Encuentros con la Palabra
Domingo III de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 10-18)
Juan anunciaba las buenas noticias a la gente
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
La predicación es un arte que no es fácil adquirir y siempre habrá quejas porque es muy
extensa, o muy breve o porque en lugar de referirse a la Palabra de Dios nos detenemos en
asuntos de la política o de los problemas económicos… pero si el predicador hace referencia
a las Escrituras, es fácil escuchar también a otros que se quejan que lo único que hace el
predicador es repetir las lecturas sin hacer referencias a la realidad actual. Es muy difícil
tener contenta a la gente con nuestra predicación, pero también ha que reconocer que
muchas veces los que prestamos este servicio en la Iglesia, necesitamos preparar con
mayor cuidado lo que vamos a decir, de manera que las personas que nos escuchan se
sientan ‘edificados’ e invitados a cambiar su propia vida. En el oficio de lectura de la memoria
de San Vicente Ferrer, se ofrece un texto tomado de su Tratado sobre la vida espiritual , en el
que hay una serie de recomendaciones sobre la predicación que vale la pena recordar hoy:
“En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar,
bajando a los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que
cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado; pero de tal
manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino que lo haces llevado de
la caridad y espíritu paternal, como un padre que se compadece de sus hijos cuando los
ve en pecado o gravemente enfermos o que han caído en un hoyo, esforzándose por
sacarlos del peligro y acariciándoles como una madre. Hazlo alegrándote del bien que
obtendrán los pecadores y del cielo que les espera si se convierten. Este modo de hablar
suele ser de gran utilidad para el auditorio. Hablar en abstracto de las virtudes y los vicios
no produce impacto en los oyentes”.
El texto del evangelio que nos presenta la Escritura en el día de hoy nos cuenta cómo
predicaba San Juan Bautista, poniendo ejemplos muy claros y comprensibles para aquellos
que le preguntaban qué debían hacer: “El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene
ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene”. Y cuando le preguntaron
unos publicanos sobre lo que debían hacer, les dijo: “No cobren más de lo que deben
cobrar”. Más adelante se habla de unos soldados que también se acercaron para saber qué
debían hacer ellos, y Juan les dice: “No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni
acusándolo de algo que no haya hecho, y conformándose con su sueldo”. Todo esto, lo
decía Juan, teniendo claro que no se anunciaba a sí mismo, sino que su tarea era preparar
el encuentro de cada uno de sus oyentes con el Señor que venía a su encuentro de modo
personal.
Al acercarse la celebración de la Navidad, nos sentimos invitados a cambiar muchas cosas
en nuestra vida y la predicación debe señalar con ejemplos claros y sencillos las cosas que
podemos cambiar, invitando a las personas que buscan una respuesta a descubrir lo que
podemos y debemos hacer para que hoy vuelva ser Navidad en medio de nosotros y en
medio de nuestro pueblo. De acuerdo a la situación concreta de los oyentes que tenemos
delante, deberíamos hacer el esfuerzo por concretar los cambios que podrían hacer en sus
propias vidas y bajar a lo concreto, como lo recomiendo San Vicente Ferrer y como lo hace
el Bautista… Esto es anunciar “las buenas noticias a la gente”.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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