Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
“Vida después de la vida”
Es el título de un libro editado hace 30 años por Raymond Moody donde recoge
testimonios de personas que clínicamente estaban muertas y que por alguna causa volvieron
a ser reanimadas. ¿Qué hay después de la muerte? Algunos hablan de un túnel oscuro
atraídos por una figura luminosa ubicada al otro extremo. Esto está tan difundido que
forma parte del argot popular. Un día iba un chofer de línea demasiado rápido y la gente
comenzó a gritarle: “¡No queremos ver el túnel!”
Por influjo de las religiones orientales se ha extendido la reencarnación en occidente, que a
mi modo de ver se trata de una moda seductora. ¿Por qué? Porque nos ofrece una
alternativa entre una concepción nihilista y el enfado de tener que rendir cuentas en un
juicio final. ¿Solución? La reencarnación. Que los hinduistas crean en ella me parece
comprensible porque dieron una respuesta al problema de la muerte. También los griegos
creían en ella pues tenían una antropología dualista, es decir, consideraban el alma y el
cuerpo como dos principios autónomos. El alma vivía encarcelada en el cuerpo. Cuando el
cuerpo moría, el alma pasaba a morar al Hades. Pero que a 2800 años de distancia sigamos
creyendo lo mismo, esto sí que me deja sorprendido, pues algo hemos progresado en la
filosofía y en la teología. Cada persona tiene una identidad única e intransferible y es
imposible que Juan López deje de serlo para cambiar a una naturaleza animal según hayan
sido sus actos, y así sucesivamente.
¿Qué nos dice la fe de la Iglesia? (Heb. 9,27) “Está decretado que los hombres mueran una
sola vez, después de lo cual vendrá el juicio”. Y después del juicio: “unos pasarán a la vida
eterna, otros al oprobio eterno” (Dan, 12,2). Las realidades eternas no son para infundir
miedo, ¡qué vulgaridad! sino para invitarnos a la responsabilidad.
El evangelio nos invita a vivir con sensatez porque al final de los tiempos nos
encontraremos con Cristo que volverá revestido de gloria y majestad. Ya no será a media
noche, como en Belén, sino a medio día; ya no será en el silencio y la oscuridad, sino que
llegará precedido de sus ángeles. Vendrá para instaurar la justicia y la paz que el mundo
perdió a causa del pecado; vendrá para colmar de dicha nuestro corazón, de verdad nuestra
mente, de salud nuestro cuerpo, pues como premio tenemos la feliz esperanza de la
resurrección en un cuerpo glorioso como el suyo. Esta es la fe de la Iglesia. Como diría
Martín Descalzo: “Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura. Tener la paz, la luz, la casa juntas. Y hallar, dejando los
dolores lejos, La noche-luz, tras tanta noche oscura”.
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