XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
MARTES
Lecturas bíblicas
a.- Flp. 2, 5-11: Se rebajó; por eso Dios lo levantó.
b.- Lc. 14, 1. 15-24: Los invitados que se excusan.
La exclamación: “¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!, de unos
de los invitados, da pie a Jesús para exponer la parábola del gran banquete, donde
lo fundamental es que el Reino de Dios abre para los no judíos (cfr. Mt. 22, 1ss). En
este relato, se deja ver la vocación universal a la salvación, que en lenguaje bíblico,
se presenta como un banquete. En los tiempos mesiánicos, el Señor preparará un
festín para todos los pueblos, en el monte Sión, en Jerusalén, con manjares y vinos
de solera (cfr. Lc.13,28; Is. 25, 6ss). La Iglesia primitiva vivió esta realidad, cuando
abrió sus puertas a los gentiles, ocupando los lugares que los primeros invitados,
los judíos, habían dejado vacíos. Cristo, es el Esposo de la Iglesia, la nueva
humanidad redimida, donde los no judíos son admitidos al Reino de Dios por medio
del Bautismo. La Iglesia primitiva repite la felicitación del comensal, cuando piensa
en la vida futura: “Bienaventurados los invitados al banquete de las bodas del
Cordero” (Ap.19,9). Banquete y bodas, son escatológicas, hablan de la felicidad del
tiempo que está por venir. Es la experiencia de la comunidad primitiva cuando
celebraba la Eucaristía, se sentía invadida del gozo que está por venir, por el júbilo
de la salvación (cfr. Hch. 2, 46). El banquete eucarístico, apuntaba a la salvación
consumada, al momento de partir el pan, se esperaba confiadamente participar
también del banquete del final de los tiempos. Claramente Jesús en la Última Cena,
hace alusión al futuro banquete en el Reino de los cielos (cfr. Lc. 22, 16.18. 29). La
mirada va del banquete del sábado, al banquete de la Eucaristía, y de aquí al
banquete del Reino de los cielos. El fariseo estaba convencido de participar en el
banquete del cielo, por ser recompensada su fidelidad a la ley. Jesús con sus
palabras quiere derribar esa falsa seguridad en sí mismo y suscitar la llamada a la
conversión personal y decisión por querer participar en dicho banquete. La parábola
quiere ser una invitación a los fariseos, el siervo del señor, es el propio Jesús, que
les avisa que con su rechazo de la salvación, pueden perder su lugar en el banquete
del Reino de Dios. Ante el rechazo de los guías y del pueblo elegido, es ocasión
para cuantos están en las plazas y calles de la ciudad, a los pobres, pecadores y
publicanos, “la turba maldita que no conoce la ley” (Jn. 7, 49); ciegos, lisiados y
cojos de ingresar al banquete. Habitualmente cuando alguien era invitado, la
segunda invitación comprometía de asistir, si se aceptaba, no ir se consideraba una
ofensa. De ahí la reacción aireada del anfitrión, que manda a su siervos hacer
ingresar a cuantos están en las calles y caminos (vv. 21.23). Así y todo, todavía
había espacio: ingresan también los que están fuera de la ciudad, los paganos, los
gentiles. Los que se excusaron, prefirieron sus bienes materiales, al Reino de Dios
(vv.18-20); en cambio, los segundos, no poseen nada más que su pobreza, o no
están apegados a lo que poseen, responde inmediatamente a la invitación de Dios a
su Reino (vv. 21-23). El anfitrión no tiene la intención de suspender el banquete, al
contrario, quiere brindar la alegría de un banquete; el anfitrión se muestra
generoso y magnánimo, suple los primeros invitados por otros; su magnanimidad
suple la mezquindad de los primeros invitados. Es la imagen de Dios Padre, que
revela Jesús: Dios es amor y se da en forma condescendiente. Si nos fijamos en los
invitados son pobres la mayoría excluidos de la sociedad y del culto, por ellos, los
nuevos invitados no basta con ser sólo invitados hay que traerlos; no cabe en sus
cabezas semejante invitación, ni siquiera se lo creen cuando oyen la invitación; es
preciso llevarlos. Deben ir a prisa, el tiempo apremia, el banquete está preparado.
Las últimas palabras son de Jesús, toda una revelación, que hecha abajo la
seguridad de los fariseos, los nuevos invitados, se reconocen pobres delante de
Dios, se tienen por indignos, por ello, los primeros, fariseos, no gozarán del
banquete del cielo (cfr. Lc.7, 36;15,11;18,8;19,1; 23,41).
Mientras en el banquete del fariseo sólo se benefició el hidrópico (Lc. 14,1ss), en la
celebración eucarística son los pobres beneficiados, porque Dios se da a todos por
medio de su amor misericordioso, alimenta a los necesitados, en cambio los que se
jactan de poseer, salen con las manos vacías. Es de fe que el hombre puede
esperar don y gracia, lo que crea comunidad y congrega al banquete eucarístico
(cfr.1Cor.1,26-28). La adhesión a Cristo es fundamental para participar del
verdadero fruto de la Eucaristía: participación en el misterio de su muerte y
resurrección hsta que ÉL regrese (Lc. 22, 20; 1Cor.11,23-25).
Santa Teresa de Jesús, amante como ninguna de la Eucaristía nos invita a pedir
esta Pan del cielo al Padre. “Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os
deje hoy a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que baste para
templar tan gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y
vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro
consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle
dignamente. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado
en la voluntad de Dios (digo en estos tiempos de oración que tratáis cosas más
importantes, que tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer), mas con
el cuidado, no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún tiempo; sino trabaje
el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese
cuidado, como largamente queda dicho, a vuestro Esposo, que El le tendrá
siempre.” (CV 34,3-4).