XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
EL FIN DEL MUNDO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Habréis observado, mis queridos jóvenes lectores, dos tendencias muy propias de
hoy en día. Interesarse sólo por lo espectacular una y aficionarse a lo morboso la
otra. Se lee poco, se leen escritos cortos, pero cuando los titulares son de la suerte
que os decía, máxime si van acompañados de grandes fotografías, la gente los
devora. Huyo de este proceder. Cuentan que el gran teólogo Karl Barth, decía que
el cristiano debe leer cada día la Biblia, para saber lo que le pide Dios y el periódico,
para conocer las necesidades de los hombres y sus interpelaciones (la cita no es
textual). Yo leo la Biblia cada día en más de una ocasión y consulto las noticias que
llegan por internet, también varias veces, que me permiten contrastar pareceres,
para tener una cierta seguridad de lo que pasa por el mundo. Reconozco que
también en el “continente virtual” privan los titulares espectaculares y las frases a
cual más llamativa. Lamenta uno que creen muchos que pronunciarse mediante
aparatosas “boutades”, les hará más creíbles o lograrán más lectores. Deplora uno
la mala educación en comentarios y las palabrotas malsonantes, groseras y soeces,
que seguramente tenían archivadas en un rincón de la memoria y las sacan ahora
a relucir, sin ningún recato, ni delicadeza.
Le duele también a uno, que la voz cristiana no ilumine las inquietudes del
momento. Las catequesis del Papa acostumbran a ser una excepción, pero, claro,
las pronuncia en Roma, en italiano, los domingos por la mañana o los miércoles
idem. A nadie se le ocurrirá publicarlas junto a resultados futboleros, escándalos de
notables o éxitos del conjunto de turno.
Aterrizo arropado y sin olvidar lo que os he dicho, y lo haré desde mi minúscula
experiencia, que no creo que sea menor que la vuestra.
Recuerdo dos noticias de las que hablábamos allá por los años cuarenta. Una de
tono menor, pero interesante. Se descubrió por entonces el DDT, definitiva solución
a los picores y picadas que habíamos sufrido de los molestos finifes. Promesa de
felicidad para los veranos venideros. Hoy este insecticida es considerado producto
perverso y está prohibido.
A la noticia del descubrimiento de la desintegración del átomo, y cuando
frívolamente la gente afirmaba que pronto del plomo se sacaría oro, siguieron las
consecuencias de las primeras bombas americanas lanzadas sobre Japón. De
inmediato se habló del fin del mundo, como consecuencia de la gran explosión de
un artefacto de estos.
De cuando en cuando, se nos anuncia la aproximación de un asteroide que puede
chocar contra nuestro planeta y causar la muerte humana, como el que determinó
la extinción de los dinosaurios.
No hace mucho, la inmediata puesta en funcionamiento del CERN, en la frontera
suiza próxima a Ginebra, nos alertó en grandes titulares de que, de acuerdo con las
teorías de los físicos contemporáneos, y a consecuencia de ello, debía llegar el fin
de la existencia viva en todo el planeta tierra. Se nos comunicó poco después, que
lo primero que ocurrió fue un prosaico pinchazo que retrasó las investigaciones y
que, a consecuencia de ellas, posteriormente, nada pasó.
¿Cuál será el próximo anuncio al respecto?
El Evangelio se preocupa también del fin del mundo, pero de otra manera y con
otra finalidad.
Cada día, cada cotidiano irnos a dormir, es el final de nuestra jornada. Es una
imagen del morir. El acabar de un día es el avance de lo que será el final.
Acompañados o solitarios, en lenta fase terminal o en instantáneo accidente, de
múltiples maneras puede llegar nuestra muerte. Aquel momento, el final de nuestro
subsistir aprisionados en el espacio-tiempo, supone una nueva y definitiva
existencia.
Desconocemos, pese a que con frecuencia la imaginemos, como será. Nadie está
seguro del momento, del lugar o la vivencia que en aquel instante tengamos. La Fe,
lo que nos contó el Señor, es que no desaparecerá nuestra individualidad, que será
definitiva, que no estaremos encadenados y programados para reencarnaciones
posteriores, que será amor-felicidad u odio-desgracia.
Antes de irme a dormir entro a rezar a mi querido Sagrario, me despido del día,
sumergido en la noche, pero no alejado del Señor. Al cabo de pocos minutos me
voy a la cama y pronuncio la simple petición: buena noche me des, Dios, mientras
me santiguo. Pretendo que estas palabras y este gesto, sean los últimos ¡Ojalá, mi
muerte sea semejante, mis postreras palabras una oración musitada, mi último
movimiento una torpe cruz trazada sobre mi pecho.
Eso es lo que nos debe importar. A cada uno de nosotros y para cada uno de los
hombres. No debe interesarnos demasiado si el final de nuestro planeta será brusco
o fruto de la lenta acción de la entropía. Que el arcángel Miguel nos ampare y el
Señor nos reciba jubiloso Él y felices se sientan todos los hombres.