Ciclo C. II Domingo de Adviento
Rosalino Dizon Reyes
Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador (Fil 3, 20)
No sólo nunca pecaremos si en todas nuestras acciones pensamos en el desenlace
(Eclo 7, 36), sino que también miraremos el pasado, el presente y el futuro con
confianza y optimismo. Pues, prevemos que la salvación será el término de la
historia del pueblo de Dios.
La salvación definitiva que anticipamos ha de contribuir, sí, a que despreciemos, al
igual que Jesús, la ignominia y el suplicio de la cruz. Sin ninguna duda, infligen
mucho sufrimiento los prepotentes como Tiberio y Poncio Pilato y asimismo los
aprovechados tetrarcas y sumos sacerdotes. Pero para el verdadero seguidor de
Cristo, la gloria que al final se descrubrirá vale toda la pena y todo el trabajo de
ahora (Rom 8, 18). Convencido de que el éxodo de Egipto y el nuevo éxodo de
Babilonia prefiguran y garantizan el éxodo final, el verdadero discípulo encuentra
consoladoras las palabras de Baruc. Confía en el Señor que cambió la suerte de
Sión y cambiará la suerte de la Iglesia.
Pero cosechar entre cantares supone sembrar con lágrimas. Se nos pide que,
mientras esperamos la venida del Señor, permanezcamos en la fe que obra por
amor (Gal 5, 6). Se nos requiere ahora esfuerzo penoso para no mancharnos de la
suciedad del maldito dinero o de la codicia del consumismo insensato e
insostenible. No nos es fácil practicar la justicia. Es difícil y peligroso denunciar la
injusticia que se comete contra los indefensos. Nos cuesta vivir conforme a la voz
que exige la conversión y la preparación.
Y la actualidad realmente es el campo de la empresa buena. Volvemos a las
fuentes y las tradiciones originales para que se revele su relevancia hoy;
proyectamos la salvación venidera para aproximar en el presente las condiciones
que prevalecerán cuando recibamos la plena ciudadanía celestial que está a nuestro
alcance ya que Jesús ha inaugurado en medio de nosotros su reino.
No es cuestión, como indica san Agustin, de protestar de los tiempos actuales ni de
añorar los pasados como si fueran los mejores de todos. El pasado sirve de
ejemplo para que nos advirtamos y no seamos infieles como aquellos que se
vuelven atrás (1 Cor 10, 11; Heb 4, 11; 10, 39; 12, 16-17. 25).
Ni es cuestión tampoco del futuro que nos haga olvidar el presente. El motivo de
mirar hacia delante no es el escapismo. No se nos permite vivir ociosos o
distraídos por inmiscuirnos en lo que no nos toca (2 Tes 3, 6-12). Se nos prohibe
aún más abusar de modo masoquista de la mayordomía que se nos ha confiado (Lc
12, 45).
Se trata, efectivamente, de colaborar en la obra de evangelizar a los pobres en el
momento preciso de la Providencia, por citar a san Vicente de Paúl, no detrás ni
delante de ella, sino con los pies puestos donde ella nos lo ha señalado (II, 381).
Se trata de seguir haciéndoles caso a los que nada tienen, olvidándonos de la vieja
acepción de personas y lanzándonos hacia lo que está por delante, hacia el
discernimiento cara a cara del cuerpo que ahora vemos indistintamente en la Cena
del Señor, hacia el conocimiento perfecto de nuestro discipulado, pues, como Jesús,
con los pobres andamos ahora.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)