Comentario al evangelio del Sábado 24 de Noviembre del 2012
Al final de una tarea realizada, miramos atrás para saborearla. Nos gusta recrearnos en lo bien hecho,
analizar cada paso y corregir algún posible error. Al final de la vida, nuestra gran tarea a saborear, a
analizar, no será otra cosa que nuestra propia vida.
Muchos de nosotros hemos puesto todo nuestro empeño en una cosa: ser testigos del Señor, es decir,
que nuestra vida, palabras y acciones muestren a Jesús.
No sabemos cómo será el cielo que se nos ha prometido, sólo sabemos que en aquél día se nos dirá:
“mi siervo, amado, fiel”. Y podremos ver al Señor cara a cara.
Mi corazón se estremece tan sólo de pensarlo.
No obstante esa misión que se nos ha encomendado, no es un añadido en nuestra vida. O es el centro
que determina todo cuanto somos o hacemos o simplemente no somos testigos.
Hoy celebramos la memoria de a San Andrés Dung-Lac junto con los otros 116 mártires vietnamitas de
los siglos XVIII y XIX (ocho obispos, cincuenta sacerdotes, cincuenta y nueve laicos, hombres y
mujeres de diferentes edades y condiciones , todos los cuales prefirieron el destierro, las cárceles, los
tormentos y finalmente la muerte a renunciar a su fe. Su fortaleza es la fortaleza de los millones de
católicos vietnamitas que a pesar del acoso y la discriminación que sufren, todavía en nuestros días,
permanecen fieles, siendo testigos de la paz y la reconociliación.
Para ser testigo como ellos se necesita mucha audacia y mucha fe. Pidámosle al Señor, el testigo fiel,
que nos enseñe y ayude a ser en verdad sus testigos en todas las situaciones de nuestra vida.
Loli Almarza