XXXII D OMINGO DE T IEMPO O RDINARIO
(2 Re 17, 10-16; Sal 145; Act 9, 24-28; Mc 12, 38-44)
E L T EXTO
“La orza de harina no se vaciará, la alcuza
de aceite no se agotará hasta el día en que
el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”.
“Os aseguro que esa pobre viuda ha
echado en el arca de las ofrendas más que
nadie. Porque los demás han echado de lo
que les sobra, pero ésta, que pasa
necesidad, ha echado todo lo que tenía
para vivir”.
M EDITACIÓN
El relato de la viuda de Sarepta tiene un significado relacionado con la vida del
profeta Elías, quien acude menesteroso a pedirle limosna a ella, que no posee más que
un poco de harina y un poco de aceite. Pero ofrece además una iluminación providencial
para los tiempos presentes.
Los que en la actualidad tienen el encargo de anunciar la Palabra, pueden sufrir,
como el profeta, la experiencia de la extrema intemperie, si no por razón económica, sí
por el clima adverso, en el que la soledad es una tentación al sentirse acosado por
circunstancias adversas, como Elías con la reina Jezabel.
El poderoso profeta, que con su palabra cerraba el cielo o hacía llover en tiempo
de sequía, se ve en la mayor indigencia y tiene que mendigar el pan. La viuda de
Sarepta y la viuda del templo, representan la esperanza del futuro en momentos recios.
Según los dos ejemplos bíblicos, lo poco, lo pequeño, lo posible, es lo que sirve para
resolver la crisis más existencial, en la que se juega la vida. La confianza, el abandono
en Dios, en su Providencia, sigue siendo el mejor equipamiento a la hora de afrontar los
días venideros.
Si las dos viudas se hubieran aferrado a lo poco que tenían, habrían muerto de
hambre, pero al arriesgar aun aquello que les era necesario, logran la bendición de Dios,
que les permite experimentar hasta el milagro de la alcuza de aceite y la artesa del pan
que no se agotan, ni se quedan sin el mínimo para sobrevivir.
Soy testigo de la fecundidad que significa fiarse de Dios y abrir las puertas a la
hospitalidad, sin especulación. Aunque se pueda justificar el acopio de lo necesario,
cuando se ofrece gratuitamente lo que se tiene, se centuplica.
En estos tiempos menesterosos, seguimos siendo testigos de lo que pueden la
limosna, el compartir los bienes, la acogida desinteresada. Las leyes sociales hacen muy
difícil la solución de los problemas; la solidaridad por amor vence la impotencia
administrativa.
Hoy sigue siendo ejemplo la caridad de los que dan de lo poco que tienen, de los
que comparten la mesa y de quienes, sin nombre, al igual que la viuda del templo, saben
dar discretamente, incluso de lo que necesitan. Pero nada se oculta a los ojos de Dios, y
menos la hospitalidad hecha con amor. Y sucede el milagro.