XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Dn. 12,1-3: Entonces se salvará tu pueblo.
En la primera lectura vemos como algo propio de la literatura apocalíptica, la
historia de la humanidad, como una lucha entre la luz y las tinieblas, el bien y el
mal, Dios y las fuerzas que se oponen a su proyecto salvífico. Se anuncia el triunfo
del bien sobre el mal en el final de la historia. Los elegidos y fieles a Dios, a pesar
de los trabajaos y tribulaciones, sufrimientos que acompañarán la crisis
escatológica, obtendrán la salvación, son los inscritos en el libro de la Vida (v.1; cfr.
Ex. 32,32-33; Sal.69, 29; 139,16; Is.4,3; Dn. 7,10; Lc,20,10; Ap.20,12). Es
Miguel, el gran Príncipe, quien llevará adelante el cumplimiento del plan de Dios,
como protector de Israel. Cambia la perspectiva, cuando el autor introduce el tema
de la resurrección de los muertos, en forma explícita: “Muchos de los que
descansan en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros
para vergüenza y horror eternos” (v.2). Los primeros que despertarán serán los
justos, es decir, los mártires, los que prefirieron la muerte, a no faltar a la fidelidad
de Dios, pero también se despertarán los enemigos de Dios, los que serán
condenados. Nos encontramos con uno de los textos importantes del AT., acerca de
la resurrección de la carne (cfr. Is.26,19) y de la vida eterna. Los sabios, los que
han escogido el bien, y la voluntad divina y enseñándola, se han convertido en
maestros, brillarán como estrellas en el firmamento (v.3). Este texto no sólo
sugiere el renombre después de la muerte de los justos o santos, sino una
transformación escatológica de sus cuerpos ya gloriosos.
b.- Hb. 10,11-14.18: Cristo, ofreció u sólo sacrificio.
Este pasaje bíblico sigue la meditación acerca de la superioridad del sacrificio de
Cristo por sobre los que se ofrecían diariamente en el templo. A la unicidad del
sacrificio de Cristo, se opone la multiplicidad de los sacrificios antiguos, que no
conseguían borrar los pecados (v.11). Los sacerdotes, además del sacrificio anual
del día de la expiación, todos los días ofrecían otros sacrificios, con lo que se
manifiesta que su obra nunca está acabada. En cambio, Jesús, ofreció su sacrificio
una sola vez, para sentarse a la diestra del Padre, es decir, acabada la obra, no
tiene necesidad de repetir, porque su sacrificio fue perfecto (cfr. Sal.110,1). Su
entronización a la derecha de Dios, es perfecta, su auto-entrega logró unir a al
hombre con Dios por medio del perdón de los pecados. Con una sola oblación,
perfeccionó para siempre, a los santificados, lo que no consiguieron los sacrificios
mandados por la ley, lo logró Cristo, purificar a su pueblo de los pecados, la unión
con Dios. En el trasfondo, contemplamos el cumplimiento de la nueva alianza
anunciada por los profetas, donde explícitamente, se habla del perdón de los
pecados, logrado a través del sacrificio de Cristo, acción confirmada por el Espíritu
Santo (v.15; cfr. Jr. 31,34; Hb. 8, 8-12; 10,18). Consecuencia lógica para el autor,
es que deben cesar los sacrificios de la antigua ley. ¿Para qué seguir ofreciéndolos?
Donde ya hay remisión de los pecados, ya no hay necesidad de oblación por ellos.
Mientras en un momento el autor, habla de perfección y santificación (v.14), ahora
nos habla de remisión, términos equivalentes (cfr. Rm. 4, 5-7); lo esencial, es el
perdón de los pecados, obtenido por Jesucristo a favor de los hombres.
c.- Mc. 13, 24-32: Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos.
El evangelio nos habla de la segunda venida en gloria del Hijo del Hombre (vv. 24-
27), la parábola de la higuera (vv. 28-30), y el valor perenne de la palabra de Jesús
(vv. 31-32). Nos encontramos en el discurso escatológico de Marcos, donde habla
de la venida del Hijo del hombre, centro de todo el discurso, que deja clara una
serena esperanza, es más, la certeza de la victoria de Cristo. De cara al mensaje de
destrucción de un mundo corrompido, se presenta la mirada de los elegidos la
figura del Hijo del hombre, Cristo que viene sobre las nubes del cielo (v.26). Esta
es la novedad para los elegidos, los que han sido fieles en el combate de la fe,
superada la fascinación de los falsos profetas, firmemente cimentados en la Palabra
de Dios, habiendo probado la tribulación por el Evangelio, serán reunidos por los
ángeles sus elegidos de los cuatro extremos de la tierra (v.27). Este discurso
escatológico, pasa de la conmoción de las fuerzas del universo a la comunión e
intimidad con Jesucristo. Esta parusía de Cristo, es la coronación de una existencia
entregada por ÉL, recompensada con la vida eterna, porque asociada a ÉL en
comunión de vida. No se habla del juicio de los impíos, sino de una esperanzadora
promesa de los elegidos. La parábola de la higuera, segunda parte de este texto
(vv. 28-30), exhorta a estar atentos al tiempo presente, atentos al reconocimiento
de los gérmenes del tiempo final, como los habitantes de Jerusalén, cuando ven
que cercano el verano la higuera se cubre de nuevas hojas. También puede
representar al templo y a la ciudad de Jerusalén, a la que Cristo contempló llena de
hojas, pero sin frutos, maldijo la higuera, y ésta se secó, sin poder saciar su
hambre. Ahora su significado se refiere a la consumación del templo y de la ciudad
a manos de los paganos, los romanos, el año 70. La higuera sin hojas, es la imagen
de la vaciedad de las instituciones israelitas, el misterio de algo nuevo está por
llegar: es la eclosión del evangelio. La tercera parte del texto (vv. 31-32), garantiza
que las palabras de Jesús no pasarán, es decir, ni siquiera el Hijo del hombre,
puede ponerles fecha. Se precisa, que su venida es inminente, nadie conoce ni el
día ni la hora, tampoco los ángeles ni el Hijo, su conocimiento sólo está reservado a
Dios Padre. El secreto de la venida del Hijo del Hombre, pertenece sólo al Padre;
Jesús quiere dejar ese misterio en las manos de su Padre, consumación del tiempo
del Mesías. Sólo Dios Padre es el árbitro de la historia humana, con lo que deja
claro que el Hijo está subordinado al Padre, con lo que nos invita a tener la misma
actitud. En este tiempo de vigilancia y esperanza, debemos evitar quedarnos en el
pasado, como un mero recuerdo de la salvación, algo del pasado, que se revive en
la liturgia sacramental por la acción de Jesucristo y la fe de la comunidad. Otros
fijan su atención sólo en el futuro, en la vida eterna; es más olvidan el compromiso
temporal de la fe, viven ausentes de las preocupaciones del mundo. Sólo tenemos
el presente por lo tanto, aquí es donde están radicadas las promesas y esperanzas;
sólo así la fe se llena de esperanza y caridad. Poseemos la salvación que Cristo
Jesús nos dejó, y que el Espíritu Santo, actualiza por su acción, es el “Sí” de la
economía de la salvación, pero el “todavía no” de su cumplimiento definitivo,
completo. Estamos en el tiempo de la Iglesia, que mientras tanto, espera vigilante,
evangeliza a los hombres y les enseña cómo Jesucristo está siempre viviendo a su
vida, hasta que lo haga en forma definitiva en majestad y gloria sobre las nubes del
cielo.
Santa Teresa de Jesús, nos exhorta a la perseverancia en la fe hasta el final con
estas palabras: “Será gran cosa a la hora de la muerte ver que vamos a ser
juzgadas de quien habemos amado sobre todas las cosas” (CV 40,8).