XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
El Reino de la Verdad
Concluimos hoy el ciclo anual de la liturgia con la solemnidad de Cristo Rey, una fiesta
instituida en 1925 y colocada, tras el Concilio, en este domingo. Del Reino de Dios, en
el cual Jesús es el Rey, hablan todas las lecturas bíblicas dominicales. La profecía de
Daniel (7,13-14) pone en el horizonte de la historia, marcada por el sufrimiento
humano, la esperanza en un Reino eterno, el de Dios, presidido por una figura
misteriosa, un hombre, el Hijo del Hombre, situado al nivel divino desde su condición
humana. El inicio del Apocalipsis (Apo 1,5-8) proclama, en su género, que ese
Hombre es Jesucristo, el crucificado y resucitado, y que su amor es el fundamento de
la liberación radical de la humanidad. Por eso él es el Príncipe de los reyes de la tierra
y su reinado consiste en ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37). Cuando escuchamos
su voz y somos conscientes de su amor experimentamos la transformación profunda
que nos convierte, por el sacrificio de su sangre, en un reino sacerdotal, el Reino de
Dios.
Esta transformación se ha iniciado en el tiempo por medio de Jesús, con cuya entrega
amorosa hasta la donación de la vida, por medio de su sangre, pone en crisis todos
los elementos del orden sistémico de este mundo, tanto en su época, dominada por el
poder político del imperio romano y el poder social y religioso de los judíos, como en
la nuestra, sometida globalmente a otros tantos despotismos en el orden político,
social y, sobre todo, económico. La escena del proceso romano contra Jesús en el
cuarto evangelio desarrolla una doble crisis, el juicio condenatorio de Pilato hacia
Jesús y la crisis de este mundo mediante la palabra de la verdad, pronunciada y
sostenida por el testigo fiel, Jesús, cuya realeza pone en evidencia, incluso con el
silencio, la mentira de todo poder despótico, la carencia de autoridad moral de quien
se rinde al populismo fácil, y la manipulación de la persona humana mediante el
engaño embaucador que pisotea su dignidad y libertad. En el diálogo entre Pilato y
Jesús, a éste se le llama insistentemente Rey (Jn 18,33.37.39; 19,3.12.14.15) pero el
fragmento evangélico de hoy aborda el sentido y el origen de dicha realeza (Jn 18,33-
37). El exégeta Xavier Alegre nos proporciona una interpretación magnífica de esta
escena evangélica.
Para Juan existe una profunda relación intrínseca entre el motivo de la «crisis» y el de
la realeza de Jesús. Jesús es el rey de los judíos en cuanto que es el enviado único del
Padre, el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Exaltado en la cruz, su trono, atrae a
todos los hombres hacia sí (Jn 12,32; cfr. 3,14s; 8,28). Por ello los hombres no
pueden quedar indiferentes ante él. Han de tomar partido por o contra él, según oigan
o no su voz. Aunque su reino no es «de este mundo», está en este mundo, y es aquí
donde hay que hacer la opción frente a él. Otro aspecto de la realeza de Jesús es que
la manifestación de la gloria real de Jesús se muestra incluso en la humillación. En la
«ironía» del evangelista los atributos reales de Jesús son una corona de espinas y un
manto de púrpura que se prestan a la burla de los soldados, como se presta a la
burla, también, el título que está colocado encima de la cruz. Pero a los ojos de la fe
es ahí donde brilla con más fulgor la gloria del Unigénito del Padre. Juan subraya
además que Pilato constata la inocencia política de Jesús (cf. 18,38; 19,4.6.12). No
fueron auténticas razones políticas las que motivaron su condena, sino las calumnias
de los judíos que manipularon a Pilato. Jesús no fue crucificado como un
revolucionario político sino por motivos religiosos.
La palabra de Jesús explica bien en qué sentido él es rey. Su reino no es de aquí ni es
algo político, no es mundano ni se rige por los criterios ni métodos de los reinos de
este mundo. Tampoco es un reino «espiritualista». Que no sea de este mundo
significa que no tiene aquí su origen. Pero Juan nos da el sentido positivo del reino al
decir: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». En este proceso Jesús,
como revelador único del Padre, no es sólo un testigo de la verdad, sino la verdad
misma (cfr. Jn 14,6). Por eso todo el que se encuentra con él no puede permanecer
neutral ante él: se ve obligado, como Pilato, a tomar postura por o contra él.
Los creyentes, que pisamos tierra en este mundo y en esta historia, hemos de hacer
opciones concretas, también en lo político. No querer tomar ninguna opción significa,
de hecho, dejarse llevar, como Pilato, por fuerzas o poderes que no controlamos. Al
contemplar el proceso contra Jesús, se ha de reconocer que toda actuación humana
tiene una repercusión política. Si no fuera así, las autoridades romanas no habrían
condenado a Jesús. Pero el evangelista Juan excluía una concepción del cristianismo
como alternativa de poder. Lo que sí proporcionaba el evangelio era una
desdivinización del poder político y del sistema del imperio, así como una mayor
libertad en el hombre frente a las pretensiones coercitivas de cualquier gobierno o
poder. Juan aporta además en su evangelio una serie de criterios que pueden
ayudarnos a descubrir si en nuestras acciones nos dejamos llevar por el espíritu de los
poderes de este «mundo» o de este sistema o por el espíritu de Jesús, auténtico rey
en el reinado de Dios. El sistema de este «mundo» es, por su misma naturaleza,
asesino y mentiroso (Jn 8,44) y quiere imponer sus intereses y criterios en todas las
esferas de la vida.
La actuación de los judíos y de Pilato, condenando a Jesús, revela que los poderes de
este mundo son capaces de usar todos los medios a su alcance para conseguir sus
objetivos aunque sea a costa de los inocentes. Por el contrario, el espíritu de Jesús y
el nuevo orden de su Reino tienen otros criterios y valores. Xavier Alegre resume
algunos que pueden servirnos para nuestra orientación social y política: a) la vida
como sacrificio («si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; en
cambio, si muere, da mucho fruto»: 12,24; cfr. 12,23.25s; 10,12.15) y no el éxito a
cualquier precio; b) el servicio y no el dominio (cfr. 13,13-17) o los honores humanos
(cfr. 8,41); c) el amor a los hermanos y no el egoísmo (cfr. 13,34s); d) la libertad de
espíritu para criticar las acciones malas del mundo, aun a costa de provocar así su
enemistad (cfr. 7,7).
Así pues, celebramos que Jesús es rey. Pero los que se dirigían a él invocándolo
como rey estaban bastante lejos de su Reino. Sin embargo, quien se orienta hacia
su Reino, como el ladrón arrepentido, que se pone de parte del inocente, entra
inmediatamente en el ámbito de Jesús y del Reino de Dios. Ponerse de parte de los
que sufren y de las víctimas de los poderes aniquiladores de este mundo, es entrar
en el espíritu de Jesús y de su Reino. Con Jesús llega el Reino prometido de justicia
a favor de los pobres, el Reino invocado en el padrenuestro y por el que hemos de
trabajar constantemente. Es el Reino de la bondad y de la misericordia, el Reino de
la verdad, del perdón y de la alegría, el Reino que conduce a una fraternidad
universal, cuyas puertas se abren a fuerza de amor hacia los desheredados y
crucificados de esta tierra encadenada, a fuerza de oración insistente al Padre y a
fuerza de anunciar y vivir la verdad del Evangelio.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.