Comentario al evangelio del Lunes 26 de Noviembre del 2012
Queridos amigos y amigas:
La celebración de Cristo Rey despierta en mí dos sensaciones. Por una parte, un cosquilleo acelera la
prisa con la que hago normalmente las cosas. Y, por otra, deseo tender un puente de domingo a
domingo, como si estos días últimos del año litúrgico fueran un puro relleno para preparar el paso
siguiente del Adviento, tiempo engullido por la navidad del escaparate.
Mi tentación es dedicar el tiempo libre a desempolvar el tomo uno de la Liturgia de las Horas y a
preparar la audición del Mesías de Händel. Pero mira por dónde, obligado a pararme ante la Palabra,
me sorprende el testigo Juan. Repetidamente reclama atención: Yo, Juan, vi; yo Juan, oí. Nos invita a
ver y oír los días de los últimos tiempos. Y yo enredado en esta historia local y alocada.
Hoy, Juan, ve a ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre de Jesús, el
Cordero y el nombre de su Padre. A través de los ojos de Juan, veo los rostros de los adolescentes con
quien comparto la búsqueda de su verdad, y entre ellos a los pocos que "llevan con valentía en su
frente el nombre de Jesús".
Juan oye un sonido de arpas y de voces que bajaba del cielo. Era la voz de los salvados. En sus labios
no se encontró mentira. A través de los oídos de Juan, oigo las voces adolescentes que hablan de sus
cosas y aclaran sus medias verdades.
Vidas adolescentes paralelas a las de los adultos, unidas en el mismo proceso educativo que culmina
con la bendición del Señor para quien vive con manos inocentes, corazón puro, y no confía en los
ídolos.
También Jesús alza la mirada y ve a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; ve
también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas. Unos echan como donativo de lo que les
sobraba, y la viuda, en cambio, echa de lo que necesitaba para vivir. Ya lo decían los antiguos: "Nada
vale quien nada ama" (Plauto). "Creo que no hay nada difícil para el que ama" Cicerón).
Concédenos, Señor, en esta jornada, descubrir los colores de la vida adolescente, su verdad; sus colores
irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una mirada o el color de una sonrisa o el
color de un bonito recuerdo.
Vuestro hermano en la fe,
Miguel, cmf.
Miguel N.