IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 7, 21-27: ¿Con camiseta o con corazón de cristianos?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Me llamo Misael y provengo de una familia de pescadores. Aunque nunca nos faltó de comer, considero que éramos pobres, pues fuimos 12 hermanos, y aunque el asunto de la pesca daba para comer, no daba para nada más. Fui de los más grandes, y aunque muchas veces llegué a considerar la posibilidad de estudiar, otras tantas veces deseché la idea viendo las condiciones de la familia. De cuando en cuando sabíamos de un tío que era catedrático en una universidad del centro del país, pero nunca llegué a soñar la cercanía que tendría con él. Un día llegó a la casa, y viendo las precarias condiciones del hogar, le dijo a mi papá que él estaba en disposición de ayudar a uno de la familia. Mis papás se encerraron, y decidieron que yo era el más indicado para irme con el tío Damian, para poder estudiar una carrera. Sentí mucho dolor de dejar mi escuela, mis amigos, mis hermanos y sobre todo mi madre. Pero no podía desaprovechar la oportunidad de abrirme paso en la vida. Me despedí con lágrimas de todos mis hermanos y me lancé a la aventura a la que me llamaba la vida. Resultó que en casa de mi tío mis primos se sorprendieron al saber que yo viviría con ellos, pero me hicieron buena cara y pude lograr una bonita convivencia. Con el tiempo, me di cuenta que mi tío estaba armado de la más sincera voluntad para conmigo. Entré a estudiar, y me adentré también en las relaciones con mi nueva familia. En casa las cosas se llevaban con rectitud, cada quién sabía lo que tenía que hacer y todos colaboraban para bien de la casa. No había muchos rezos ni actos de culto vacíos, se leía un poco la Biblia en la comida de cada día, se pedía la bendición por la noche, y se asistía devotamente cada domingo a la Eucaristía.

Comprendí que mi tío no se contentaba con ser un rezandero, sino que uniendo su fe a su vida,  y viviendo en el amor, como lo señaló Cristo Jesús, me había abierto las puertas de su casa. Así fui entendiendo lo que un día se leyó en la mesa: “No todo el que me diga ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Y entendí que no es hacer cosas por hacer lo que nos hará entrar por los caminos de la paz interior sino andar  por los caminos que el Señor señala para nosotros: “Aquél día, (el día de la segunda venida de Cristo Jesús) muchos me dirán: ‘Señor, Señor’, ¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?  Entonces les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’. 

Yo me recibí, di las gracias a la familia que me había formado, y comencé a hacer mi propia vida. Damian, mi tío, el hombre bueno, tuvo que hacer un largo camino de enfermedad para dirigirse a la casa del Buen Padre Dios. Él, que había tenido una mente tan lúcida, un día quedó sin sentido, sin saber dónde se encontraba y sin reconocer a los que él tanto había querido en su corazón, pero así con dificultad y con alegría hasta que perdió el uso de razón, fue edificando su casa, su vida y su salvación, como Cristo lo describió magistralmente en una de sus parábolas:  “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia y bajaron las crecientes,  se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó porque estaba construida sobre roca”.  

Se necesita entonces, algo más que palabras y algo más que oír  el mensaje evangélico para entrar en la onda de Jesús, se necesita la vida, el compromiso, la ayuda, la fraternidad, la solidaridad, para hacer creíble el mensaje de Jesús, tal como lo requiere el mundo de hoy. Necesitamos oración, no faltaba más, necesitamos la súplica, para no pensar que los hombres lo podemos todo, pero necesitamos unir la súplica a la acción.  

Por eso me ha parecido muy interesante lo que decía Martín Luther King hace muchos años: “Estoy convencido de que necesitamos rezar para obtener ayuda y guía de Dios… pero nos equivocamos totalmente si creemos que ganaremos esta lucha (por la integración) solamente con oraciones. Dios que nos ha dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su propio propósito si nos permitiese  obtener por medio de la  plegaria lo que podemos ganar con el trabajo y la inteligencia. La plegaria es un suplemento maravilloso y necesario para nuestros débiles esfuerzos, pero es un sustituto peligroso. Cuando Moisés se esforzaba por guiar a los israelitas hacia la Tierra prometida, Dios le dijo claramente que no haría por ellos nada de lo que pudiesen hacer solos: “Y dijo Dios a Moisés: ¿A qué esos gritos?  Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha” (Ex 14, 15)”. 

Hoy, mis queridos lectores, estamos en una buena condición de volver a escuchar Cristo Jesús para convertirnos en oyentes de su Palabra, pero tenemos también la ocasión inmejorable de convertirnos en seguidores suyos, llevando paz, justicia y amor a este mundo nuestro tan necesitado de ese testimonio de los cristianos.  

Nuestros obispos reunidos en Aparecida, Brasil, presentan este mismo reto expresándose de esta manera: “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición  de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados.  

Nuestra mayor amenaza es el  gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero  en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,  con ello, una orientación decisiva” 

Hoy vivamos como dirigido a nosotros el exhorto de Moisés a su pueblo en medio del desierto: “Pongan en su corazón y en sus almas estas palabras mías, átenlas en su mano como una señal, llévenlas como un signo en la frente. Miren , He aquí   que yo pongo hoy delante de ustedes la bendición y la maldición”. La bendición si cumplimos la bendición del Señor y la maldición si somos capaces de apartarnos de los mandatos y del amor del Señor.