Ciclo C. II Domingo de Adviento
Mario Yépez, C.M.
Alegría esperanzadora
El libro de Baruc, lo hemos recibido en su versión griega y recoge el nombre del
conocido secretario de Jeremías en aquellos momentos previos al destierro
babilónico, aunque es probable que el escrito sea de tiempo muy posterior y de los
últimos escritos del Antiguo Testamento. El mensaje profético de restauración es
uno de los más impresionantes en esta pequeña obra. Si bien es cierto, puede tener
el trasfondo de un mensaje de esperanza en tiempos difíciles como la experiencia
del exilio, muestra una apertura escatológica muy elaborada, donde se acerca más
a un tiempo de expectativa mesiánica que lo vincula justamente con la expresión
tardía de este sentimiento en las comunidades judías, especialmente de la diáspora.
Resaltan los imperativos que configuran la seguridad de lo que está viniendo para
Israel y de lo que tiene que hacer Israel en su espera; en donde tampoco hay un
marco de singularidad sino más bien de apertura de este mensaje de salvación para
todos los pueblos. Dios está cambiando las realidades, pero espera que también
Israel se disponga a ello; hay que nivelar el camino, lo alto tiene que sea rebajado
y lo hundido tiene que ser elevado (resuena el mensaje de Juan el Bautista). Es un
canto de alegría que acompaña a una tarea de reconstrucción universal, donde
todos tienen su rol, Dios y el hombre. Esta la esperanza a la que estamos llamados
a vivir.
Pablo expresa todo su afecto a la comunidad de Filipos y lo manifiesta en la
expresividad de sus palabras en esta carta emotiva, exhortando a vivir acorde a la
dignidad a la cual han sido llamados los cristianos: la santidad. Pablo se reconoce
persuadido por Cristo e intenta persuadir también a los filipenses de lo que él ha
experimentado en su vida para que así alcancen esa felicidad verdadera. Esto habla
mucho del esmero y tesón misionero de Pablo y su afán de que todos sepan dar
testimonio firme de su esperanza en Cristo.
Para Lucas, es importante subrayar que Dios traza su plan de salvación en la
historia de la humanidad. Para ello, vinculó el nacimiento de Jesús con el acontecer
histórico de su tiempo y nuevamente lo hace, esta vez, en el inicio de la misión del
Salvador, para lo cual pone como la voz profética de este tiempo a Juan el Bautista,
a quien también preparó con el relato prodigioso de su nacimiento. Juan, como
antaño, recibe la palabra de Dios que le invita anunciar en el desierto un tiempo de
preparación para la acción salvadora de Dios. Retoma el lenguaje profético de la
expectativa mesiánica y ofrece a los contemporáneos de su tiempo un bautismo
para la remisión de los pecados. Juan es por tanto, uno de los personajes del
adviento, especialmente por esta disposición a la que nos invita.
También hoy, en el acontecer de la historia, en la sucesión de los poderes y
hegemonías de los hombres, surgen los signos que debemos contemplar pues se
experimenta una vez más la salvación de Dios. Hay muchos valles en nuestra vida
que necesitan ser levantados; hay muchas montañas elevadas que necesitan ser
abajadas; estamos en una “mundo” que lo hemos distorsionado con nuestras
desavenencias y estamos impidiendo que Dios llegue a nosotros por camino recto y
llano. Rectifiquemos pues desde la espera del adviento lo tortuoso de nuestra senda
y hagamos un paso libre de todo obstáculo para que el Señor haga realidad su
salvación. La nota característica de este domingo de adviento es la esperanza unida
a la alegría. No perdamos de vista esto, pues es lo que hace realidad la vivencia
cristiana de la esperanza. La alegría de aquel que siente que realmente la venida de
Cristo es una Buena Noticia y por ello, es preciso que nuestra alegría sea
contemplada por propios y extraños, como bien lo expresa el salmo en la alegría de
los desterrados que manifiestan su alegría ante la salvación de Dios y hasta
los gentiles se sienten superados por ello. Hagamos realidad ese sentimiento: “El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)