Encuentros con la Palabra
Domingo II de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 1-6)
Todo el mundo verá la salvación que Dios envía
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace algunos días un amigo me contaba la historia de su abuela que bordaba unos
manteles muy hermosos. “Cuando era ni￱o me quedaba junto a ella las tardes enteras
charlando mientras sus hábiles manos danzaban en perfecta armonía con los hilos y las
telas. Su estado de ánimo variaba dependiendo del día. A veces estaba alegre y
conversadora; otras lucía seria y silenciosa. Y de vez en cuando se quejaba más de la
cuenta. Sin embargo siempre, sin importar el día, cosía con la misma mística.
Frecuentemente la encontraba en su silla, dormitando, con la cabeza inclinada levemente
hacia adelante, pero aferrada con firmeza a su tejido. Durante semanas sus bordados me
parecían extraños y confusos, puesto que mezclaba hilos de distintos colores y texturas, que
se veían en completo desorden. Cuando le preguntaba qué estaba tejiendo o bordando,
sonreía y gentilmente me decía: –Ten paciencia, ya lo verás. Al mostrarme la obra
terminada, me percataba que donde había habido hilos de colores oscuros y claros,
resplandecía bordada una linda flor o un precioso paisaje. Lo que antes parecía
desordenado y sin sentido, se entrelazaba creando una hermosa figura. Me sorprendía y le
preguntaba: –Abuela, ¿cómo lo haces? ¿Cómo puedes tener tanta paciencia? –Es como la
vida –respondía–. Si te fijas en la tela y los hilos en su estado original, se asemejarán a un
caos, sin sentido ni relaci￳n, pero si recuerdas lo que estás creando, todo tendrá sentido”.
Cuando leo las circunstancias que describe el Evangelio que nos presenta hoy la liturgia,
tengo la impresión de ver un tejido, todavía sin forma, como el de la abuela de mi amigo:
“Era el a￱o quince del gobierno del emperador Tiberio, y Poncio Pilato era gobernador de
Judea. Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y
Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene. Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes”.
Pero cada uno de estos hilos, con los que Dios iba tejiendo la historia humana, se iba
también tejiendo la historia de nuestra salvación.
Dice san Lucas que “por aquel tiempo, Dios habl￳ en el desierto a Juan, el hijo de
Zacarías, y Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que
ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados”.
El oficio de Juan el Bautista ha sido siempre reconocido como el anuncio de la llegada del
Mesías; Juan fue quien supo señalar, entre la multitud, al Cordero de Dios que venía a
quitar el pecado del mundo. Juan le enseñó a la gente a reconocer, entre los hilos y las
telas de una historia confusa, la presencia del Emmanuel , es decir, del Dios con nosotros ,
que se hizo historia y sangre, pueblo y cultura, súplica y grito de protesta, en el vientre de
María, la Virgen fecunda, la llena de gracia y simpatía.
Juan viene a dar cumplimiento a la profecía de Isaías que invitaba a levantar la voz en
medio del desierto: “Preparen el camino del Se￱or; ábranle un camino recto. Todo valle
será rellenado, todo cerro y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados,
y allanados los caminos disparejos. Todo el mundo verá la salvaci￳n que Dios envía”. Que
en estos días de adviento, podamos preparar nuestras vidas para que seamos capaces
de reconocer, como Juan, o como la abuela de mi amigo, los planes de Dios en medio de
los hilos caóticos de nuestra historia personal y colectiva.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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