Comentario al evangelio del Martes 04 de Diciembre del 2012
Todos conocemos a personas que desde la humildad y la sencillez son pilares de las comunidades
cristianas. Personas que lo mismo lee las lecturas en la misa de siete de la tarde que no les importa
planchar los purificadores, regar las plantas o barrer la puerta de la Iglesia, o visitar a los enfermos de
la parroquia. Personas acogedoras y serviciales que se convierten en las manos que acogen y consuelan
desde la alegría de su sonrisa fraguada en una vida en muchos momento dura y dificil. En cada
pequeña cosa que realizan se entregan a si mismos. Y lo hace sin pasar factura, porque dice que "a la
gente hay que quererla ... y punto".
Pues bien, en la vida nos encontramos con personas cargadas de talentos; es decir, de cualidades y
destrezas encaminadas a la realización brillante de tareas. Hay hombres y mujeres a los que admiramos
por su capacidad para cocinar o para hablar idiomas o para dirigir un grupo. Cuando vemos a un
muchacho que a los seis años toca el piano, decimos: "Este chico tiene talento". Los medios de
comunicación social nos presentan continuamente a personas que han destacado por sus talentos en el
mundo de la política, de la ciencia, del deporte. Sus nombres están en boca de todos. Con frecuencia,
nos gustaría tener alguna de sus mejores cualidades. Y, sin embargo, no siempre las personas con
muchos talentos nos ayudan a vivir mejor. A veces, personas de nuestro entorno, personas sencillas,
que no han tenido la oportunidad cultivar muchas de sus capacidades, logran comunicarnos la alegría y
la esperanza que necesitamos para sentirnos bien.
Y es que una cosa son los talentos y otra los dones. Los talentos son destrezas para la acción. Los
dones son estímulos para la vida. Con los dones expresamos no sólo lo que sabemos sino, sobre todo,
lo que somos, nuestra capacidad de comunicar la propia vida: intimidad, cariño, sonrisa, compasión. A
la gente con talentos la admiramos. A las personas con dones las necesitamos. No todos poseemos
muchos talentos, pero todos sin excepción hemos sido enriquecidos con muchos dones para hacer más
feliz la vida de la gente que nos rodea. Poner en juego nuestros dones es una manera de agradecer a
Dios la vida que nos ha regalado. Y es también lo mejor que podemos ofrecer a los demás. La gente
necesita buenos médicos, buenos fontaneros, buenos profesores, pero, por encima de todo, lo que toda
persona valora, sin excepción, es un poco de cariño, un tiempo gratuito de escucha, un detalle delicado.
Está bien que haya muchos como Einstein o Claudia Schiffer, pero para vivir cada día son
imprescindibles personas como las que decribíamos. Esto lo sabía muy bien Jesús y por eso estallaba
de gozo.
Vuestro hermano en la fe:
Fernando González
Fernando González