III DOMINGO DE ADVIENTO - C
Evangelio de la Misa: Lc 3,10-18
Un corazón grande
El Evangelio de la Misa sigue proponiendo a Juan el Bautista como
personaje central en esta preparación espiritual que el cristiano ha de hacer para
la celebración cristiana del Nacimiento de Cristo.
Al Bautista se le acercan las gentes de Palestina deseosos de encontrar el
mejor consejo para su vida y la más acertada consigna que les oriente en aquel
momento de expectativa por la inminente llegada del Mesías. Querían respuestas
concretas, factibles en la práctica y que todos puedan valorar
convenientemente.
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Quiero, Señor, acompañar, como uno más a los que seguían a Juan.
Quiero escuchar de primera mano las preguntas y respuestas
de un maestro tan singular por el ejemplo de su vida entregada y austera,
y por la energía y curiosidad que despierta con sus palabras.
Una vez más te digo, y lo quiero repetir cada mañana,
al comenzar la jornada, con el ofrecimiento de las obras del día:
“Señor, entonces, ¿qué he de hacer?”. Te prometo, Señor,
no olvidar las respuestas tan nítidas y concretas, como exigentes y explosivas
del Bautista: caridad, solidaridad, comprensión, acogida y perdón.
No hay otro camino para mantenerme a la espera, para acogerte
y seguirte como Tú deseas, y también como yo prefiero.
pues comprendo que esos son los cauces para articular la convivencia social
y la paz entre los pueblos, y en el mismo seno de las familias,
así como para la verdadera satisfacción y felicidad personal.
Además no quiero olvidar lo que puntualiza y nos enseña la Iglesia,
y machaconamente nos reafirma el Papa Benedicto XVI: no es suficiente
la justicia social, aunque esta sea imprescindible, sino que hace falta
la caridad y el amor sobrenatural como Tu nos has enseñado a vivir.
¡Qué grave responsabilidad tenemos los cristianos, que conocemos,
y en principio aceptamos, tu doctrina! ¡Qué poco se me nota
en la práctica, a pesar de estar convencido de poseer
el mayor tesoro, que Tu nos has dado: la fe!
Ayúdame, Señor, cada día, a repartir, o mejor compartir, “mis túnicas”,
mi poder, mi dinero, mis cualidades, mi tiempo, mi Amor de Dios;
a no exigir más de lo establecido a nadie, a ser el primero en trabajar
y en hacer rendir mis talentos, y a la vez a saber conformarme con lo mío,
y ser exigente en la ayuda y en la caridad con el prójimo.
Cuento, Señor, con tu Santo Espíritu, para mantener un corazón grande,
para alimentar un fuego arrollador de buenas obras
y para disfrutar de tu gracia, de tu amor y de tu salvación.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez