Ciclo B. XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes
Dejaos atraer por los humildes (Rom 12, 16)
Llaman la atención los que andan con amplio ropaje, recibiendo reverencias en las
plazas y agasajos en los cultos y los banquetes. Son admirados por la gente que
desconoce su abuso astuto de las viudas y su hipocresía. Es su compañía que
busca la persona con delirios de grandeza por asociación, esforzándose al máximo
para darles los óptimos asientos y relegando a los pobres andrajosos a quedarse de
pie en cualquier rincón o a sentarse en el suelo.
Quien, en cambio, más atrae la atención de Jesús es la viuda pobre. Sin saberlo,
ella apunta a la realidad de cosas puestas boca abajo inaugurada por él. Ella
ejemplifica lo vivido y lo predicado por el Maestro: la anonadación es la plenitud; la
humillación significa la exaltación; los hambrientos se hartan; mandar quiere decir
servir. Por medio de esta pobre distinguida, da a entender el que hace presente el
reino de Dios que está a nuestro alcance el reino trastornador.
Ya ha comenzado el trastorno de nuestra situación, de modo que se explica cómo
pueder ser que el hijo de David es también su Señor. Sobre todo, ya se ve que los
que valen no son los ricos que donan grandes cantidades ni los vestidos con lujo
que habitan en los palacios ni el hombre rico sin nombre que se viste de púrpura y
lino y banquetea espléndidamente cada día, sino los como esta viuda que da todo,
aunque poco, o como san Juan Bautista en el desierto o como Lázaro, cuyo auxilio
es Dios. En el reino de Dios, como lo reconocieron santa Luisa de Marillac y san
Vicente de Paúl, las hidalgas y los hidalgos son las viudas, los huérfanos y los
forasteros, no por su sangre, sino por su ánimo generoso y noble. Como Jesús, los
pobres contribuyen hasta lo que necesitan para vivir. Con razón declaramos, pues,
con san Vicente que «vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los
pobres», yuxtapuestos Jesucristo y los pobres (XI, 121).
Tal generosidad es lo que la viuda pobre representa especialmente. Por eso, ella
desafía a los que pretendemos seguir a Jesús. El verdadero discípulo no se aferra a
sus posesiones, a imitación del que, aunque Dios por naturaleza, se despojó a sí
mismo. El cristiano digno del nombre no hace ni de Ananías y Safira, quedándose
con parte del dinero, ni del prepotente que confía en su riqueza y se afirma en sus
maquinaciones (Sal 51). El seguidor de Jesús vende primero todo lo que tiene y da
el dinero a los pobres; se desprende de todo, incluso de sus gustos y aversiones,
sus ambiciones e intereses, y en lugar de fiarse de las costumbres y tradiciones, de
los dogmas y ritos, y encontrar en ellos su seguridad y su certeza, se encomienda,
como Jesús, al Padre quien no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó a la muerte
por nosotros. El creyente deposita toda ansiedad en el Dios fiel que auxilia a sus
siervos y se acuerda de su misericordia y sus promesas. El que es fiel no duda de
la aseguranza de Jesús de que quien deje todo por Cristo, y por el Evangelio,
recibirá cien veces más en este tiempo y la vida eterna en la edad futura.
Se realizarán plenamente, sí— cuando aparezca Cristo por la segunda vez para
salvar definitivamente a los que lo esperan—la conversión y la transformación que
anticipamos en la eucaristía, un signo boca abajo de que dar es recibir.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)