Domingo XXXIV del tiempo Ordinario del ciclo B. Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo.
1. El Hijo del hombre es Nuestro Rey.
"Su dominio es eterno y no pasa
Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo
de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo
respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin" (DN. 7, 13-14).
Estimados hermanos y amigos:
En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la primera acepción
-o significado- de la palabra "rey", es la siguiente: "Monarca o príncipe soberano de
un reino". En el extracto de la profecía de Daniel que estamos considerando,
aparece Nuestro Santo Padre como un anciano porque los hermanos de raza de
Nuestro Salvador respetaban mucho a los ancianos porque valoraban las
experiencias vitales de los mismos las cuales les eran transmitidas por los tales a
quienes eran más jóvenes que ellos para que les sirvieran de ejemplos a seguir, y
Nuestro Salvador, como el Hijo del hombre, que vendrá entre las nubes, -signos de
la manifestación de la presencia y la gloria de Dios-, a concluir la instauración de su
Reino en nuestra tierra, como Rey designado por Nuestro Santo Padre.
¿Qué fue lo primero que hizo Jesús después de aparecer entre las nubes del cielo,
según nos dice Daniel, en el extracto de su profecía que estamos considerando?
Jesús "se acercó al anciano y se presentó ante él". Recordemos las siguientes
palabras que pronunció Jesús, en diferentes circunstancias, que acaecieron durante
los años que se prolongó, su Ministerio público:
"Les dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y
llevar a cabo su obra"" (JN. 4, 34).
"Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo, y mi juicio es
justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (JN.
5, 30).
Cuando rezamos el Padre nuestro, le decimos a Nuestro Santo Padre: "Hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo".
¿Es verdad que deseamos que la voluntad de Dios se haga en nuestro mundo, o
solo pronunciamos las citadas palabras, porque forman parte de una oración que
pronunciamos mecánicamente, sin ser conscientes de lo que significan?
¿Es el cumplimiento de la voluntad de Dios el alimento que acrecienta nuestro
espíritu para que, al vivir dispuestos a ser perfectos imitadores de Jesús, seamos
dignos de alcanzar la salvación que aguardamos?
Si el alimento de Jesús fue "hacer la voluntad del que lo envió, y llevar a cabo su
obra" (CF. JN. 4, 34), ¿Cuál debería ser nuestro alimento espiritual?
Según JN. 5, 30, Jesús sabía que su forma de juzgar y actuar era justa, no
porque hacía su voluntad, sino porque cumplía la voluntad de Nuestro Santo Padre.
¿Tenemos la confianza de hacer siempre lo correcto, porque nos amoldamos al
cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre?
Por cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre, -que consiste en hacernos
partícipes de su Reino de amor y paz-, Jesús fue nombrado Rey por Nuestro Santo
Padre, no para servirse de sus súbditos, sino para constituir con ellos, la familia de
Nuestro Santo Creador. Jesús vino al mundo siendo extremadamente pobre, jamás
buscó ser enaltecido como muchos que ambicionan el poder, la riqueza y el
prestigio, no tenía dónde reclinar la cabeza (CF: LC. 9, 58), y fue tan grande su
amor hacia el Padre y sus hijos, que, al no tener nada más valioso que sacrificar
para demostrarnos que somos amados por el Dios Uno y Trino, murió para vencer a
la muerte desde la entraña de la misma, y para enseñarnos que, cuanto más
graves sean nuestras dificultades, mayor será la esperanza de que Dios las
aprovechará para purificarnos y santificarnos, con tal de hacernos aptos para vivir
en su presencia.
Jesús encaminó su existencia a la vivencia de su Pasión, muerte y Resurrección,
porque vino a Palestina, a consumar nuestra redención.
"Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su
voluntad de ir a Jerusalén" (LC. 9, 51).
San Lucas hace referencia al viaje que Jesús hizo a Jerusalén, para concluir la
realización de su obra salvadora.
Recordemos el siguiente texto de San Pablo:
"El Espíritu (Santo) mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que
somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y
coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.
Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la
gloria que se ha de manifestar en nosotros" (ROM. 8, 16-18).
Cuando los primeros cristianos eran perseguidos, se consolaban pensando que, si
tenían la dicha de compartir los padecimientos de Jesús, serían dignos del don de
alcanzar la Bienaventuranza eterna. Si vivimos haciendo del cumplimiento de la
voluntad de Dios nuestro alimento espiritual, -aunque ello a veces nos atraiga
dificultades-, tendremos la dicha de ser herederos de dios y coherederos de Cristo,
-es decir, viviremos con Cristo, en la presencia de Nuestro Santo Padre-.
Recordemos lo que Nuestro Salvador le dijo a Nuestro Padre celestial, en su oración
sacerdotal:
"Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros...
Como tú me has enviado al mundo,
yo también los he enviado al mundo.
Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad.
No ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí,
para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste,
para que sean uno como nosotros somos uno:
yo en ellos y tú en mí,
para que sean perfectamente uno,
y el mundo conozca que tú me has enviado
y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, los que tú me has dado,
quiero que donde yo esté
estén también conmigo,
para que contemplen mi gloria,
la que me has dado,
porque me has amado
antes de la creación del mundo" (JN. 17, 11. 18-24).
2. Jesús es Nuestro Redentor.
"El príncipe de los reyes de la tierra
nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8
Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los
reyes de la tierra.
Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha
convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.
A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron.
Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.
Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene,
el Todopoderoso."" (AP. 1, 5-8).
Quienes fueron resucitados en los tiempos bíblicos a fin de hacernos creer que
algún día resucitaremos para no morir jamás, volvieron a morir después de
recuperar la vida, así pues, solo Jesús y María Santísima -por no haber estado
expuesta a pecar por haber sido templo de Dios-, resucitaron para no morir jamás.
Jesús murió y resucitó para concedernos la dicha de vivir en su Reino. Muchos
cristianos que no creen plenamente esta verdad, o piensan que ello no ha supuesto
ningún cambio en su vida actual, no quieren anunciarle a nadie, lo que el Señor ha
hecho en su favor. Dios es Todopoderoso, y nosotros somos limitados. Demos
testimonio de lo que el Señor ha hecho en nuestra vida, y no de lo que hemos
hecho por El, porque, servirlo en nuestros prójimos los hombres, es un privilegio.
Quizás el hecho de saber que Jesús concluirá nuestra redención a medida que nos
dejemos purificar y santificar no transforma nuestra vida, pero no olvidemos que el
Mesías nos ha prometido la vida eterna.
Cristo aparece en el Apocalipsis victorioso en sus batallas contra las fuerzas del
mal, y glorioso en su posesión y vivencia de la paz divina. Ello nos sugiere que,
aunque tengamos dificultades en este tiempo, nuestra historia no terminará mal,
porque empezó en la eternidad de Dios, y debe alcanzar su punto culmen, cuando
volvamos a la presencia de Nuestro Creador.
Jesús ha hecho de nosotros un pueblo sacerdotal, que, además de hacer el bien
como si de ello dependiera su salvación, tiene la posibilidad de sentirse
corresponsable de la salvación de la humanidad.
Todos verán a Jesús cuando aparezca entre las nubes, incluyendo a quienes le
traspasaron, los cuales pueden ser los soldados que lo crucificaron, o aquellos de
sus hermanos de raza que lo persiguieron con saña. Ello nos sugiere que, cuando
no necesitemos de la fe para creer en Jesús porque lo veremos tal cual es, nos
arrepentiremos plenamente de haber pecado, y ello nos hará sufrir, hasta que nos
sintamos perdonados por Dios, después de que seamos juzgados.
Jesús es el Alfa y la Omega, el principio del que procedemos, y la meta a la que
seremos conducidos. Vivamos preparados a recibir al Señor en su Parusía o
segunda venida, como si la misma aconteciera en este día.
3. Cristo es el Rey que se nos da a conocer como la Verdad.
"Tú lo dices: soy rey
U Lectura del santo evangelio según san Juan 18, 33b 37
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús:
—«¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó:
—«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó:
—«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes
te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó:
—«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia
habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de
aquí.»
Pilato le dijo:
—«Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó:
—«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo;
para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»" (JN.
18, 33-37).
Dado que el Sanedrín carecía del poder necesario para condenar a Jesús a
muerte, los enemigos del Señor, valiéndose del hecho de que Jesús dijo de Sí
mismo cuando fue enjuiciado ante Caifás que es el Hijo del hombre profetizado por
Daniel (CF: MT. 26, 63-64), tomaron la decisión de acusarle ante Pilato de haberse
proclamado rey, con tal de conseguir que el yerno de Tiberio César dictara la
sentencia a muerte del Mesías. Aunque Pilato sabía que los líderes judíos le
entregaron a Jesús por envidia, porque no era difícil deducir que Jesús no tenía
aspiraciones de alcanzar poder, riquezas y prestigio, cedió al ser amenazado por el
Sanedrín, y terminó mandando crucificar al Señor.
En la meditación de la primera lectura correspondiente a este último Domingo del
Año litúrgico (DN. 7, 13-14), hemos recordado que el Reino de Dios está fundado
sobre el amor divino y humano, y sus miembros, el único privilegio que desean
tener, consiste en servirse desinteresadamente, unos a otros. Los acusadores de
Jesús cambiaron el significado de DN. 7, 13-14, para hacerle creer a Pilato, que
Jesús se proclamó rey, no para actuar como el Hijo del hombre profetizado por
Daniel, sino para actuar como enemigo de Roma. Este hecho me sugiere el
pensamiento de que, al interpretar la Biblia erróneamente, podemos cometer
errores graves.
Las autoridades romanas hubieran combatido a cualquiera que se hubiera
proclamado a Sí mismo como rey para hacerles la guerra, y hubieran ignorado a un
mesías religioso sin aspiraciones mundanas, por no considerarlo peligroso.
Recordemos que Pilato dejó escapar a muchos falsos mesías del pretorio cuando las
autoridades religiosas de Israel le pidieron que les mandara ejecutar, así pues, el
yerno de Tiberio César fue presionado, para que no librara a Jesús de la pena que
sus enemigos quisieran que constituyera el fin de su vida.
Jesús dijo ante Pilato que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo. Pilato
sabía que Jesús le fue entregado por causa de la envidia de los enemigos del Señor,
no porque hubiera merecido ser juzgado. A pesar de ello, Pilato no tuvo fuerza para
hacer justicia, evitando la muerte de Jesús, sino que sacrificó la vida del Profeta de
Nazaret, con tal de asegurarse la conservación de su trabajo.
¿Mantenemos nuestra posición social por haber actuado contra los derechos de
quienes son más débiles que nosotros?
Si es doloroso reconocer que hemos vivido sin aceptar a Jesús como Camino que
nos conduce a la presencia de Nuestro Santo Padre, como verdad que nos hace
libres, y como la vida eterna de la gracia que añoramos (CF. JN. 14, 6), más
doloroso es pensar que, aunque conocemos la Verdad de Dios, vivimos sin prestarle
atención.
¿Qué es la verdad?
Debemos aprovechar la riqueza que nos aporta el conocimiento de la diversidad
de ideologías existentes en el mundo para enriquecernos. Debemos ser respetuosos
con quienes no comparten nuestras opiniones, pero ello no debe hacernos pensar
que la Verdad de Dios es relativa, porque, de serlo, no podemos distinguir entre lo
que es bueno y malo, y la justicia se convierte en cualquier cosa que nos beneficie.
La verdad no es cualquier cosa con la que esté de acuerdo la mayoría de la gente
que nos rodea o que nos ayude a escalar una posición social mejor que la que
mantenemos en la actualidad.
En un mundo en que hay tantas verdades, aún resuenan las siguientes palabras
de Jesús:
""Si os mantenéis en mi Palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres"" (CF. JN. 8, 31-32).
Al concluir el presente Año litúrgico, es positivo para nosotros pensar si tenemos
más fe en Dios que cuando empezamos a vivir el tiempo de Adviento.
Aprovechemos la celebración del Año de la Fe que estamos conmemorando, para
pensar si estamos esforzándonos en aumentar nuestro conocimiento de Dios, para
que el Espíritu Santo pueda aumentarnos la fe que tenemos, en el Dios Uno y Trino.
Siempre que lo deseemos, Dios nos dará la oportunidad de conocerlo, aceptarlo y
amarlo. Este es el último Domingo del presente año litúrgico, pero, el próximo
Domingo, al iniciar el ciclo C de la Liturgia de la Iglesia, -en que meditaremos el
Evangelio de San Lucas-, el Señor se nos seguirá manifestando, y nos
corresponderá a nosotros, decidir si amoldamos nuestra vida, al cumplimiento de
su voluntad.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com