DOMINGO 31 ORD (B)
Lecturas: Dt 6,2-6; S 17,2-4.47.51; Hb 7,23-28; Mc 12,28-
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Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.
Lo más importante de la moral
El evangelio de Marcos trata de lo más básico de la
fe. De asuntos de conducta moral habla poco y en general
brevemente. Al tema de hoy es tal vez al que dedica más
espacio.
Estamos en Jerusalén a dos o tres días antes de su
muerte. Grupos de fariseos, saduceos, herodianos, todos
mancomunados, disputan con él continuamente. El conjunto
tiene actitud hostil, pero no todos en el mismo grado. Jesús
había salido de la dificultad sobre la resurrección con
claridad, brillantez y sencillez. Aquel escriba, probablemente
persona moderada, ha quedado muy positivamente
sorprendido. Ahora le piden que pregunte sobre opiniones
muy discutidas entre ellos: ¿Cuál es el mandamiento más
importante? Los rabinos contaban en la ley de Moisés 613
preceptos, 248 positivos y 365 negativos.
Jesús no duda un instante: “El primero es: Escucha,
Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor
que éstos”. Jesús cita la primera parte de la ley del
Deuteronomio (6,4s), que todo judío piadoso está obligado
a recitar diariamente y que los fariseos cosen en sus
filacterias. Marcos es el único de los sinópticos que incluye
las palabras del comienzo: Escucha Israel, nuestro Dios es
único Señor, que le dan una especial solemnidad . Pero
Jesús sorprendió añadiendo además el amor al prójimo
como segundo, que toma del Levítico (19,18) y como
resumiendo con el primero toda la Ley.
Aquella respuesta suscita en el escriba casi hasta
entusiasmo: “El escriba replicó: Muy bien, Maestro, tienes
razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro
fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a
uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios”. Se ve que a él mismo le había solucionado un
problema sobre el que había pensado muchas horas sin
lograr resolverlo del todo. Ahora estaba todo bien claro.
La respuesta de Jesús es clara, razonable (no se
puede dudar de que sea así), conforme con la dignidad de
Dios y de los hombres, unifica lo que pueda presentarse a
veces como opuesto. Dos días más tarde en la Última Cena
dará a sus fieles como el mandamiento suyo : amarse unos
a otros como Él nos ha amado.
“Jesús, viendo que había respondido sensatamente,
le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios“. Lo que significa
en labios de Jesús: «Vas por buen camino. Llegarás a
conocer la verdad plena y serás salvo». “Y nadie se atrevió
a hacerle más preguntas”.
Todos nosotros estamos de acuerdo con la respuesta
de Jesús. Me pregunto, sin embargo, sobre la forma en que
la aplicamos. Porque el amor es una fuerza activa que
tiende a dar y a darse a la persona amada, comunicándole
lo que para ella es bueno. El amor no se limita a no hacer
el mal a la persona amada, sino a darle positivamente lo
que para ella es bueno.
Son necesarios los dos: amor a Dios y al prójimo. El
amor a Dios es la fuente del bien y es el primero en el
orden religioso. ¿Quién inspiró a San Maximiliano Kolbe a
sustituir a su compañero y aceptar el encierro en una celda
hasta morir de hambre? ¿Quién inspiró y Dio fuerza a San
Damián de Veuster a encerrarse con los leprosos, ayudarles
y transmitirles esperanza, estando seguro del contagio y
muerte? El amor y la gracia de Jesucristo. Ese amor hay
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que cuidarlo, hay que practicarlo. Es la fuente del amor al
prójimo. Porque Él nos amó primero.
Lo practicamos en la oración. Quien ama a Dios, ora.
También se da cuenta de que el consuelo y la fuerza que
recibe para hacer el bien son gracia de Dios y lo agradece;
así mismo cualquier gesto del prójimo o acontecimiento
favorable sabe que no son “por suerte” sino un don de Dios
y lo agradece; la oración de acción de gracias a Dios, tan
frecuente en los salmos y en la oración oficial de la Iglesia,
es un gran ejercicio de amor a Dios; por fin ante una
dificultad o una cruz, pedir a Dios ayuda y superarla con fe,
paciencia y confianza muestra confianza en Dios y fe en su
amor.
Tampoco la caridad con el prójimo se limita a no
hacerle daño, sino que busca positivamente su bien. El
amor es necesariamente activo. Lo fue el de Jesús, lo debe
ser el nuestro. Empieza por darse cuenta de las
consecuencias que sus actos tienen para el bienestar de los
demás. “La caridad no busca su interés” –escribe San Pablo
a los Corintios, 1Co 13,5– y comenta así el Catecismo: “El
menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en
beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los
hombres, vivos y muertos, que se funda en la comunión de
los santos. Todo pecado daña esta comunión” (CIC 953). Y
vale recordar el famoso canto a la caridad: “El amor es
paciente, es amable, el amor no es envidioso ni fanfarrón,
no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se
irrita, no toma nota de las ofensas, no se alegra de la
injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Co 13,4-7).
Hacerlo primero con los de cerca, familia,
compañeros de trabajo, personas cercanas…con los que
colaboramos en acciones parroquiales, etc. Con todos.
Evitar toda palabra hiriente, molesta… perdonar cualquier
molestia del otro. Estar despierto a las necesidades de
otros. Respetar, darse cuenta y agradecer la caridad y el
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esfuerzo de los demás a mi favor.
Son mandamientos a tener muy presentes. No
olvidemos en nuestra oración pedir la gracia de cumplirlos.
En la lectura de la palabra tomemos en cuenta de lo que se
insiste sobre ellos.
Jesús, manso y humilde, y María, la esclava del
Señor, nos enseñará.
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