XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Segunda Lectura: Heb 10, 11-14.18:
Con una sola ofrenda Cristo hizo perfectos para siempre a los que ha
santificado
La carta a los Hebreos de la segunda lectura, proclamando la superabundante
plenitud y perfección del sacrificio de la cruz, ha declarado que Cristo, con una sola
ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado (Heb 10, 14) En
efecto, los méritos infinitos e inmensos de este sacrificio no tienen límites, y se
extienden a todos los hombres en cualquier lugar y tiempo, porque en él el
sacerdote y la víctima es el Dios Hombre; porque su inmolación, igual que su
obediencia a la voluntad del Padre Eterno, fue perfectísima, y porque quiso morir
como cabeza del género humano: “Mira cómo ha sido tratado nuestro Salvador:
pende Cristo en la cruz; mira a qué precio compró... su sangre ha vertido. Compró
con su sangre, con la sangre del Cordero inmaculado, con la sangre del único Hijo
de Dios... Quien compra es Cristo; el precio es la sangre; la posesión, el mundo
todo” (San Agustín, Enarrat. in Psalm. 147 n.16) (MD 95)
Sin embargo, este rescate no obtuvo inmediatamente su efecto pleno; es menester
que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el copiosísimo precio de sí
mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que, para que se
lleve a cabo y sea grata a Dios la redención y salvación de todos los individuos y de
las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es de necesidad absoluta que
tomen todos contacto vital con el sacrificio de la cruz, y así, los méritos que de él se
derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido
en el Calvario una piscina de purificación y de salvación que llenó con su sangre,
por El vertida; pero, si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas
las manchas de su iniquidad, no serán ciertamente purificados y salvados (MD 96).
Por eso, para que todos los pecadores se purifiquen en la sangre del Cordero, es
necesaria su propia colaboración. Aunque Cristo, hablando en términos generales,
haya reconciliado a todo el género humano con el Padre por medio de su muerte
cruenta, quiso, sin embargo, que todos se acercaran y fueran llevados a la cruz por
medio de los sacramentos y por medio del sacrificio de la Eucaristía, para poder
obtener los frutos de salvación por El en la misma cruz ganados (Gál 2,19-20)
(MD97).
Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la
gloria que tendremos junto a Él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica
con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida,
nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la
Santa Virgen María y a todos los santos.
El augusto sacramento del altar es un insigne instrumento para distribuir a los
creyentes los méritos que se derivan de la cruz del divino Redentor… Conviene,
hermanos, que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor
dignidad consiste en la participación en el sacrificio eucarístico; y eso, no con un
espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un
modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo
Sacerdote, según aquello del Apóstol: “Han de tener en sus corazones los mismos
sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo” (Flp 2, 5); y ofrezcan aquel sacrificio
juntamente con El y por El, y con Él se ofrezcan también a sí mismos (MD 99).
Por esto, la Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada
comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la
obligación de hacerlo al menos una vez al año. Pero el que quiera recibir a Cristo en
la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia
de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido
previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
Que nuestra Señora de la Soledad nos enseñe, a mi y a ustedes ha profundizar e
interiorizar la riqueza y el sentido de la Eucaristía: sacrificio mismo del Cuerpo y de
la Sangre del Señor Jesús, signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual,
en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la
vida eterna.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)