Comentario al evangelio del Sábado 17 de Noviembre del 2012
Queridos hermanos:
Ayer veíamos unos versículos de la “segunda carta de Juan”; hoy se nos ofrece un párrafo todavía más
pequeño de la tercera, que es el escrito más breve del Nuevo Testamento y el único dirigido a un
particular; su denominación correcta sería “la carta a Gayo” (la “carta a Filemón” se dirige también “a
la Iglesia que se reúne en su casa”).
En el ambiente de una fe amenazada a que ayer aludíamos, el presidente de una comunidad cristiana
(llamado Diotrefes) tiene pánico de que lleguen predicadores desconocidos; esos son “los hermanos”
de que habla la carta. Pero Gayo –miembro de esa misma comunidad- los acoge fraternalmente en su
casa y les proporciona las provisiones para continuar viaje, pues ellos tienen la consigna de no pedir
nada a los paganos a quienes van a evangelizar. Probablemente conocen el dicho de Jesús “gratis lo
recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10,8). Este apoyo material que algunos miembros de la comunidad
cristiana prestan a los misioneros es un claro precedente de nuestras jornadas del Domund o
semejantes. Y el autor del escrito da a Gayo, y a cuantos nos responsabilicemos de sostener las
misiones, el hermoso título de “cooperadores de la verdad”. No nos lo perdamos.
Lucas nos ofrece una lección muy sencilla de confianza para hacer oración de petición. La parábola es
elocuente: si hasta un juez inicuo acaba concediendo lo que se le pide con perseverancia, cuánto más lo
dará Dios, que ciertamente no es inicuo. Pero también aquí aparece la preocupación del evangelista por
algún tipo de enfriamiento en la fe de su comunidad, en la que se supone que “el Hijo del Hombre
tardará en llegar”.
La lección sobre la confianza es quizá demasiado sencilla, y más de un cristiano sincero dirá que eso
no se cumple literalmente, y que la conocida oración de San Bernardo a la Virgen, según la cual
“jamás se ha oído decir …”, queda algo desmentida por la experiencia, incluso cuando la petición se
hace al Padre; hay personas que lamentan no haber sido escuchadas; y recurrir a que “habrán pedido
con poca fe” puede ser una escapatoria facilona. Tal vez el mismo evangelio nos proporcione los
matices convenientes. Según Lc 11,13, lo que asegura Jesús es que el Padre, a imagen de un buen
padre terreno, “dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Y San Pablo, para que relativicemos con
humildad nuestra forma de orar, nos enseña que “no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26). Más
desconcertante resulta el hecho, insinuado por la carta a los Hebreos, de que al parecer incluso Jesús se
haya quedado corto en su petición: “en los días de su vida mortal, oró con clamor y lágrimas a quien
podía librarle de la muerte, y fue escuchado por su reverencial temor” (Hb 5,7). ¡De hecho el Padre no
ahorró a Jesús pasar por la angustia de la muerte!
¿Cómo escucha Dios nuestras peticiones? Circula por ahí un pps que ayuda a “imaginar” algunas
respuestas de Dios a quien le pide algo: a) A veces responderá con un sencillo “Sí”; b) En otras
ocasiones es posible que diga al orante: “Si, pero más tarde”; c) Y no faltarán los casos en que la
respuesta sea: “Tengo para ti algo mejor”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf