Comentario al evangelio del Viernes 07 de Diciembre del 2012
Aquellos ciegos del evangelio eran incansables y eso les salvó. Jesús no les atendió hasta que llegaron
a casa. ¿Por qué? Porque para Él era fundamental la relación personal, y ésa se tiene en casa. No era
cuestión de montar un espectáculo en la calle sino de entablar una conversación. La clave del milagro
radicaba en la atención personal. Jesús les hace partícipes de su milagro, coprotagonistas. En seguida
nos viene a la memoria la respuesta silenciosa a los deseos de Herodes, que lo único que deseaba era el
espectáculo del prodigio. Allí no había posibilidad de diálogo, por eso Jesús le niega la Palabra, y sin la
Palabra no hay milagro, como tampoco hay creación.
Jesús valora la Palabra, más aún, Él mismo es la Palabra, pero siempre en diálogo, preocupándose por
conocer la situación de cada uno, sus necesidades, sus decepciones. Entonces todo milagro es posible.
Pero con frecuencia somos nosotros los que nos negamos a entablar el diálogo, renunciamos a los
momentos de intimidad, de oración, donde entramos en comunicación con Aquél que todo lo puede.
Pretendemos hablar siempre a gritos y en la calle, y a Él le gusta sobre todo hablar en casa, en la
intimidad. "A solas con el solo". Así, en el diálogo personal, comprenderemos que los milagros no
dependen sólo de Él sino de nosotros y nunca le pediremos lo que nosotros somos capaces de llevar a
cabo con nuestros propios medios.
Recuerdo la historia de aquel hombre que iba de un sitio a otro proclamando que era profeta y que
podía obrar milagros. Un comerciante, harto de oírlo, lo llamó y le dijo:
- Abre esta puerta, de complicada cerradura, sin llave.
A lo que contestó el hombre:
- ¿Acaso he dicho que fuera cerrajero?
Y otra cosa. Si de verdad llegas a disfrutar del milagro de ver, no te olvides al salir de hablar de ello
con todos los que encuentres, porque lo que es bueno para ti lo será para otros que aún no se han
encontrado en el camino con Jesús, o si le han encontrado no han sido capaces de seguirle hasta su
casa.
Vuestro hermano en la fe:
Fernando González.
Fernando González