XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 5,1-10: El Cordero fue degollado, y con su sangre nos ha comprado
de toda nación.
b.- Lc. 19, 41-44: Lamentación de Jerusalén.
Este texto propio de Lucas, tiene otro semejante (Lc. 13, 34), donde se destaca que
Jesús lloró al contemplar a Jerusalén. Sabe que la ciudad será reprobada,
destruida, cumpliéndose así las palabras del profeta: “Les dirás esta palabra: Dejen
caer mis ojos lágrimas de noche y de día sin parar, porque de quebranto grande es
quebrantada la doncella, hija de mi pueblo, de golpe gravísimo” (Jr. 14,17). Jesús
llora por la ciudad. Le viene el castigo, sus lágrimas son de impotencia, encierran
un profundo misterio. Se limita a decir: “Si hubieras comprendido…” (v. 42), lo que
es para tu paz. Encuentra en ella resistencias, el poder de Dios se oculta en la
debilidad y el amor salvador de Jesucristo. Respeta a este grado la libertad del
hombre, su llanto, es el último llamado a la conversión de la ciudad. La deseada
paz mesiánica ahora había de ser otorgada, luego de su entrada triunfal a la
ciudad, tenían que reconocerle como el príncipe de la paz, como la habían
anunciado los profetas, y como el pueblo lo había aclamado a su ingreso (cfr.
Lc.19,38). Pero Jerusalén no lo reconoció; mató y apedreó a los profetas que Dios
había enviado, se cierra a la palabra de Dios (cfr. Lc.13, 34; Dt. 32, 28). La ciudad
no acepta la paz que Dios le ofrece, no reconoce a Jesús, lo llevará a la cruz; su
ingreso a la ciudad de Jerusalén y su próxima muerte queda oculta a los ojos de
ellos por designio divino. Ello no impide que la lamentación de Jesús, sea autentica,
como la culpa de Jerusalén. Cuando descubre que los sabios lo rechazan y los
pequeños acogen la sabiduría escondida en sus palabras, alaba el designio divino
porque el Padre lo ha dispuesto así (cfr. Lc.10, 21). El rechazo de Jesús como
Mesías, equivale a una ceguera espiritual, lo que hace imposible el deseo de Jesús;
la ciudad ha sido herida, el plazo de gracia ha vencido (cfr. Jr.15, 5). Luego viene el
anuncio de la ruina de la ciudad (vv. 43-44), porque no conoció, ni reconoció el
tiempo de la visita de Dios, no aceptó su desbordante bondad manifestada en
Jesús, el Mesías venido de lo alto, que ilumina las tinieblas y encamina nuestros
pasos por sendas de paz (cfr. Lc.1,68-79). En Galilea el pueblo reconoce que Dios
ha visitado a su pueblo misericordiosamente (cfr. Lc.7, 16), en cambio, Jerusalén
no reconoce al príncipe de la paz en su triunfal ingreso a la ciudad. Sólo en Él
conoce el hombre la paz, cúmulo de todos los bienes mesiánicos; don del Padre
para los creyentes.
Teresa de Jesús, nos ayuda a comprender esas lágrimas de Jesús contemplando
Jerusalén. “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con
flaquezas y trabajos, y es compañía” (V 22,10)