Ciclo B. XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
El óbolo de una viuda pobre en la alcancía del templo y el comentario que le mereció a Jesús,
son el nervio del evangelio de hoy (Mc 12, 38-44). Este tiene una primera parte, también muy
interesante y que quizás explique el por qué esa viuda y otras muchas eran pobres. Los
comentaristas suelen pasarla por alto, ganados por el comentario de Jesús: da más quien más
se priva de lo necesario para vivir, o, dicho parafraseando el texto del evangelio: quien da lo
poco que tiene para vivir da mucho más que el que da de lo que le sobra (Mc 12, 44). Hay que
dar hasta que duela, decía San Alberto Hurtado.
Ciertamente, pero no sólo dinero. Dar tiempo, trabajo, ingenio, alegría…, son cosas que valen
más que el dinero, y también hay que darlas hasta que duela. Por ejemplo, tiempo para
participar en jornadas y/o pertenecer a Grupos Pastorales de la Parroquia,
En relación con el suceso de la viuda, siempre me ha llamado la atención el descaro con que
Jesús mira a los que van echando y lo que van echando en la alcancía del templo. ¿Lo
haríamos nosotros? Dios sí y toma cuenta de ello y lo va anotando en el Libro de la Vida (Fil 4,
3). Al respecto es consolador saber que Jesucristo y Dios premian hasta lo más pequeño que
hagamos por ellos (los dos centavos de la viuda) y por el prójimo (el vaso de agua (Mc 9,41).
Es consolador y para animarse a hacer el bien, aunque no podamos dar mucho. Pero es una
ofensa a Dios darle en colecta sólo los centavos que nos van sobrando de las compras, casi
como una manera de deshacerse de ellos, cuando podemos dar mucho más.
Me llama también la atención que Jesús deje hacer a la viuda, y que no le diga nada viendo
que se queda sin nada. Me pregunto cuál habría sido la actitud de ustedes frente a esa pobre
viuda, que rebusca sus centavos para ponerlos en la alcancía del templo. ¿La habrían dejado
hacer o le habrían dicho: guarde eso para usted, señora, que lo necesita más que el templo?
Debo confesar que es lo que hacía yo antes, hasta que un día me di cuenta de que estaba
equivocado al querer enmendar la plana al Señor. Mi falsa piedad quería impedir que también
el pobre fuera magnánimo desde su pobreza. Y que diera su limosna -tributo de
reconocimiento- a Dios. Él sabrá cómo recompensar al pobre, me dije, y recordé que tenía por
ahí una bolsa de alimentos no perecibles. Así que fui y se la di. Y los dos quedamos dando
gracias a Dios
El caso de la viuda pobre, que da de su pobreza, confirma el dicho de que no hay pobre que no
pueda dar algo. Añadamos que ni rico que no pueda dar más. Lamentablemente, ¡qué difícil es
que esto suceda! (Mt 19, 24) Por ejemplo, ¿¡en qué quedaron los acuerdos de Helsinki (1975) y
de la ONU para que los países ricos ayuden a los países pobres?! La cooperación internacional
para el desarrollo ha ido bajando del 0.34 % del PNB al 0.22 %. Y muchos ni lo dan. Como si
los ricos (y los países ricos) no tuvieran que dar hasta que duela…
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)