DOMINGO DE RAMOS - C
Evangelio de la Misa:
Relato de la Pasión y Muerte de Jesús: Lc 22,14-23,56
Primero con la Bendición de los ramos y la entrada procesional en la
Iglesia, para la celebración de la Eucaristía, y luego con la lectura de la Pasión y
Muerte de Jesús, la Santa Madre Iglesia “abre las puertas” a los cristianos para
“entrar” en la Semana Santa. Este año se lee la narración de san Lucas.
Estos relatos son parte de nuestra cultura, pues han alimentado la
pintura, escultura, música, y a todo el arte en general, así como la vida de los
cristianos a lo largo de los siglos, pues han configurado costumbres, fiestas y
muy variadas formas de vida social. Y sobre todo han motivado muchas
conversiones y adhesiones a la Verdad de Cristo, y necesariamente al
seguimiento de su persona y de su Vida divina en el afán por la santidad y la
entrega a los demás. Merece la pena, en todos los órdenes, vivir bien la Semana
Santa.
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Señor, que en estos días nos “abres las puertas” para adentrarnos
en las celebraciones de tu Misterio Pascual: Pasión, Muerte y Resurrección.
Quiero seguirte junto al borrico que te acercó a la ciudad de Jerusalén, y deseo
aplaudirte y vitorearte, sinceramente y de corazón, como aquellos judíos:
“Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor”.
También me propongo acompañarte en estos días de Semana Santa.
Tanto en la Liturgia como en las celebraciones populares, tan tradicionales
como profundamente religiosas, pues están motivadas por la fe y la piedad.
Me conmueven todas las escenas de tu “Via Crucis”: tus gestos, tus palabras,
tu entrega, tu sinceridad y valentía, hasta verte crucificado y muerto en la Cruz.
Quiero aprender de Ti, quiero llenarme de tu amor, entrega y generosidad.
Ante la Cruz –y Tú crucificado en ella- quiero expresarte mis mejores
sentimientos con el poeta Fray Miguel de Guevara (S. XVI-XVII):
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme al verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme al ver tu cuerpo tan herido,
muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque cuanto espero, no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amen
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez