Ciclo B. XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio del domingo de hoy hace alusión a las últimas palabras del credo de
nuestra fe que recitamos en la Eucaristía: “creo en la resurrección de la carne y en
la vida eterna”. Con fe humilde pero firme los cristianos proclamamos que
Jesucristo, a partir de su propia experiencia de su resurrección y ascensión a los
cielos, es el destino último del mundo y de la humanidad. Nuestra vida no termina
en un vacío inútil sino en el abrazo del Señor de la ternura y de la misericordia en
el cielo. Conviene, entonces, adoptar una actitud permanente de esperanza y de
confianza en el Señor. Esta esperanza, sin embargo, no es un alarde futurista para
estar con los brazos cruzados sino, por el contario, debemos construirla en nuestro
diario caminar, en el presente. La construcción del Reino nos corresponde a cada
uno porque el final está ya aquí y ahora, en el cielo seremos una prolongación de
nuestra propia consecuencia en esta vida. No hay otra cosa que esperar que la
culminación de lo que hemos comenzado a vivir. Lo que interesa es vivir a plenitud
desde la fraternidad y el amor, trabajar para hacer el mundo más humano a los
ojos de Dios y, de esta forma, adelantamos la plenitud del Reino en nuestro propio
presente. No podemos hacer un puente de separación entre nuestra vivencia aquí y
nuestro encuentro con Dios. Salvando la infinita misericordia de Dios, que nunca
podremos medir, cosecharemos lo que sembremos.
Lejos, entonces, por abrumarnos y abatirnos ante el futuro próximo, o ante la
realidad del tránsito hacia Dios, nuestra vida debe estar marcada por la esperanza
que consiste en un estado de vigilancia activa que nos evite esos periodos de
resignación, de apatía, de vacío interior, y nos conduzca hacia un futuro optimista e
ilusionante.
Encontrar estímulos permanentes para dar sentido de plenitud a nuestra vida,
ejercitarnos en labores de espíritu de servicio, mirar el futuro con ojos nuevos,
renovar nuestra mente y espíritu, descubrir el lado trascendente de la vida, serán
lagunas de las múltiples actitudes que debemos tener presente a la luz de las
enseñanzas que se deducen del mensaje del evangelio de hoy.
En cada Eucaristía anunciamos la muerte y la resurrección hasta que Él venga.
Anunciamos y vivimos que en medio de la
historia está el sentido de lo que hacemos a pesar de la muerte, la destrucción, la
limitación y el mal que nos cuesta aceptar y convivir con él. Compartimos que esta
vida tiene el sentido de la esperanza que esperamos culminar y plenificar en la
definitiva al encontrarnos con el abrazo generoso de Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)