Ciclo C. I Domingo de Adviento
Mario Yépez, C.M.
Levantad la cabeza
El hombre ha sido destinado para mirar el futuro, crece y perfila su vida hacia el
horizonte que se le presenta desconocido, pero en ello consiste la vida, en
enfrentarse a este temible tiempo que nos consume. Pero hay algo particular en la
perspectiva del cristiano. Dios irrumpe en esta historia y va dejando su huella,
demostrando que no se desentiende de su creación sino más bien da constancia de
su preocupación por conservarla, cuidarla y orientarla hacia su verdadero sentido.
Pero en ello, los misterios profundos del hombre entran en sublime conflicto con el
misterioso plan de salvación de Dios. Estamos en adviento y la esperanza del
cristiano vuelve a ser la motivación de su existencia. Todos los misterios que
encierran las preocupaciones de los hombres de toda la tierra se ven de pronto
vulnerados por una doble invitación a contemplar: el recuerdo de la expectación por
un niño, el que nació en Belén para darnos salvación y la promesa de la segunda
venida de Cristo; una esperanza inquietante. Esperanza y salvación son enlazadas
en este tiempo de adviento, pero ¿de qué quiero que me salve Jesús? ¿Tiene
sentido de verdad esperar?
Israel, desde la debacle del exilio, ve peligrar su esperanza ante la desazón, el
temor, el cuestionamiento de que tal vez Dios ya no se acordará de las promesas
del pasado. Los profetas anunciaron un momento difícil por las infidelidades del
pueblo, pero no les hicieron caso y ante el acontecimiento funesto del exilio no
piensan más que en reclamar una intervención divina. Por ello, los profetas del
exilio como Jeremías invocan al pueblo que reflexionen y pongan sus esperanzas en
Dios que no solo es Dios en el momento de bonanza sino que incluso pueda serlo
en momentos de destrucción y desconsuelo. Mantener este lenguaje es complicado,
cuando los golpes de la vida son duros. Así, brotan mensajes de esperanza en la
boca de los profetas que cambian profundamente la perspectiva de fe en el corazón
del pueblo exiliado. La promesa de un germen que va brotando es la recreación de
una nueva irrupción de Dios en la historia, pero hay una exigencia que el pueblo
está llamado a asumir: la ciudad se llamará “El Se￱or nuestra justicia”. Entonces es
urgente que quienes vivan en ella se esfuercen por ser justos. Pero cuidado, la
justicia no es impartir a cada cual lo que le corresponde; sino es vivir de acuerdo a
la voluntad de Dios. Es vivir pensando que Dios está siempre a tu lado. La
esperanza no es un regalo sin más que lo puedes usar o guardar cuando quieras, es
un don que solo tiene sentido si lo haces realidad, si lo vives de verdad.
Pero no podemos esperar solos. La comunidad cristiana empezó a reflexionar sobre
la venida de Cristo con poder y gloria moviéndose entre la irrupción inminente y la
evangelización de todos los pueblos que haría retardar la segunda venida. De esta
manera, empieza a generarse la esperanza comunitaria, la perspectiva del estar
preparados, conviviendo como si el Señor está ya cerca a la puerta. La tarea es
mantenernos vinculados a la comunidad y a través de ella con Cristo hasta el
momento de su venida. Los medios los tenemos, la aplicación es lo que cuesta,
pero nos sentimos apoyados porque no es un sentimiento particular sino es una
convicción de fe comunitaria.
De la misma manera, el evangelista Lucas, presenta este discurso de los últimos
tiempos con gran asimilación al lenguaje y a las concepciones griegas
del momento. Lucas considera que los signos del cielo y de la tierra siempre han
marcado la vida de los pueblos y es justamente, desde esa realidad de temor y
pavor ante lo cual al ser humano se siente sobrepasado, donde encuentra la
oportunidad de cambiar el horizonte de comprensi￳n: “Levantad la cabeza, se
acerca nuestra liberaci￳n”. El cristiano no puede vivir en temor y angustia de
muerte ante estos signos. El cristiano tiene que saber esperar, apoyado en quien
vendrá en un repentino día, y en donde es preciso que haya quienes sepan
esperarlo de pie, firmes y no tambaleados por sus necedades y negligencias. “Estad
en vela”.
Iniciamos el adviento, un germen brota nuevamente, nuestra humanidad dividida
en la discordia tienen que buscar caminos que fortalezcan una esperanza
comunitaria más firme; los signos están allí, siguen causando asombro y temor,
pero el Señor nos exige confianza y firmeza.
¿De qué quieres que te salve Jesús? Hay tanto por ser liberado, sanado, limpiado,
perdonado; estoy seguro que cada uno tiene algo concreto por el que pide que el
Señor venga e instaura su ciudad de justicia. Pero, no olvidemos que tenemos un
compromiso en esta esperanza. Empecemos a recolectar las piedras para la
construcción de una Jerusalén donde el Señor es nuestra justicia; intentemos
afianzar los lazos comunitarios de fe con los hermanos aprovechando los medios
que tenemos para ello y finalmente, no decaigamos, no hundamos la cabeza
evadiéndonos de las responsabilidades y de las dificultades: “levantad la cabeza se
acerca vuestra liberaci￳n”. Pidamos con el salmista: “Se￱or, ensé￱ame tus sendas,
instrúyeme en tus caminos”, y así podamos caminar seguros que aunque sabiendo
que el futuro siempre se nos presenta incierto y hasta sombrío, podamos desde la
fe en Cristo, revertir tales sentimientos y aferrarnos a una esperanza sublime y
verdadera.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)