XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 18,1-2.21-23; 19,1-3.9: Ha caído Babilonia la grande.
b.- Lc. 21, 20-28: Jerusalén será pisoteada por los gentiles.
En este pasaje del evangelio, Jesús, rememora las antiguas profecías que
comenzarán a cumplirse cuando Jerusalén sea atacada de nuevo por los gentiles
(Dn. 11, 31). Antes del tiempo final, vendrá la apostasía (2Tes.2,3ss), el poder
político y religioso lucharán contra el Cordero (Ap.13,1-10; 13,11-18), es el
anticristo (1Jn. 2,22) . La destrucción del templo de Jerusalén, es la señal del inicio
inminente del Juicio de Dios sobre la ciudad, pero la huida de los discípulos, será la
forma de salvarse del castigo y la venganza. Los que creen en ÉL se salvarán. Los
dolores del parto son imágenes del dolor, que compasivo, siente Jesús por esos
hermanos. Todo se cumplirá en la guerra judía, donde miles fueron muertos y otros
deportados, el templo incendiado, el país ocupado. Cayeron a filo de espada (cfr.
Jer. 20,4), Jerusalén pisoteada por los gentiles (cfr. Dan. 8,13), sólo queda
consolarse con la palabra de Dios (1 Cor.10, 11). Una vez que se cumpla el tiempo
de los gentiles, vendrá el Juicio final y la plena soberanía de Dios. Durante este
tiempo los gentiles o naciones han ingresado en la Iglesia, lo que Israel rechazó, la
salvación, ha sido acogida, por los gentiles. Pablo, que intuye los intereses de Dios
(cfr. Rm. 11,25). A pesar de todo, la fidelidad de Dios, se mantiene por sobre el
rechazo que evoque su Nombre. Antes de la venida de Jesús, tiempo final, el
universo se verá sacudido en el cielo, la tierra, el mar. Los cimientos del orbe
sufrirán cambios, las naciones conocerán el miedo y la angustia, los hombres
conocerán el pánico, los discípulos la gozosa expectación, esperanza
inquebrantable. Estas señales las conocían los profetas, son figuras del poder y
grandeza de Dios que viene a juzgar (cfr. Is. 13, 9ss; 34,4ss; Ez. 32,7). Entonces
se hará visible el Hijo del Hombre, todos lo verán (cfr. Dn. 7, 13ss). Jesucristo
viene con poder no débil como en su primera venida. La liberación, será el fin de
una Iglesia humillada, tentada, levantará la cabeza, será el tiempo de cantar el
Benedictus: “Bendito sea el Señor Dios de Israel…” (Lc. 1, 68). Termina el tiempo
de la Iglesia, tiempo de reunión, hora de recolección de los escogidos, de todos los
pueblos; la Iglesia recibirá su conformación definitiva y plena. Ni la destrucción, ni
la muerte pueden tener la última palabra, la poseen la vida y la redención de todo
lo que ofende la dignidad del hombre de parte de Jesucristo, el Señor. Cada
conversión, es un abrirse del corazón del hombre y de la mujer a la acción del
Espíritu Santo, un avanzar hacia la venida de Cristo; un acercarnos a ese momento,
cada vez que triunfa la vida del espíritu sobre nuestra carne pecadora, cada
momento de oración, diálogo con Dios, cada participación en la Eucaristía, es
caminar hacia la culminación de la historia de la salvación. Hay que contemplar en
este grito de liberación, la esperanza de todo hombre, de la humanidad entera,
que espera una respuesta al tiempo presente y su devenir en esta historia de hoy.
En el hombre, la espera constituye algo fundamental para su existir, es parte de su
estructura personal y psicológica. Sin esperanza, el hombre muere, solo esperando
existe. Jesucristo es la esperanza que no defrauda, podemos esperar sólo la
salvación de su parte, nuestra redención es presente, y no mera promesa para la
vida eterna (cfr. Hch. 4,11ss), que su Espíritu Santo sostiene en la vida litúrgica, en
la comprometida participación en la Eucaristía dominical, en la oración diaria.
Teresa de Jesús vive en tensión escatológica: entrar en la vida eterna. Es nuestra
meta como cristianos. El deseo de la bienaventuranza es alimentada, por la
esperanza teologal. Unos de los grandes pilares de la oración, es el deseo de ver a
Dios: “Considerando lo que gozan los bienaventurados, nos alegramos y
procuramos alcanzar lo que ellos gozan” (1M 1, 3).