TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C.
Lc. 3, 10-18
En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces qué hacemos?" El
contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene;
y el que tenga comida, haga lo mismo."
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "¿Maestro,
qué hacemos nosotros?" El les contestó: "No exijáis mas de lo establecido."
Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?" El les contestó:
"No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la
paga."
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el
Mesías; él tomó la palabra y dejo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero
viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus
sandalias. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el
bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la
paja en una hoguera que no se apaga." Añadiendo otras muchas cosas,
exhortaba al pueblo y les anunciaba el Evangelio.
CUENTO: LA ALEGRÍA DEL COMPARTIR
Mister Liddel era el presidente de la gran empresa Maximus, dueña de
media docena de bancos y de siete grandes industrias internacionales.
Todo conseguido por sus hábiles maniobras y buen olfato para los
negocios.
Un día llegó algo tarde a la reunión de accionistas pero, en vez de
disculparse, puso a temblar a todos los funcionarios con su mirada fría y
distante. De pronto, al fondo del salón observó la presencia de un
limpiabotas. Era un viejo negro de aspecto humilde, con las manos sucias y
con la ropa harapienta. Mister Liddel no lo había visto jamás, pero tenía
unos minutos libres y podía permitirse el lujo de hacerse sacar un poco
más de brillo a su fabuloso par de zapatos de 600 euros que llevaba
puestos.
El viejo negro trabajó con gran habilidad. Al terminar, Mister Liddel fue a
darle un euro, pero se encontró con su mirada. Una mirada extraña,
profunda, con una luz bondadosa y divertida que le brillaba dentro. Al
levantarse del banquillo, los zapatos de Mister Liddel salieron disparados
como cohetes, llevándolo fuera del salón. Parecía que iba a un maratón,
eso sí, un maratón un poco extraño. Los zapatos lo llevaron delante de un
niño pobre sin piernas que pedía limosna en la calle, y no se movieron de
allí hasta que Mister Liddel vació todo el contenido de la cartera en las
manos del chaval aterrorizado. Luego, los zapatos llevaron a Mister Liddel
hacia suburbios llenos de pobres chabolas y de gente que sufría, y de cuya
existencia Mister Liddel nunca había oído. Los zapatos lo obligaron a ver
lágrimas, soledad, miseria, abandono.
Después de unas cuantas horas, Mister Liddel estaba muy cansado, pero se
sentía distinto. Por primera vez veía de verdad a la gente. Y para terminar,
al atardecer, los zapatos hicieron una cosa inesperada: llevaron a Míster
Liddel a una iglesia. Y es que no había vuelto a ella desde la primera
comunión. Y vio al fondo una lucecita roja que brillaba. De pronto se
acordó de la mirada profunda del limpiabotas negro y se sintió feliz como
nunca se había sentido, y de repente lo comprendió todo.
Luego, sus zapatos volvieron a ser normales. Entró de nuevo en el salón de
reuniones y preguntó: - ¿Habéis visto donde ha ido a parar aquel
limpiabotas negro?. – Por aquí no ha pasado ningún limpiabotas negro,
señor, - le contestaron.
Lo sospechaba. Además, ¿quién iba a creer que Dios era negro y que hacía
de limpiabotas en las calles de la ciudad?.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
De nuevo Juan Bautista a escena en este tercer domingo de Adviento,
bautizado con el domingo de la alegría. Pero se nos habla en la segunda
lectura, no de una alegría cualquiera, sino de la alegría que brota de la
confianza en Dios y del amor a los demás. La alegría que brota de la
serenidad de saberse amado por Dios, aun en nuestras debilidades y
pecados. Como la alegría que vivió y predicó Juan el Bautista, la alegría del
compartir, la alegría de la solidaridad. Qué maravilloso ejemplo de humildad
a la vez al reconocer que él no era el Mesías, que no merecía siquiera
desatarle las sandalias, cuando en la realidad es que a todos nos gusta
destacar, ponernos muchas veces en lo alto del candelero. Con lo conocido
y famoso que era el Bautista, fácil le era hacerse proclamar Mesías. Pero
por eso es un santo, como podemos serlo también nosotros, porque el
verdadero santo se sabe limitado, es sencillo, se siente pecador, y pone
todo el acento en la obra misericordiosa de Dios en él. Y de ahí no puede
brotar más que la alegría que da Dios, que da la tranquilidad de no tener
que ponerse máscaras, ni pugnar por honores, ni dejarse carcomer por las
rivalidades y envidias. Alegría sana de quien se sabe humano, con muchas
cualidades, quizá únicas, pero que también reconoce que el otro también
tiene otras y son tan importantes como las mías. Estamos faltos de alegría,
porque estamos hartos de vanidad, porque por todas partes se nos mete
que importante es el que destaca o el que tiene imagen. Y cuántos rostros
tristes se ven en gente famosa, con sonrisa fingida o de plástico, pero que
nos transmite nada de dentro. Porque la alegría brota de la coherencia . Y
qué coherencia la de Juan Bautista, qué valentía la de anunciar que el
verdadero Reino de Dios no se construye sobre el egoísmo ni sobre la
acumulación de bienes. Y qué actualidad su mensaje para nosotros los
cristianos y para esta sociedad nuestra que basa su felicidad en las cosas
materiales. Y qué reflejo tan realista de nuestro mundo actual, lleno de
tantas desigualdades e injusticias a causa precisamente de que unos pocos
acaparan lo que Dios creó para todos. Muy distinto sería el mundo si todos
hiciéramos el esfuerzo por tener quizá menos pero mejor repartido.
Encontraríamos la verdadera alegría, la alegría que encontró el empresario
del cuento al compartir su fortuna con los más desheredados.
Construyamos la verdadera alegría y seamos cristianos de alegría, de
sonrisa acogedora y sanadora, cristianos que demuestren que Cristo no es
un mito ni un invento de la Iglesia, que en verdad vive y viene en cada
instante a nuestras vidas. Sólo la alegría y el amor serán las credenciales
del verdadero cristiano, sólo el cristiano alegre y solidario convencerá y
conquistará corazones para Cristo. Como Juan el Bautista. Y como tantos
otros. Como tú y yo podemos serlo. ¿Lo intentamos esta semana?. Ánimo,
nos acompaña el Señor. ¡OS DESEO LA ALEGRÍA QUE BROTA DE UN MANO
SOLIDARIA Y DE UN CORAZÓN COMPASIVO!