II Domingo de Adviento C
Jesús es la paz en la justicia
El segundo domingo de Adviento permite a los creyentes dar un paso adelante en el
camino de esperanza y de cambio de vida que conlleva la celebración de la venida
definitiva de Jesús. El evangelio de Lucas (Lc 3,1-6) presenta a Juan Bautista que
llama a la conversión y evoca las palabras proféticas de Isaías que instan a
preparar el camino al Señor y allanar sus senderos. Pero el tercer evangelio resalta
dos aspectos. Primero, el anuncio de una gran transformación social en el futuro
con imágenes impactantes que apuntan a una renovación total de la tierra: “Todo
barranco se rellenará y todo monte y colina se rebajará, lo tortuoso se transformará
en recto y lo escabroso en camino suave”, y, segundo, el carácter universal de la
salvación que se anuncia: “Toda persona verá la salvación de Dios” (Is 40,4-5).
Esta salvación prometida a los que no tenían ni tierra, ni hogar, ni derechos porque
eran gentes en el destierro, tiene un horizonte histórico en la realización de las
condiciones de justicia que ponen de relieve las otras dos lecturas del domingo. El
profeta Baruc enarbola como nombre de la nueva ciudad cosmopolita y multiétnica,
“Paz-de-la-Justicia” (Bar 5,4), y la carta de Pablo reclama a los cristianos de Filipos
“frutos de justicia” (Flp 1,11). Asimismo los que esperamos en Jesús quedamos
interpelados hoy a verificar si nuestra conversión está orientada realmente a trazar
senderos de justicia en nuestro mundo.
Juan Bautista es el precursor del Mesías. De él podemos destacar su figura y su
discurso, pero lo esencial de su mensaje es la llamada a la conversión y el anuncio
del esposo que viene. El talante profético es el aspecto dominante en la
presentación del Bautista. De hecho se identifica con la voz de Isaías, más
exactamente con el denominado como Segundo Isaías, el profeta del consuelo y de
la esperanza del retorno de Israel. La misión prioritaria de Juan no es bautizar sino
predicar, es decir, proclamar con su voz la necesidad de preparar el camino del
Señor, mediante una nueva conducta y de nuevas actitudes, y anunciar la
conversión. El mismo bautismo de Juan está vinculado a la conversión, es decir, el
arrepentimiento y al cambio de mentalidad para el perdón de los pecados. La razón
del arrepentimiento y del cambio de mentalidad, el motivo de su predicación es la
llegada inminente de la persona de Jesús: Más fuerte, más digno y con otra
función: bautizar con Espíritu Santo.
La conversión a la que la Iglesia convoca en el tiempo de Adviento consiste en
preparar el camino del Señor e implica el reconocimiento y el arrepentimiento de
los pecados. La voz que grita en el desierto no alude principalmente a la palabra del
profeta desoída por el pueblo, sino al lugar teológico que el desierto significa en la
tradición profética: El desierto es el lugar de la íntima relación amorosa de Dios con
su pueblo, cuando Dios habla al corazón (Is 40,3, Jr 31,2; Os 2,16-25), por eso el
desierto connota la Alianza nupcial entre Dios y la humanidad. Para esa Alianza, la
Nueva Alianza es para lo que es necesario un cambio de mentalidad. Como toda
boda se prepara, así el Adviento nos invita a preparar la nueva relación de Dios con
la humanidad, con el reconocimiento de nuestros pecados y el cambio de
orientación de nuestras conductas. Así como en Is 40,3 se apuntaba a la realidad
nueva de la vuelta del destierro, la predicación de Juan vislumbra la gran novedad
de la Nueva Alianza, que trae la liberación en la espera del universo nuevo en que
habite la justicia.
El evangelista Lucas subraya la importancia de la Palabra de Dios en la historia
humana como anuncio universal de salvación para todos los pueblos. En los
tiempos que corren es bueno avivar en nosotros la esperanza de que la palabra de
Dios que vino sobre Juan es la misma que viene sobre nosotros y nos interpela para
que, como creyentes en Dios y como todos los profetas, nos remitamos a la justicia
de Dios y de su Reino, haciendo frente a las innumerables fechorías que
contemplamos en nuestro entorno social, en el cual se siguen pisoteando y
desatendiendo los derechos humanos fundamentales, cuya declaración universal se
celebra en esta semana. Los desahucios son injustos e inhumanos. Los grandes
capitales del mundo son injustos e inhumanos. Los abismos de la desigualdad entre
los opulentos y los empobrecidos de la tierra son injustos e inhumanos. Sin
embargo, la esperanza mesiánica, activada por la celebración inminente de la
Navidad, nos infunde consuelo y alegría y nos capacita para ser siempre una
instancia crítica en el esfuerzo corresponsable y compartido por abrir senderos de
paz en la justicia. El que viene, Jesús, nos trae a todos la paz en la justicia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura