XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
También Jesús vio una viuda pobre que echaba todo lo que tenía: tenía fe y
se daba del todo
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que
echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda
pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed que esa pobre viuda
ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo
que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que
tenía para vivir»” (Lucas 21,1-4).
1. Estamos ya en la «última» semana del año litúrgico, y leeremos
cosas que se refieren a los últimos días de la vida de Jesús, antes de la
Pasión.
-“ Jesús enseñaba en el Templo”. Señor, te veo que hablas y
enseñas, ahora «en el Templo», después de hacerlo por tantos sitios. En la
explanada del templo o bajo una de sus columnatas; eres sacerdotes, pero
no de los “oficiales”.
-“ Alzando los ojos vio a los que depositaban sus ofrendas en el
arca del Tesoro”. Ante el vestíbulo de la «Tesorería», trece grandes arcas,
cuya cubierta formaba un embudo o buzón de amplia ranura, recoge (con
ruido) el metal de las monedas. Un sacerdote de servicio se ocupaba de
anotar el valor total de la ofrenda y la «intención» que le comunicaba el
donante. Jesús lo está observando.
-“ Vio a los ricos que depositaban sus donativos. Vio también a
una viuda necesitada que echaba unos cuartos”. Dos «lepta»... dos
«cuartos»... Las monedas más pequeñas de entonces. Abre mis ojos,
Señor, que sepa «mirar» mejor y en profundidad. Escucho el ruidito,
modesto y humilde, de las dos moneditas al caer en el arcón, en medio de
las voluminosas ofrendas ya depositadas.
-“ Jesús dijo: «En verdad os digo: Esa pobre viuda ha echado
más que nadie. Porque todos esos han echado de lo que les sobra,
mientras que ella, de lo que le hace falta. Ha dado todo lo que
tenía. " La mirada de Dios, la apreciación de Dios... ¡Cuán diferente es de la
mirada habitual de los hombres! Dios ve de un modo distinto. Los ricos
parecen poderosos, y hacen ofrendas aparentemente mayores. Pero, para
Jesús, la pobre mujer ha dado «más». ¡Cuánta necesidad tenemos de
cambiar nuestro modo de «ver», para ir adoptando, cada vez más, la
manera de ver de Dios! «Ella dio todo lo que tenía para vivir... dio de su
indigencia». ¡Que la admiración de los que son discípulos de Jesús no se
dirija nunca hacia los gestos aparentes, ostentosos sino hacia los pobres,
los humildes, los pequeños! ¡Cuánta necesidad tenemos de un cambio en
nuestros corazones! (Noel Quesson).
¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos?; ¿lo
damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura?;
¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la
comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o
interés? Jesús, tú conoces y aplaudes el amor de esa mujer. Te pido ayuda
para poder dar también lo mejor de mí mismo. No importa tanto si tenemos
mucho o poco, sino la generosidad con que damos y nos damos (J.
Aldazábal).
Esas dos monedas diarias serán el servicio a Dios y el servicio a los
demás. Jesús, en las cosas pequeñas, que si se hacen con amor tienen
mucho valor. Levantarse con puntualidad por la mañana, ordenar la
habitación, arreglar un desperfecto, acabar la tarea con la mayor perfección
posible, escuchar con paciencia a un familiar o a un amigo, ayudar al
hermano pequeño, y muchas otras pequeñas exigencias de la vida cristiana:
son esas dos pequeñas monedas que, por el amor a Ti que demuestran,
tiene un gran valor a tus ojos. Haz todas las cosas, por pequeñas que sean,
con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer
las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero
humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más
insignificantes. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad
más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu
naturaleza; porque así como el orgulloso quiere singularizarse siempre, el
humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias (León XIII).
“Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es
grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo”
(J. Escrivá). Jesús, Tú llamas a todos a la santidad; es decir, a la práctica
heroica de las virtudes cristianas por Amor a Dios. Nos animas: “ Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto” (Mt
5,48). A veces, al mirar mi vida llena de defectos, me puedo desanimar y
pensar que el ideal de la santidad no es para mí, sino sólo para algunos
escogidos a quienes no les cuesta luchar contra sus flaquezas. O pienso
que, para llegar a ser santo, necesito hacer cosas grandes y espectaculares.
Jesús, la viuda del Evangelio me muestra el valor de las cosas
aparentemente pequeñas, cuando se hacen por amor. La santidad está al
alcance de la mano, porque cuando trato de hacerlo todo por Ti no hay
cosas pequeñas: todo es grande. Por eso, es importante que cada mañana
te ofrezca todo lo que voy a hacer ese día: Mis pensamientos, palabras y
obras, y mi vida entera, te ofrezco a Ti con amor. La perseverancia en las
cosas pequeñas, por Amor es heroísmo. Jesús, me pides que sea santo, que
viva heroicamente las virtudes cristianas. En definitiva, me pides que
persevere en esos pequeños vencimientos diarios hechos por Amor:
puntualidad, orden, servicio (Pablo Cardona). Ayúdame a vivir así, con la
generosidad de la pobre viuda que supo dar lo poco que tenía para vivir. Y
al final de mi vida me podrás decir: “ Siervo bueno y fiel; porque has
sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,20).
2. El Apocalipsis nos ilumina nuestras dificultades, tanto si son
importantes como pasajeras.
“- Vi al Cordero, de pie sobre el monte de Sión” .
Jesús, gracias por tu sacrificio redentor, como " Cordero conducido
al matadero, mudo ante aquellos que le atormentaban "... y ya ¡feliz,
victorioso, de pie! Eres el "Cordero Pascual" la víctima voluntaria que se
hace presente en cada misa en el signo del sacrificio que hiciste de tí
mismo, por nosotros, porque nos amas.
-“ Y he visto, con El, ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban
escrito en la frente, "su nombre y el de su Padre"”. Cifra simbólica.
Doce es la cifra de Israel. Ciento cuarenta y cuatro mil es el cuadrado de
doce: doce multiplicado por doce. Mil representa una cantidad muy grande.
Es el nuevo Israel, el pueblo de Dios, innumerable". Hoy diríamos: "He visto
millones y millones de cristianos".
Y oí un ruido como de grandes aguas... Como el fragor de un
trueno... Como muchos citaristas que tocaban sus cítaras”. Es la
alegría, los cristianos exultan como una avalancha de las aguas del torrente
imposible de contener, de ello resalta el potente fragor del trueno y ¡la
dulce armonía de una orquesta de cítaras! Quiero contemplar la «alegría»
de la humanidad en su plenitud.
Nadie podía aprender aquel cántico, salvo los ciento cuarenta
y cuatro mil que fueron rescatados”. La historia de la humanidad es
incomprensible, inaudible para los que no tienen Fe... Hay hombres cuyos
oídos son sordos a la música que Dios ejecuta con la humanidad rescatada.
Abre sus oídos, Señor (Noel Quesson).
3. "La salvación y la gloria" la celebramos en Misa con el "Santo,
Santo, Santo" en honor del Dios Trino: la voz de la Esposa del Cordero, la
comunidad de los ángeles y los bienaventurados, que participan en la gloria
del Vencedor de la muerte. El camino nos lo dice ya el salmo: " el hombre
de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos, ese
recibirá la bendición del Señor: éste es el grupo que busca al Señor ".
Llucià Pou Sabaté