Comentario al evangelio del Lunes 19 de Noviembre del 2012
Dame, Señor, tu mirada
Qué molestos nos resultan los mendigos. Les solemos negar la mirada y en muchas ocasiones hasta
cambiamos de cera, si nos es posible. Suscitan en nosotros desconfianza y cierto rechazo.
Nuestra mirada se ha especializado en detenerse en determinadas cosas y desechar otras. Hemos
domesticado hasta nuestra forma de percibir. Hemos rutinizado nuestra forma de ver las personas y el
mundo que nos rodea.
Cuando algo rompe el cliché que nos hemos fabricado, nos desorienta y tendemos a negarle nuestra
atención.
Se necesita cierta dosis de osadía e ingenuidad, de búsqueda de lo nuevo para tener una actitud de
permanente apertura a lo que la vida y las personas nos ofrecen diariamente.
Pareciera que hemos puesto a nuestro corazón anestesia, no sea que nos duela o inquiete la realidad o
las personas que hemos situado al margen de nuestra vida.
Creo que Jesús y su Evangelio quieren, entre otras cosas, provocar esta actitud de estar atentos a los
pequeños signos, huellas, mensajes que la realidad y las personas nos transmiten diariamente.
Sin embargo, ¿no es cierto que hasta la lectura del Evangelio, en ocasiones adquiere tonos de algo
sabido, acostumbrado?
Leer el Evangelio desde una perspectiva abierta a la realidad, dejando que se cuele en los entresijos de
nuestra vida nos cuesta.
A Jesús sin embargo, lo solemos ver constantemente dejándose interpelar por las personas y los
acontecimientos de cada día. Acogiendo con los cinco sentidos cuánto se cruza en su vida y
releyéndolo desde su experiencia de Dios.
Se interesa por las historias, los nombres, las vidas de la gente, aunque como en este caso sea un
mendigo. Rompe los clichés de su época y se acerca sin ningún rubor a los demás para hacerse su
prójimo. Para tratarlo como sabe que a Dios le gustaría que lo tratara: como un ser humano, ni más ni
menos. Una persona débil y necesitada pero un hijo de Dios al fin y al cabo.
Jesús, en verdad era un hombre-Dios apasionado por la vida, nadie le era indiferente, nada humano le
era indiferente.
Es posible que en nuestro corazón alguna vez también brilló esa pasión honda por Jesús, por el
Evangelio, por los demás y tal vez aún ahora siga existiendo ¿o no?
.Dejemos que Jesús se interese por nuestras necesidades y pidámosle que siga vivificando nuestro amor
primero. Que transforme nuestra forma de mirar. Que hoy nuestro corazón rece como un susurro:
“Dame, Señor; tu mirada”.
Loli Almarza