Comentario al evangelio del Viernes 16 de Noviembre del 2012
Queridos hermanos:
Hoy vamos a dirigir nuestra atención a las dos lecturas, ambas bastante extrañas a nuestro lenguaje y al
medio cultural en que nos movemos. Pero no por ello carecen de un útil mensaje para nosotros si
sabemos darles la traducción adecuada.
Jesús estuvo realmente encarnado. Y esto no significa simplemente que tenía carne humana, sino que
adoptó el lenguaje y la cosmovisión de aquella época. Es el lenguaje y mentalidad de la apocalíptica, la
convicción de una inminente intervención de Dios en la historia, con una serie de cataclismos cósmicos
y un severo juicio sobre la humanidad. Los cristianos de primera hora identificaban tales
acontecimientos con una pronta vuelta de Cristo glorioso; pero el tiempo fue pasando sin que esto
sucediese y se hizo necesario repensar y reinterpretar el mensaje. Así lo percibimos por ejemplo en el
cuarto evangelio, donde la predicación de Jesús recibe formas como esta: “el que cree no es juzgado,
pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el nombre del Unigénito de Dios” (Jn
3,18); no se espera al fin del mundo; el juicio está presente.
Hace un par de días hablábamos de la comunidad lucana como ya madura en el tiempo, quizá con
peligro de “envejecimiento”, de pérdida de tensión e inquietud. Él evangelista no la deja que se
adormezca con el pretexto de haberse diferido la vuelta de le Señor. Lucas enseña que esa venida se da
de muchas formas, y constantemente; que Él pasa a nuestro lado y llama, que a veces quisiera producir
en nosotros una conmoción, un cataclismo interior, un cierto “fin del mundo”…; quiere hacer surgir
algo nuevo. Y tenemos el peligro de vivir despistados, o muy apegados a lo que ha sido nuestra vida
hasta el presente; es el significado de “recoger las pertenencias”, “salvar la vida”, es decir, aferrarnos a
lo que siempre hemos dicho y hecho, resistiéndonos a la novedad y lo sorprendente que Dios quiere
que surja en nosotros.
El escrito anónimo que llamamos segunda carta de Juan es también tardío, y pretende igualmente salir
al paso de deformaciones de lo cristiano. La comunidad destinataria han hecho un loable esfuerzo de lo
que hoy se llama “inculturación”, pero no debiera llegar demasiado lejos. Influenciada por el ambiente
neoplatónico, y su derivado gnosticismo, pudiera adoptado el mismo menosprecio por lo material, eso
que la sana fe considera creación de Dios; y ese menosprecio la llevaría a negar la encarnación del Hijo
(a “no confesar a Cristo venido en carne”). La humanidad de Jesús sería mera apariencia y engaño. Y
cuando se olvida la encarnación, se menosprecia también la historia y desaparece el compromiso
concreto con los hermanos, la caridad, “el mandamiento que tenemos desde el principio”; surge un
espiritualismo ilusorio.
Nosotros, como los destinatarios de estos escritos, nos encontramos ya muy lejos de los orígenes, y
expuestos a deformaciones en la fe. También en nuestro mundo hay “muchos embusteros”, que a veces
pretenden ocupar el lugar de nuestro Único Maestro. Estamos obligados a cultivar la fe en su primer
frescor, sin adormecimientos ni rutinas (“mi amo tarda en llegar” decía aquel siervo que Jesús
condena); necesitamos repensar esa misma fe, molestarnos en buscar su justa traducción a nuestro
tiempo, y tener el necesario sentido crítico para no aceptar como camino de salvación lo que no lo es ni
conformarnos con una religión que se difumina en el escapismo o en el sentimentalismo estéril.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf