Ciclo B. XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
Rosalino Dizon Reyes
Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino (Lc 23, 42)
Pregunta Pilato a Jesús: «¿Qué es la verdad?». Y sin más se va al otro lado,
adonde están los judíos. No soporta la verdad.
Hace Pilato lo que los sumos sacerdotes y sus secuaces escribas, fariseos,
herodianos y saduceos. Ellos afirman que no tienen más rey que al César. El
romano y estos llamados simplemente «judíos» se resisten al que, dando
testimonio de la verdad de que él es el rey mesiánico, el Hijo de Dios, les invita a la
fe. No son de la verdad, por eso la invitación cae en saco roto. ¿Acaso su
culpabilidad no se debe básicamente a que tienen ellos mucho que perder?
Cierto está de que ninguna culpa tiene Jesús, pero Pilato lo manda azotar y deja
que al inocente se le burle cruelmente. Hace el político lo que le conviene, a
expensas del justo. Lo entrega luego para ser crucificado; no quiere perder la
amistad del César.
Mayor pecado tienen los acusadores que temen perder su lugar sagrado y su
nación. Se dejan convencer por el consejo de Caifás de que conviene que muera
un solo hombre por el pueblo. Se puede sacrificar, pues, cualquier persona al bien
común propuesto por ellos. Y tienen cargo del templo, en el que hay, según el
Padre Pagola, grandes almacenes donde se recoge el grano de los diezmos y las
primicias.
Los que no tienen nada que perder, en cambio, aceptan la verdad de Cristo Rey.
No tienen ambiciones egoístas ni agendas ocultas. Sin intereses propios que
promover, no necesitan convertir la cruz en una ideología de explotación. No
tienen por qué distorsionar, como lo hace el individualismo que se disfraza de
subsidiariedad, tales dichos como: «Mi reino no es de este mundo»; «A los pobres
los tenéis siempre con vosotros»; «Dadle al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios». Se les declara dichosos, sí, a estos que nada tienen, porque de
ellos es el reino de los cielos.
El ejemplo más sobresaliente de los pobres verdaderamente libres, a los cuales les
da igual la hartura o el hambre, la abundancia o la privación (Fil 4, 11-12), es la
Concebida sin pecado. Sin ningún prestigio de los soberbios que perder, ni trono
rico y poderoso, la humilde esclava del Señor cree el anuncio angélico de que su
hijo será el rey eterno del reino sin fin.
Ejemplos notables también son: santa Catalina Labouré que, sin necesidad de
darse importancia, se mantiene ecuánime y silenciosa a imitación del Jesús joaneo
que se muestra majestuoso en su serenidad y su silencio en medio de sufrimientos;
san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y santa Isabel de Hungría, quienes
reconocen la realeza de sus «amos y señores», por los cuales se despojan de sí
mismos y de todo lo que figura como suyo; san Ignacio de Loyola, quien al oír y
contemplar al Rey celestial que es más liberal y más humano que los más liberales
y más humanos reyes terrestres, lo sigue, tornándole todo lo que de él ha recibido.
Y todos los sin nada y pendientes de la venida en las nubes del Príncipe de los
reyes de la tierra—lo que es obvio en su proclamación de la muerte del Señor hasta
que él venga—son dichosos de más, pues verán la verdad cara cara, cuando el
Señor mismo se ciña, los haga sentar a la mesa y les sirva.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)