XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Introducción a la semana
En los tres ciclos en los que actualmente se ordenan las celebraciones litúrgicas
de la comunidad cristiana se concluye el recorrido celebrativo con la fiesta de
Jesucristo, Rey del universo, con muy distinto contenido bíblico y teológico al
que tuvo esta solemnidad en su origen (bula Quas Primas de Pío XI, de 11 de
diciembre de 1925). Más allá de la discutible costumbre de adornar a Jesús de
Nazaret (también a María) con atributos mundanos de poder y dominación
(cetros, potencias, coronas, tronos…) está para nosotros la realidad
insoslayable: el ‘trono’ de nuestro rey es la cruz (instrumento de tortura) y su
proyecto de gobierno (reinado) no es otro que el evangelio, una hermosa noticia
de salvación y esperanza.
El Apocalipsis viene en nuestra ayuda para honrar al que nos ha librado de
nuestros pecados por su sangre y nos ha hecho sacerdotes de Dios, nuestro Alfa
y Omega. Una escena del Triduo Pascual nos rescata el evangelio para este
domingo: cuando Pilato pregunta a Jesús si es el rey de los judíos, y le contesta,
entre otras cosas, que su reino no es de este mundo y que aquí está entre
nosotros para ser testigo de la verdad. Hagamos todo el esfuerzo que sea
necesario para no contaminar esta fiesta conclusiva de nuestro año litúrgico con
todas las adherencias históricas y mediáticas que gravitan en torno a las
monarquías y, una vez más, destaquemos el ineludible protagonismo que en
nuestra vida y en la de la comunidad cristiana tiene Jesús de Nazaret. Él es
nuestra paz.
En los días nos festivos de esta semana, el Apocalipsis sigue dando material para
las primeras lecturas y el capítulo 21 del evangelio de Lucas para las segundas.
El elogio de la viuda antecede a textos del discurso apocalíptico del tercer
evangelio: aviso de persecuciones, destrucción de Jerusalén, parábola de la
higuera y la advertencia que concluye este discurso y el presente año litúrgico.
Cierro este modesto servicio a la Palabra evocando a un ‘amigo del Señor’, el
pescador Andrés, el primer llamado. Que el Espíritu multiplique las respuestas a
las invitaciones que el Señor hace siempre en la vida, en nuestra historia, en
nuestros ideales y trabajos. Sólo el Espíritu puede lograr que estas repuestas
sean bellas, fraternas, ilusionantes, cristianas, en una palabra... para hablar de
Dios y con Dios ¡evangélica gramática!
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org