Ciclo B. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Hoy tratamos de descubrir en nuestra vida lo esencial y encontrar criterios
adecuados que motiven y den sentido a nuestras propias acciones particulares y
generales. No suele resultar fácil cuando el mundo presente ofrece tantas maneras
de pensar y actuar. Será imprescindible despertar el sentido crítico, defender y
fortalecer unos principios irrenunciables para ser coherentes con nuestra fe. Así lo
debió pensar el Señor cuando, en el evangelio que leemos hoy, responde al escriba
que “el primer mandamiento es amarás al Seor con toda todo tu corazn, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser y al prjimo como a ti mismo” (Mc.
12, 29-31). El fanatismo religioso judío de aquel entonces, influenciado por el grupo
de los fariseos, contenía más de seiscientas normas y, a aquellos que deseaban ser
observantes rigurosos de la Ley, les resultaba imposible poder aplicar todas ellas en
su vida y deslindar lo esencial de lo accidental.
Jesús responderá de forma sencilla pero firme y rigurosa que lo esencial en su vida
es mantener un equilibrio entre el amor a Dios y el amor a los hombres. Será
necesario amar a Dios desde el cultivo trascendente o vertical de nuestra vida, -la
oración, el silencio interior, la recepción asidua de los sacramentos, el
fortalecimiento de una fe cada vez más renovada y purificada, libre de la tentación
de la rutina y de la pasividad-, y la dimensión inmanente u horizontal, -el espíritu
de servicio y de colaboración, la solidaridad, el perdón, compartir la bondad y la
generosidad de Dios-. Estas son algunas de las actitudes que deberemos tener
presente para vivir en sintonía con la exigencia del Señor.
Algunas conclusiones, deducibles y exigentes del evangelio de hoy, surgen con
seguridad en nuestra reflexión. Con frecuencia nos preocupamos excesivamente de
uno de los dos aspectos, en detrimento del otro, el amor a Dios o el amor a los
hombres, motivados por una piedad desencarnada y poco comprometida con el
servicio a los necesitados o por una filantropía solidaria pero sin sentir “necesidad
de Dios” y entonces nuestra fe pierde el rigor de la unidad y el equilibrio entre las
dos dimensiones como un compromiso en tensión para ser fieles en el seguimiento
del Señor. Permanecer fieles al amor de Dios y a los hombres nos exige, en la
sociedad actual, revisar y purificar nuestras formas y prioridades de respuesta al
Señor que nos llama para crecer en santidad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)