I Domingo de Adviento, Ciclo C.
Pautas para la homilia
“A ti, Señor, levanto mi alma. Enséñame tus caminos".
El evangelio de hoy, nos puede resultar agobiante pues nos sigue hablando de
crisis, pero también tremendamente aleccionador y sugerente. Nos sitúa
radicalmente ante nuestra responsabilidad personal y social frente a lo que le pasa
y pasará al mundo. Ante tal cúmulo de inquietudes, los interrogantes surgen solos:
¿Pero, yo puedo hacer algo? Y más profundamente aún: ¿Tengo yo la
responsabilidad ineludible y de la que se me pedirá cuenta, de hacer algo? ¿Soy
únicamente juguete de las circunstancias y de las estructuras o he de tomarme en
serio como cooperador activo, bien para aumentar el problema o bien para formar
parte de la solución?
Este mismo evangelio nos da pistas: frente a la inquietud y al miedo “por lo que se
nos viene encima”, no poderos aturdirnos con drogas como la bebida, el vicio o la
preocupación por el dinero (como si la única solución fuese la económica). Por el
contrario: por ser solidarios con todas las víctimas y con todos los que sufren no
resignarnos, sino “alzar la cabeza” ansiando, esperando, trabajando por y atisbando
nuestra liberación. Estar despiertos, orantes y activos.
En eso consiste la esperanza teologal, la virtud propia del Adviento, este nuevo
tiempo litúrgico que empezamos. La esperanza, que fue definida por el poeta
francés Peguy como “la fe más agradable a Dios” porque supone confianza total en
Dios y, juntamente y gracias a ello, disponibilidad total para ponerse al servicio de
su Reino. En el “A￱o de la fe” no podemos olvidar que la fe sin esperanza que no
lleve a la caridad es una pura ideología alienante, una “fe muerta”.
El modo de vivir esta esperanza nos lo muestra la segunda lectura: seguir “las
instrucciones del se￱or Jesús”, gracias a las cuales “procedemos agradando a Dios”.
Para ello, necesitamos que nos “fortalezca internamente” (y, entonces, la oraci￳n
aparece como imprescindible). Este modo nuevo de vivir en esperanza se concreta
y verifica en ese amor mutuo del que el Señor por su Espíritu nos colma y que es
testimoniado por hombre y mujeres fieles al Evangelio como el mismo Pablo (“como
nosotros os amamos”). ¡Ojalá cada cristiano pudiésemos decir lo mismo!
Para conseguirlo, y porque sabemos que esto no es una vana esperanza,
suplicamos con el salmo: “A ti, Se￱or, levanto mi alma. Ensé￱ame tus caminos. Tus
sendas son misericordia y lealtad…”.
En una situación también de crisis profunda, Jeremías (1ª lectura), supo señalar a
la Esperanza en persona: a ése Germen, entonces puramente futuro y hoy la
espléndida realidad de Cristo Resucitado que nos atrae con nuestro mundo y
nuestra historia hacia sí.
Fr. Francisco José Rodríguez Fassio
Convento de Sto. Domingo "Scala Coeli" (Córdoba)