Ciclo B. XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
No os dejéis extraviar por doctrinas llamativas y extrañas (Heb 13, 9)
Predicha la destrucción del templo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés preguntan a
Jesús: «¿Cuándo sucederá eso?». No es del todo imposible que ellos se crean,
debido a su precedencia por vocación, merecedores de revelaciones especiales.
Es posible asimismo que la pregunta privada de los primeros llamados surja de un
poco de miedo de que les pase lo mismo que les pasó a los profetas de Baal.
Gritaban que gritaban éstos brincando, nada de respuesta recibieron. Los
discípulos de la primera hora que han aguantado el peso del día y el bochorno
serán, a mi parecer, los que más interes tendrán en acertar las señales y en
obtener una garantía sólida de que todo se cumplirá, que no acabarán ellos siendo
los más desdichados de todos.
Pero la menos dudable de las conjeturas es la que atribuye la pregunta a los
primeros cristianos. Arrastrados de sus casas y metidos en las cárceles por disentir
de los que buscan, entre otras vanidades, los asientos de honor en las sinagogas, o
bien, expulsados de ellas y perseguidos por los responsables del culto oficial, esos
primeros cristianos preguntan cuándo se establecerá el reino de Dios en pleno y
una vez para siempre, lo que significará tanto su liberación de los tiempos difíciles y
del pecado como su levantamiento para la vida perpetua. Se hace la pregunta en
el espíritu del salmista que clama una y otra vez: «¿Hasta cuándo, Señor?», y del
Siervo Sufriente que grita con fuerza: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?».
Efectivamente, los cristianos afligidos suplican a Dios que extienda su brazo y les
arranque de la gran tribulación. Como Jesús y con él, cantan un himno de angustia
y de alabanza; siguen confiando en Dios, no obstante su aparente desesperación, y
encomiendan su espíritu a las manos del Padre. Sólo se fían de la aseguranza de
su Maestro: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán». Aceptando la
enseñanza de que ᆱel día y la hora nadie lo sabe …, solo el Padreᄏ, no se dejan
llevar por los engaños y las apariencias hipócritas de los arrogantes que se declaran
conocedores inerrantes de los designios secretos de Dios. Lo que les importa sobre
todo es la manifestación del Hijo del Hombre «con gran poder y majestad».
Y se mantienen los primeros cristianos firmes en la enseñanza clara e
incontrovertible del Evangelio de que cuando venga el Hijo del Hombre, el-como-
Dios que salva de verdad, se revelará como el hermano o la hermana pobre y más
insignificante a quien hubieren acogido los que se llamarán benditos o de quien no
hubieren hecho caso los que se llamarán malditos. Es por eso que no tardan en
socorrer a las viudas, las preñadas y las paridas, los huérfanos y los forasteros en
sus tribulaciones y en quererlos como «señores suyos», buscando «incluso a los
más pobres y abandonados»—por usar las palabras de san Vicente de Paúl (III,
359; X, 680; XI, 273). Saben que no hay otro y mejor día o tiempo de preparación
para el encuentro con el Hijo del Hombre que hoy y ahora.
En la fracción del pan, pues, reconocen los discípulos que la conversión del pan y
del vino en el cuerpo y la sangre del Señor señala que el desvalido es sacramento
de Cristo y que la conversión de ellos ahora es prenda del cambio que verán en el
futuro, cuando vuelva el Señor.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)