V DOMINGO CUARESMA - C
Evangelio de la Misa: Jn 8,1-11
Sinceridad de vida
Siempre es oportuna y muy actual la enseñanza del encuentro de Jesús
con aquella “mujer sorprendida en adulterio” a quien “los letrados y fariseos”
querían apedrear apoyándose en la “Ley de Moisés, que manda apedrear a las
adúlteras”.
Ciertamente es un comportamiento tan brutal que choca abiertamente con
nuestra mentalidad actual, tan excesiva y falsamente tolerante, y por tanto
relativista y permisiva con lo que interesa en cada momento a la comodidad y al
egoísmo personal de cada uno. Pero lo importante es el mensaje que subyace en
este suceso: la verdad de Dios y de su santidad y sobre todo el amor, siempre
misericordioso de nuestro Padre, Dios.
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¡Quiero, Señor, calar en el mensaje de este relato de tu encuentro
con la adúltera, que “los letrados y fariseos” querían apedrear.
Sigue habiendo ahora tantos “letrados y fariseos”, que se creen los puros
y perfectos, los maestros y doctores infalibles.
Pero se lo creen apoyados solo en su sabiduría y sus opiniones,
en su autosuficiencia y su egoísmo.
Para nada escuchan o leen la Ley de Dios, ni la que llega por la propia
conciencia bien formada, ni la que consta en la Palabra revelada, la Biblia.
Y menos aún escuchan o se atienen al Magisterio que te representa en la Iglesia.
Tampoco van por delante dando ejemplo en la propia vida y en el cumplimiento
de las personales obligaciones religiosas, familiares y sociales.
Es su verdad y su justicia, adobada de sensiblería y escasa filantropía,
la que les mueve a juzgar, criticar y, si es el caso, condenar.
Y aún más, algunos se extrañan de los pecados, defectos y caídas de los demás,
y los airean ladinamente, para así justificarse más fácilmente de los propios
pecados, y creerse con más autoridad para los juicios falsos y destructores.
Por todos ellos, Señor, ruego y para todos suplico la sinceridad
para conocerse, examinarse, rectificar, pedir perdón, comprender,
y siempre ayudar, perdonar, y querer como Tú nos has enseñado.
Que nunca, Señor, me detenga tonta y maliciosamente contemplando
las motas de polvo en el ojo ajeno, sin verme la viga que afea el mío
con defectos y pecados, o por lo menos con imperfecciones y tibieza.
Que nunca olvide tu advertencia de sabio maestro y de experimentado
educador de almas: “el que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
En mi conversión, Señor, me pides sinceridad para conocerme mejor:
mis pecados para pedir perdón y rectificar, y mis virtudes para seguir
edificando mi santidad y para exigirme cada día más en ese empeño.
Que aproveche el examen de conciencia diario, el de la noche y el particular.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez