Comentario al evangelio del Miércoles 14 de Noviembre del 2012
Queridos hermanos:
Según un texto rabínico, Eliseo habrías resucitado dos muertos, pues además de devolver la vida a un
niño, curó la lepra de Nahamán el sirio (2Re 4,34s; 5,14). En la época de Jesús el juicio sobre la lepra
(¡y sobre los leprosos!) no podía ser más negativo: a la repugnancia física y peligro de contagio se
sumaba una “teología de la exclusión”; el leproso era tenido por un maldito de Dios y se lo trataba
como a un muerto; de ahí el dicho del rabino. Por eso los leprosos solían andar por despoblados, y
caminaban gritando “impuro, impuro”, para que nadie se les acercase. El evangelio de hoy dice que los
diez leprosos se detuvieron a distancia de Jesús y, desde allí, a gritos, le pidieron compasión.
En dos lugares del evangelio dice Jesús él ha venido a buscar y salvar lo que otros dan por perdido e
inasalvable: lo dice cuando le acusan por comer con pecadores en casa del recaudador Leví y cuando
murmuran de que se aloje en casa del recaudador Zaqueo (cf. Lc 5,32; 19,10). Jesús busca la
compañía de “los malditos”.
Y es que Jesús es crítico con mucha de la teología de su tiempo. Hay que buscar la recuperación del
alejado, y no “sacralizar” lo que tiene explicación natural. Los marginados publicanos no están “fuera
de la ley” por una fatalidad; y la lepra no tiene ningún origen sobrenatural, sino que es una enfermedad
más. Pero lo que Jesús sabe muy bien es que los leprosos son víctimas de una doble desgracia: a su
dolor físico se añade el injusto rechazo social y religioso; y ambas cosas quiere Jesús que queden
superadas. Por eso su acción no es una mera curación física: los envía al sacerdote para que levante
acta de su curación y queden reintegrados en la comunidad cultual de Israel.
Jesús derriba muros y crea vida en comunión. Según el cuarto evangelio, la misión de Jesús tiene por
objeto “que tengamos vida y la tengamos abundante” (cf. Jn 10,10). Por tanto, el auténtico seguidor de
Jesús tiene que ser un creador y distribuidor de vida, destructor de barreras y aliviador de dolores,
activo inconformista con todo tipo de sufrimiento y de división.
Nuestro evangelista añade todavía un rasgo llamativo: de los diez leprosos curados, sólo el samaritano
da gloria a Dios y se postra agradecido ante Jesús. Era el doblemente excluido, por leproso y por
heterodoxo o hereje. Jesús enseña a no juzgar ni condenar, y a que nadie considere la bondad como
patrimonio suyo y de los de su bando. También en el corazón de “los otros” se aloja frecuentemente
una exquisita sensibilidad, incluso a veces superior a la de “los de siempre”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf