Domingo segundo de Adviento/C
Bar 5, 1-9; Sal 125,1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6; Fil 1, 4-6. 8-11; Lc 3, 1-6
Preparen el camino del Señor
En este segundo domingo de Adviento, en medio de la celebración resuena la voz
del que va delante, del ‘mensajero’. El ‘heraldo’ que grita en el desierto: ‘Preparen
el camino del Se￱or’. Su eco atraviesa la historia y se oye en medio de la asamblea,
como si ella se invitara a sí misma, como si actualizáramos la escena y el
personaje.
La figura de Juan el Bautista aparece en este domingo como la señal de la llegada
de la salvación de Dios. Preparar el camino del Señor significa entrar en comunión
con él. Es hacer que nuestra vida y que nuestro mundo se aproximen a lo que Jesús
espera y quiere de nosotros, “allanen sus senderos… que lo torcido se enderece, lo
escabroso se iguale” (evangelio). Juan llamaba a la conversi￳n, al arrepentimiento
de los pecados, con vistas a la llegada del Reino de Dios: “Conviértanse, que se
acerca el Reino de los cielos” (Mt 3,1). Esto quiere ser el adviento, un retorno a
Dios.
“Preparad el camino del Se￱or”, Esta invitaci￳n se encuentra en una antigua
profecía de Isaías, que San Lucas aplica al Bautista y a su misión: “Una voz grita en
el desierto: Preparen el camino del Se￱or, allanen sus senderos” (Evangelio). San
Juan Bautista es aquella voz que exhorta al pueblo de Israel a prepararse ante la
llegada inminente de aquel a quien Dios había prometido enviar para la salvación
de su pueblo.
La invitación a preparar el camino es un llamado a la conversión. Esta expresión
encuentra su correspondencia en la palabra griega metánoia. El Bautista, usando
como figura la costumbre de “allanar los caminos” al rey, invita a un cambio
interior, a disponer las mentes y los corazones para recibir adecuadamente al
Mesías que está pr￳ximo a llegar. Por “camino” se entiende metaf￳ricamente la
conducta del ser humano, sus opciones éticas. Los senderos que deben ser
allanados son los caminos de la propia vida moral. Como signo visible de un
compromiso al cambio de vida el Bautista ofrece “un bautismo de conversi￳n para
el perd￳n de los pecados”.
El eco de la predicación del Bautista llega hasta nosotros en este segundo Domingo
de Adviento. El Precursor, que recibió de Dios la misión de preparar al pueblo
elegido para la venida del Salvador prometido, nos renueva también hoy el llamado
a la conversión, a disponer los corazones para salir al encuentro del Señor que
viene.
Para acoger al Señor es necesario enderezar las sendas torcidas y allanar los
caminos. La buena obra de nuestra reconciliación, iniciada por Dios en cada uno de
nosotros, no debe detenerse ni descuidarse ningún día. Debe avanzar y progresar
hasta que alcancemos la plena madurez de Cristo, de tal modo que cada cual pueda
repetir con el Apóstol: «vivo yo, más no yo, sino que es Cristo quien vive en mí»
(Gál 2,20).
La necesaria preparaci￳n consiste en “abajar los montes y colinas”, es decir, quitar
todo obstáculo del camino que conduce a la santidad, despojarnos de todo lo que
retarda o impide la llegada del Señor a nuestros corazones. Por otro lado, consiste
asimismo en “rellenar los valles y abismos”, es decir, en revestirnos de las virtudes
que apresuran la llegada del Señor a nuestra casa.
¿De qué debemos despojarnos y de qué debemos revestirnos? Debo despojarme de
la impaciencia con que suelo tratar a algunas personas y revestirme de paciencia y
de un trato más afable; debo despojarme del egoísmo y apego a los bienes
materiales para revestirme de actitudes de generosidad y desprendimiento; debo
despojarme de la búsqueda desordenada de mi propia satisfacción sensual para
revestirme de actitudes que custodien la pureza y castidad; debo despojarme de la
insensibilidad frente a las necesidades del prójimo y revestirme de la solidaridad
concreta; debo despojarme de los chismes, de la difamación, de palabras
desedificantes o groseras para revestirme de un silencio reverente y de palabras
que busquen siempre la edificación del prójimo; debo despojarme de
resentimientos y rencores para revestirme de sentimientos de perdón y
misericordia con quien me ha ofendido.
Si de verdad quieres que el Señor venga a ti y permanezca en tu casa, limpia tu
corazón de todo aquello que es obstáculo para que Él venga y permanezca en ti,
revístete de Cristo mismo cada día, de su justicia, de su caridad, de su paciencia,
de todas las virtudes que ves brillar en Él.
Padre Félix Castro Morales