Ciclo B. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Seguir a Jesús por el camino
El Señor es uno, pero nosotros somos muchos. Buscamos a un sólo Dios, pero
tenemos tantas formas de invocarlo. Confiamos que de verdad sólo puede existir un
solo Dios, pero es necesario que se manifiesta de múltiples maneras para que no
pretendamos apropiarnos de su divinidad. La experiencia de fe no se cimenta en
conceptos. El Libro del Deuteronomio (6,2-6) hace memoria de lo vivido y confirma
que no se puede llegar a creer sino es desde la confirmación de la irrupción de Dios
en su historia. Es la conjunción de una historia de confianza, de relación en medio
de normas y mandamientos, pero insertadas en la confirmación de una fe en un
Dios que se ha manifestado como tal, conduciéndolos a la tierra de promisión, que
mana leche y miel. Aunque esta fe pueda estar sujeta a promesas, no es una
especie de retribución cerrada. Para llegar a confesar la fe en Dios y que es uno,
solo puede darse desde la absoluta alteridad, de reconocer que Él es Dios y que
Israel es criatura, es su pueblo.
De la misma forma, el autor de la Carta a los Hebreos, justifica la condición
suprema de Jesús como sumo sacerdote desde la comparación con quienes han
sido llamados a ejercer tal ministerio en el pueblo de Israel. Es interesante como va
conduciendo magistralmente con este método comparativo, la aceptación de la
alteridad del Hijo de Dios con respecto a los hombres y que lo capacita para que su
ofrenda, su propia vida, sea el acto sacrificial por excelencia y que redunda en
salvación para todos (Heb 7,27). Desde esta perspectiva, ya no habría más
sacrificios que realizar y es quizá, por este sentido, donde desemboca la
intervención del escriba del evangelio que concluye una curiosa intromisión.
El evangelio de Marcos, luego de la instrucción particular a sus discípulos que
hemos ido leyendo estos domingos, ya se encuentra en Jerusalén. Aquí se insertan
una serie de discusiones y controversias con las autoridades religiosas judías. Jesús
ya no está en la lejana Galilea donde podía manifestarse libremente, ahora está en
territorio adverso y de conflicto intenso. Y es en medio de estas duras discusiones,
cuando interviene un escriba que pasa a cerrar toda esta serie de temas conflictivos
con el fundamento de la fe judía: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” (Mc
12,28). Pregunta compleja, pero clave. Jesús aquí no se desentiende de la pregunta
y de forma inmediata y categórica responde. Lo curioso es que señala dos, pero
que en definitiva es uno. Jesús participa de la fe judía recordando el “Escucha
Israel” del Deuteronomio, pero inmediatamente vincula la misma relación con el
prójimo (Mc 12,29-31). Ambos son uno. No hay posibilidad de un segundo
entonces. Más aún, el evangelista pone en boca de este escriba una conclusión más
que sugerente. Repite lo dicho por Jesús pero añade algo que sorprende a los
lectores de este evangelio: “…es más que todos los holocaustos y sacrificios”. Es la
primera vez que uno de los supuestos enemigos de Jesús, interviene con una buena
respuesta. La donación de la vida de Jesús es el único sacrificio verdadero y eficaz.
El punto no está en destruir la organización ritual de los pueblos, sino en darle un
sentido pleno. La vida es lo que se tiene que convertir en sacrificio agradable a
Dios. Tu vida y la mía, ofrendada con el amor desde el fondo del corazón y con
todas las fuerzas posibles hacia Dios y al prójimo. La fe es una respuesta relacional
y no solo con Dios sino
con la comunidad, con el prójimo, con el próximo a mí. Lo ritual es expresión de la
fe que se vive en la vida. No podemos encerrar la fe en lo ritual. Esta es la profunda
dinámica de quien tiene su esperanza en el Reino (Mc 12,34). Por esto, Marcos deja
esta otra sección de episodios en Jerusalén en el silencio de la confirmación de
quienes están llamados a dar el siguiente paso. Pero como ya sabemos, las cosas
no se encaminaron como supuestamente se esperaría sino que se acentuaría más
bien la oposición a la propuesta del Reino de Dios anunciada por Jesús.
No podemos pretender que la fe sea un movimiento voluntario de la mente y de la
disquisición intelectual. Hay pasos concretos que dar para creer. Dios es uno y
nosotros muchos. ¿No debemos vincular nuevamente nuestra relación con Dios con
el prójimo? ¿No creemos que tal vez esto es lo que nos está faltando para vivir en
paz y confesar una verdadera religión? Si hay alguna lucha que podamos hacer que
sea la de enfrentarnos contra todo signo de división pero con el amor. Es una
combinación de palabras poco sugerente; pero valdría la pena arriesgar
enarbolarla. La experiencia de Israel como la de muchos de nuestros pueblos se
han visto tocadas por la lucha, por el resistir, y que bien se expresan en los salmos
también, pero siempre han buscado trascender ese nivel de lucha humana por una
más espiritual. Si el Señor es mi roca, y mi fortaleza, es porque me sostiene en su
amor y porque me invita a sostener también a mis hermanos desde el amor y
dejarme sostener por ellos en el amor. Sí, creo que Dios es uno; sí, quiero que Dios
sea uno; pero quiero creer también que puedo ser capaz de considerar a todos mis
hermanos como una comunidad de vida, con la realidad evidente de que somos
diferentes, pero compartiendo con ellos un lenguaje que es capaz de superar
nuestras fronteras y separaciones posibles: el lenguaje del amor.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)