como es el caso del amor de Dios, nuestro amor se prueba en la misión y no
puede ser sin la compasión (Jn 3, 16; 1 Jn 3, 17; Is 54, 10; Lam 3, 32). Según san
Vicente, no tiene caridad ni es cristiano auténtico, es más animal que humano, el
que carece de compasión (XI, 561).
Al final, dice san Juan de la Cruz, se nos juzgará por el amor. Los consumidos por
el amor afectivo, del que brota el amor efectivo que se distingue por las fuerzas de
los brazos y el sudor de la frente (XI, 733), éstos tomarán los puestos reservados
en el culto celestial presidido por el que tiene el sacerdocio que no pasa. ¿Es
verdadera proclamación de la primacía del amor evangélico nuestra celebración
eucarística, prenda del futuro culto glorioso? ¿No nos contentamos con sólo no
estar lejos del reino, marchándonos desanimados y tristes por tener muchas
posesiones?
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)