Domingo I de Adviento del ciclo C.
1. El Señor es justo.
"Suscitaré a David un vástago legítimo
Lectura del libro de Jeremías 33, 1416
«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a
la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo, que hará
justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán
así: "Señor—nuestra—justicia"."".
¿Qué es la felicidad? Dios nos creó para que alcancemos la plenitud de la felicidad
viviendo en su presencia. La felicidad es un estado anímico de complacencia que se
manifiesta en nosotros, cuando vivimos sin carencias materiales y no tenemos
desavenencias familiares si no creemos en Dios, o cuando intentamos vivir imitando
la conducta de Nuestro Salvador, si nos consideramos cristianos practicantes. A
este respecto, San Pablo les escribió las siguientes palabras, a los cristianos de
Éfeso:
Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice:
Despierta tú que duermes,
y levántate de entre los muertos,
y te iluminará Cristo" (EF. 5, 14).
San Pablo animó a sus lectores para que despertaran del sueño en que se
convierte nuestra vida cuando vivimos al margen de Dios. Mientras vivimos,
establecemos relaciones con familiares y amigos, trabajamos para poder vivir
dignamente, y evitamos hablar de la muerte, porque la consideramos tan
desagradable, como los romanos consideraban el hecho de hablar de las
crucifixiones. San Pablo nos invita a superar el sueño de "vivir a tope" y a
amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre, para que
podamos constatar que nacemos a la vida de la gracia, y que Cristo ilumina nuestra
existencia.
En la primera lectura correspondiente a esta primera celebración eucarística del
ciclo C de la Liturgia de la Iglesia, Jeremías hace referencia al cumplimiento de las
promesas divinas. Cuando los hebreos fueron deportados a Babilonia, esperaron
durante 70 años el cumplimiento de la promesa divina de volver a su tierra.
Igualmente, quienes no pensamos que en este mundo nos toca estar sanos o
enfermos, o ser ricos o pobres, por causa de un azar caprichoso que nadie sabe
cómo nos puede afectar, también aguardamos la conversión de nuestra tierra en el
Reino de Dios, mientras recordamos la triple presencia de Jesús entre nosotros.
Jesús vivió en Palestina, nos demostró cómo nos ama Dios por medio de su
Pasión, muerte y Resurrección, y estableció su Reino en los corazones de quienes
decidieron creer en El. Cuando después de que Jesús ascendiera al cielo, los
Apóstoles de Nuestro Salvador recibieron el Espíritu Santo en la celebración de
Pentecostés, el mundo empezó a vivir una segunda presencia de Jesús, quien se
empezó a manifestar, por medio de las palabras y obras de sus seguidores. De
alguna manera, todos los cristianos representamos a Jesús en la tierra, y por ello,
en cada ocasión que hacemos el bien, estamos hablando de Jesús por medio de las
obras que llevamos a cabo, y le demostramos al mundo que nuestras creencias,
más que constituir una ideología, son una manera de vivir.
Si Jesús se manifiesta al mundo por medio de sus seguidores, ello significa que
no debemos esperar que Jesús concluya su obra sin contribuir a ello, pues todos
tenemos la posibilidad de trabajar para que nuestra tierra sea el cielo en que mora
Dios. Recordemos que, al final de las celebraciones eucarísticas, se nos dice:
"Podéis ir en paz", y que ello no significa que podemos irnos contentos porque
hemos cumplido con Dios, sino que debemos salir de nuestras iglesias, llenos de la
paz de Cristo, para transmitírsela a quienes quieran recibirla. Recordemos también
que en las celebraciones eucarísticas permanecemos de pie escuchando los textos
evangélicos y orando, indicando que nuestros corazones se levantan orantes hacia
el cielo de Nuestro Dios, quien nos quiere activos durante los años que se
prolongue nuestra vida, cumpliendo su voluntad, que consiste en que hagamos de
la humanidad una familia, la familia del Dios Uno y Trino.
La Palabra Adviento, además de hacer referencia a las dos presencias de Jesús
que hemos considerado, también se refiere al anuncio de la Parusía o segunda
venida de Jesús que aguardamos, un hecho que acontecerá al final de los tiempos.
Jesús nos ha prometido volver a nuestro mundo a hacerles justicia a los oprimidos.
Cristo es el vástago -o renuevo- que descendió de David. Cristo es el Hombre
conforme al corazón de Dios, cuya venida aguardamos, porque de la misma
depende nuestra consecución de la plenitud de la felicidad.
La salvación de Judá de que se nos habla al final de la primera lectura bíblica que
estamos considerando, es un anuncio de la conclusión de la plena instauración del
Reino de Dios en el mundo. Dios nos ha prometido que viviremos tranquilos en su
Reino de amor y paz, y que llamaremos a Jerusalén Señor-nuestra-justicia, porque
veremos cómo Nuestro Santo Padre cumplirá nuestro deseo de ser plenamente
felices.
Resumen.
Jesús vino al mundo, nos redimió, y estableció su Reino en los corazones de
quienes lo aceptan.
Después de que el Señor resucitara y ascendiera al cielo, y de que el Espíritu
Santo se manifestara en los Apóstoles de Nuestro Señor, Jesús se hizo -y aún se
hace- presente en su Iglesia, y nosotros, como representantes suyos, tenemos que
anunciarlo al mundo, hablando de El sin miedo y con profunda convicción, y
haciendo el bien, para demostrar que es posible vivir, en conformidad con el
cumplimiento de la voluntad divina.
Jesús volverá a nuestro encuentro al final de los tiempos, y concluirá la plena
instauración de su Reino entre nosotros, extinguiendo todas las causas existentes
que hacen sufrir a la humanidad, y la muerte.
Apliquemos la Palabra de Dios a nuestra vida.
¿Conocemos las promesas que Dios nos ha hecho?
¿Cambiaría nuestra vida en algún aspecto si no creyéramos en Dios?
¿Creemos que todo lo que nos sucede tiene un significado que algún día
podremos descubrir si juzgamos todo lo que nos acaece desde el punto de vista de
Dios?
¿Conocemos a Jesús profundamente, o solo conocemos los aspectos más
relevantes de su vida?
¿Notamos la presencia de Jesús en la Iglesia, en el mundo y en nuestra vida?
¿Nos creemos necesitados de la acción de Dios en nuestra vida?
2. Vivamos disponiéndonos a recibir a Jesús cuando acontezca su Parusía.
"Que el Señor os fortalezca internamente, para cuando Jesús vuelva
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3, 12—4, 2
Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo
mismo que nosotros os amamos.
Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor,
vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante
Dios, nuestro Padre.
En fin, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de
nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante.
Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús".
Cuando acontezca la Parusía -o segunda venida- de Jesús, Nuestro Señor reunirá
a sus creyentes de todos los tiempos, y constituirá con ellos una sociedad que
gobernará.
Quienes queremos formar parte de esa sociedad, tenemos que actuar como si
estuviéramos viviendo en la misma, así pues, no olvidemos que la Iglesia es el
Reino de Dios. Cuanto más seamos los que imitemos la conducta de Jesús, y más
aumentemos la generosidad con que servimos a Dios en sus hijos los hombres,
contribuiremos mejor a hacer de nuestra tierra el Reino de Nuestro Santo Padre. No
es bueno que nos conformemos al hacer algunas obras de caridad y asistiendo a la
Eucaristía dominical. Nuestro mundo necesita que progresemos a pasos
agigantados a la hora de demostrarnos que nos amamos y por ello estamos
dispuestos a ser colaboradores de Jesús, para extinguir el sufrimiento de la tierra.
Tal como fue el amor a Dios y a sus hijos los hombres de San Pablo y de aquellos
de sus colaboradores a quienes no les importó padecer para contribuir a la
realización de la obra de Jesús en el mundo, debe ser el amor que queremos
manifestarnos, si verdaderamente deseamos que nuestra tierra sea el cielo de Dios.
Quizás tenemos la tentación de orar mucho y de no hacer el bien porque
pensamos que no vamos a ganar nada al beneficiar a la gente, o de hacer el bien
constantemente, y no orar, por considerar que no hay tiempo para meditar,
considerando las necesidades que caracterizan a los pobres, enfermos y
desamparados. Es conveniente que no seamos extremistas. Nuestras oraciones
indican que creemos en Dios y que Nuestro Santo Padre nos fortalece para que
podamos servirlo en nuestros prójimos los hombres. Las oraciones sin caridad
hacen de la profesión de nuestra fe una representación teatral, y, el ejercicio de la
solidaridad sin oraciones, nos descristianiza, aunque nos hace solidarios (no
caritativos) con quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales.
¿Se estanca nuestra vida en una rutina de oraciones y/o caridad, y no sentimos
que nuestro amor a Dios y a sus hijos aumenta? Con las prácticas religiosas puede
sucedernos lo mismo que les acaece a los vendedores que hacen de su trabajo una
pesada rutina y no consideran la posibilidad de superarse a sí mismos, lo cual los
hace ineficaces, y puede conducirlos a ser obligados a no realizar su actividad
laboral, porque se hacen a sí mismos totalmente incompetentes. Si nuestro amor a
Dios y a sus hijos no crece, las prácticas religiosas pueden llegar a ser tediosas,
podemos caer en la tentación de no llevar a cabo las mismas, y también podemos
caer en la tentación de dejar de ayudar a quienes necesitan de nuestras dádivas
espirituales y materiales.
Este primer día de Adviento, es una estupenda ocasión, para renovar nuestros
compromisos bautismales. Si nuestra fe y nuestro amor a Dios y a sus hijos se han
estancado, pidámosle a Dios que nos llene el corazón de fe y amor, y busquemos
ocasiones propicias para demostrarnos que somos cristianos activos, que esperan la
Parusía del Salvador de la humanidad.
Apliquemos la Palabra de Dios a nuestra vida.
¿Intentamos cumplir la voluntad de Dios?
¿Intentamos ser perfectos imitadores de Jesús, o reducimos la fe que profesamos
a llevar a cabo algunas prácticas religiosas y/o a ser solidarios en algunas
ocasiones?
¿Nos percatamos de que nuestra fe y nuestro amor crecen porque buscamos
constantemente nuevas formas de servir a Dios cubriendo las carencias de sus hijos
los hombres?
¿Nos hemos comprometido a meditar la Palabra de Dios diariamente, para llegar
a ser perfectos imitadores de la conducta de Jesús?
¿Hacemos el bien por amor a Dios y a sus hijos pobres, enfermos y
desamparados, o actuamos esperando que nuestras obras nos compren una buena
posición en el Reino de Dios?
¿Quiénes son nuestros ejemplos de fe a seguir? ¿Por qué?
¿En nombre de quién debemos orar y hacer el bien? ¿Por qué?
3. Preparémonos a recibir al Señor.
"Se acerca vuestra liberación
( Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 2528. 3436
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las
gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán
sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo,
pues los astros se tambalearán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra
liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la
vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre
todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por
venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre."".
En el texto evangélico que estamos considerando, aparecen señales indicativas
del fin del mundo, que pueden causarles miedo a muchos de nuestros hermanos de
fe. Ese miedo puede acrecentarse, cuando, a través de los medios de comunicación,
se nos informa de las guerras de que son víctimas muchos países, y de las
catástrofes naturales que acontecen frecuentemente.
Al comparar LC. 21, 25-27, con MC. 13, 24-25, podemos interpretar los símbolos
que aparecen en los citados relatos.
"Dado que en la antigüedad el sol y la luna eran considerados como dioses, el
hecho de que dejen de alumbrar -según se nos informa en el Evangelio-, ha de
interpretarse pensando que, en el Reino de Dios, ninguna ideología ni ninguna
persona, podrá ser considerada superior al Dios Uno y Trino" (José Portillo Pérez.
Meditación para el Domingo XXXIII del tiempo Ordinario del ciclo B del año 2012).
La descripción de los signos cósmicos, los sufrimientos de los hombres y de las
catástrofes naturales de que se nos informa en el Evangelio de hoy, no debe ser
portadora de temor, sino de fe y alegría. Ello significa que, aunque tengamos que
sufrir en esta vida, Dios nos explicará algún día la razón por la que no nos impidió
que padeciéramos, y nos hará comprender que, gracias a dicho dolor, llegamos a
ser las personas que El pensó que llegáramos a ser, antes de crear el universo.
Los sufrimientos de la humanidad son indicativos de que el Reino de Dios está
cerca de nosotros, porque el mismo se está instaurando lentamente en nuestra
tierra, según nos convertimos al Señor, crecemos espiritualmente, y servimos a
Nuestro Dios en sus hijos pobres, enfermos y desamparados.
Antes de aterrorizarnos y perder la fe por causa de los sufrimientos
característicos de la humanidad, esperemos confiadamente que acontezca la
Parusía del Señor, porque El cumplirá la promesa de hacernos plenamente felices.
Si tenemos que sufrir en esta vida, imitemos a los cristianos que se dejaron
martirizar, con la esperanza de que Dios recompensará la grandeza de su fe,
cuando concluya la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros.
Han pasado prácticamente 20 siglos desde que Jesús anunció su venida, pero aún
no ha regresado. A pesar de esta larga espera marcada por la fe que vivimos, no
permitamos que los problemas que tenemos nos impidan ser felices. Evitemos
sucumbir bajo el efecto de los vicios que tanto daño les hacen a muchos, porque el
Señor vendrá a nuestro encuentro, y quiere encontrarnos ocupados, trabajando en
la conversión de la tierra en su Reino de amor y paz.
Imitemos la actitud de los vigilantes mientras esperamos al Señor. No seamos
cristianos mediocres, sino fieles a la hora de profesar nuestra fe. No descuidemos la
salud de nuestra alma ni la salvación de nuestros prójimos los hombres.
Dispongámonos así a acudir a la llamada a juicio del Señor, para que nos encuentre
dignos de vivir en el cielo que nos ha prometido, apenas acontezca nuestra muerte.
Que la muerte nos sorprenda con la satisfacción de haber vivido una vida plena de
fe, esperanza y caridad.
Apliquemos la Palabra de Dios a nuestra vida.
Contesta las siguientes preguntas utilizando el texto de LC. 21, 25-28. 34-36, y
las tres meditaciones de que se compone el presente trabajo.
¿Debemos sentir miedo a la hora de interpretar las señales que según la Biblia
son indicativas de que el mundo está a punto de acabarse, y de que Jesús está por
concluir la instauración del Reino de dios entre nosotros?
¿Debemos interpretar dichas señales literalmente, o debemos pensar que tienen
algún significado?
¿Por qué tendrán miedo los hombres al ver las señales características del fin del
mundo?
¿Debemos tener miedo los cristianos al ver tales señales? ¿Por qué?
¿Estará causado el citado miedo de los hombres por su desconocimiento de Dios
y su carencia de fe en Nuestro Santo Padre?
¿Significarán las citadas señales que el Reino de Dios será muy diferente al
mundo en que vivimos, porque no existirá en el mismo ningún tipo de exclusión
social?
En LC. 21, 27, se nos dice que el Hijo del hombre (Jesús) vendrá con gran poder
y gloria. ¿Será el Reino de Dios como los reinos humanos, o tendremos un Rey que
nos tratará como hermanos suyos?
¿En qué se diferencia la gloria de dios de la gloria que persiguen muchos
hombres?
¿Qué se nos dice que debemos hacer en LC. 21, 28, tanto cuando sintamos que
vivimos el efecto de las señales características del fin del mundo, como cuando
tengamos que afrontar situaciones difíciles?
¿Es nuestra fe lo suficientemente fuerte y estable como para que podamos creer
que cuanto mayores sean nuestros sufrimientos más cerca estaremos de ser
liberados de los mismos?
¿De qué nos dice Jesús que nos guardemos en LC. 21, 34? ¿Por qué?
¿Cómo podemos evitar sucumbir ante los sufrimientos que pueden aguardarnos y
evitar que los vicios nos impidan afrontar nuestras dificultades para que podamos
ser felices, según LC. 21, 36?
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com