I DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO C
AÑO NUEVO, VIDA NUEVA
Padre Pedrojosé Ynaraja
O esperanza nueva. Si nos fijamos bien, si miramos el mundo actual con
detenimiento, de inmediato podremos distinguir dos franjas. En primer lugar la que
llamamos Tercer Mundo. Sufre de carencias fundamentales en el ámbito de la
alimentación, de la salud, de la industria, de las comunicaciones, etc. Pese a esta
situación, sin elegantes vestidos, ni calzado apropiado, muchas imágenes que nos
llegan, son de personas sonrientes. Me lo hizo notar una amiga misionera y médico,
que me pidió le ampliase unos cuantos negativos. Quería que supiésemos que, en
su pobreza, con frecuencia, son más felices que nosotros.
Su situación no es de envidiar, sus penurias son, generalmente, fruto de injusticias
nuestras. (De la corrupción de sus poderosos y del injusto desenvolverse del
comercio internacional, dominado por el hemisferio norte). Ante esta realidad
descriptible y calificable, acuden ONGs en su ayuda. Hay que reconocer con
modestia, pero también con sinceridad, que estas surgen en el seno de culturas
cristianas. En otras civilizaciones son desconocidas y ni siquiera les suena el
nombre. (En ciertas ocasiones, amparándose en las ventajas oficiales de que gozan
las ONGs, se han aprovechado para finalidades muy contrarias).
A la otra realidad la llamamos Primero y Segundo Mundo. Imagino que la inmensa
mayoría de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, pertenecéis a ella. Con más o
menos fortuna, podemos comer tres veces al día. Tenemos pan y otros hidratos de
carbono. Proteínas, sin buscarlas explícitamente, están a nuestro alcance. Carne de
pollo de granja, huevos de ídem, pescado azul, son buena fuente de ellas y no son
caras. De los lípidos, aceite y grasas, generalmente abusamos, aun sin quererlo.
Los vegetales, desde tomates a fruta del tiempo, también podemos gozar sin ser
ricos. Cualquiera de vosotros reconocerá sinceramente que está situado en esta
franja. Somos afortunados. No nos podemos quejar. Pero, ¿somos felices?
En este elemental análisis, que tal vez hayáis considerado rollo aburrido, se
introduce actualmente un fenómeno inesperado: lo llamamos crisis. Crisis de
trabajo. Se cierran empresas y se pierden sueldos. Crisis de identidad, no
consiguen, los llegados de fuera, los “papeles” que les permitan vivir con
identificación legal. A unos y a otros, les es difícil buscar y encontrar trabajo,
matricularse en estudios superiores, pagar el alquiler de la vivienda, la corriente
eléctrica, el agua, etc. De todo esto hay estadísticas y en este terreno también la Fe
cristiana responde principalmente con la excelente Cáritas, que no llega a
solucionar todos los problemas, ni mucho menos, pero que resulta ejemplar e invita
a imitarla.
Desde la sociología, mediante la voz de los políticos, se nos anuncian de continuo
deslumbrantes soluciones. Se proclaman quiméricos programas, que con frecuencia
sirven para cubrir actuaciones corruptas. Las enfermedades del Tercer Mundo, se
pueden diagnosticar y divulgar con entendedoras palabras: deshidratación,
hambruna, malaria, parasitosis, etc. Diagnosticar y hacer públicos los males del
Primer y Segundo Mundo, es más difícil. Os voy a señalar dos que a mi modo de
ver son perversos, de los que no se habla suficientemente y de difícil solución.
El primero es la falta de esperanza. Fruto de ella es el aumento de los casos de
suicidio. O de acudir a la droga, como cobarde anestesia. Las diversas imprudencias
consecuencia de riesgos buscados, el conducir vehículos temerariamente, el
“botellón”, son algunos ejemplos. Es un mal reconocido y hasta descriptible. Otra
consecuencia es la holgazanería. Tal vez de esta no se hable a penas, ni
suficientemente. Uno tal vez no encuentre trabajo profesional, pero hay maneras
de conseguirse algunos ingresos. Por ejemplo, en el terreno de las manualidades y
elementales artesanías. Se puede conocer a personas que tienen una situación
económica estable y ayudarlas. Consecuencia de esta actitud es que será ayudado.
¡Pues no, señor! Se pasa la jornada durmiendo o arrastrándose por cualquier sitio,
calle o rincón, sin ningún sentido ni propósito. ¡Cuántos jóvenes, compruebo cabe
mí, que son unos vagos!