A LA I NMACULADA C ONCEPCIÓN
Hay realidades que
no se descubren
hasta que se ven
sus efectos. Hay
acontecimientos
que, aunque
pueden cambiar la
historia, quedan
ignorados en el
momento en que
tienen lugar. Lo más hermoso de la vida y lo más
terrible acontece tantas veces en lo íntimo del
corazón.
Dios guardó el tesoro de la creación en el
secreto, y cuando lo miraba, se alegraba, sentía
el gozo de ver una generación nueva, una
nueva humanidad, tierra habitable, colmada de
gracia y de hermosura, alegría de la Trinidad
Santa.
En María, Dios construyó su nueva Arca de
la Alianza; en María, Dios se detuvo para
levantar la nueva tienda del encuentro; el tres
veces santo, edificó en María el templo
sagrado en el que habitaría la gloria de Dios.
María, desde el primer momento de su
existencia, recibió la vocación para ser el arca
santa del pan del cielo, la casa de Dios entre los
hombres, el recinto entrañable del Hijo amado
de Dios.
En el silencio de los tiempos, en el anonimato y
el secreto del espacio más íntimo, Dios actúa
discreto, amoroso, extasiado, con mimo de
artesano a la hora de infundir en la criatura
privilegiada, escogida para ser su madre, el alma
limpia de toda mancha.
El misterio de la Inmaculada Concepción,
fiesta de la belleza divina, nos revela una
relación esencial: es de Dios lo más hermoso y
lo más humilde; lo más transfigurador y lo mas
discreto; lo más amoroso y lo más silencioso.
Nadie fue testigo de esta acción, no se cuenta
que el cielo se estremeciera, ni que los ángeles
cantaran, y sin embargo, el nuevo tiempo, la nueva
tierra comenzaron con la concepción inmaculada
de la hija de Joaquín y de Ana.
La celebración de la Inmaculada
Concepción nos invita a agradecer a Dios su
acción misericordiosa en María, y también a
elevar anticipadamente nuestro Magnificat,
porque de la misma forma que nadie se enteró
de la acción privilegiada en María, también, en
cada uno de nosotros, Dios ha actuado, y quizá
ni nosotros mismos somos conscientes del
amor derrochado sobre nuestro corazón.
El Papa Benedicto describe la diferencia que
hay entre los relatos de la anunciación del ángel
Gabriel a Zacarías, sacerdote, cuando oficiaba en el
templo, a la hora del incienso, la hora de la tarde,
en el santuario, en el esplendor del lugar sagrado, y
los que narran el anuncio del Ángel a María, una
muchacha desconocida, en un lugar sin tradición
bíblica, en una casa humilde.
La celebración de la Inmaculada nos
enseña el modo de obrar de Dios, discreto,
humilde, sencillo, a la vez que transformador.
Si el anuncio de la concepción de Jesús se
desarrolló en las circunstancias más humildes y
sencillas, la concepción inmaculada de María, la
obra preciosa del Creador, tuvo lugar en la más
estricta intimidad, silencio y secreto. Sólo Dios
conocía el privilegio de la pequeña. Sólo Dios se
complacía cada vez que miraba el crecimiento del
ser más hermoso.
Si la Iglesia tardó en descubrir las
maravillas realizadas por Dios en María, que
cada uno de nosotros no se demore en cantar
las maravillas del Señor en la creación a lo
largo de toda la historia, de manera especial en
el momento de la concepción inmaculada de la
escogida para ser madre del Emmanuel, en la
concepción virginal del Verbo hecho carne, en
el momento de la resurrección de Cristo, y
también las que realiza dentro de nosotros,
tantas veces sin que percibamos su paso, su
aliento, su paciencia, su espera, su gracia, su
bondad.
En las estancias de nuestras casas, muchas
veces guardamos algún recuerdo entrañable, que
nos acompaña en el corazón; puede que lo
tengamos expuesto, como decoración que alegra y
embellece el espacio de trabajo, pero puede que lo
llevemos oculto, colgado en la cadena del cuello, o
guardado en la mesilla de noche, como joya
espiritual.
Ángel Moreno