XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 9, 36--10:8: Semejante a una madre, Jesús tiene compasión de todos los suyos

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Parece que no fue una vez, sino muchas veces las que contempló Mateo a Cristo

que se compadecía de las multitudes, porque estaban extenuadas y desamparadas como ovejas sin pastor. Pero el verbo que  usa, compadecer, no  significa un sentimiento vago y sin sentido, sino comparable al dolor que una madre siente al dar a luz a su hijo, dolor que pasa ciertamente, pero que acompaña de alguna forma a la madre por toda su existencia, y que le hace cercana siempre a su hijo.  

Y de tal manera se compadecía Cristo de las multitudes, que dio pasos seguros para convertirse él mismo en Pastor de las ovejas, al mismo tiempo que llamaba a otros para ayudarle y sacar a los hombres a flote, una vez rescatados a precio de su propia vida.  

El primer paso de Cristo fue invitar a los suyos a recurrir al Buen Padre Dios, de quien procede todo don para pedir trabajadores para recoger la cosecha de la salvación que es abundante y requiere de muchos brazos. No se puede pensar que los hombres lo podemos todo y menos en orden a nuestra Salvación: “La cosecha es mucha y los obreros son poco. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies, que envíe trabajadores a sus campos”. El Padre que todo lo puede y de quién depende nuestra salvación, es el que puede mover los corazones para que los que ya estamos trabajando en los campos del Señor, en los campos del apostolado, podamos laborar a tiempo completo y llamar a otros a jalar las redes para atraerlos a todos, de manera que quienes ya se han encontrado con Cristo en el bautismo, puedan verlo como el mejor encuentro que pudieran tener en la vida, y comenzar a mostrarlo a otros, no como una carga, sino como un gran privilegio.

Pero en seguida, como un segundo paso concreto para estar cerca de las gentes, Cristo llamó a doce hombres, ciertamente los que él quiso, para que estuvieran con él, para instruirlos y para enviarlos a trabajar como ovejas en medio de lobos, pero dándoles poderes para hacer creíble su mensaje: “Curen a los leprosos y demás enfermos, resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios”, dándoles el mandato de ir y proclamar “por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.  

Cristo sigue hoy compadeciéndose de las gentes, y es su mensaje lo que nuestro mundo necesita, y lo único que la Iglesia puede darle a las gentes. Me ha parecido oportuno, sencillamente dejar correr, como el mejor comentario, una palabra que el Papa actual, al que no hemos sabido escuchar, dirigía a los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, en Mayo del año pasado, en su discurso de inauguración de la V Asamblea Episcopal de toda América.  

Es una súplica a Cristo, de su Vicario en la tierra, a imitación de los discípulos de Emaús que el mismo día de la Resurrección, habiéndose encontrado con él, que les instruía en los misterios de su muerte y resurrección, se atrevieron a pedirle:  “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24, 29).

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y Tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y Tú los haces arder con la certeza de la pascua.  

Estamos cansados del camino, pero Tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad Tú has resucitado y que nos has dado la misión de  ser testigos de tu resurrección. 

Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: Tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en Ti. 

Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas, sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y su naturaleza.  

Tú que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción hasta su término natural. 

Quédate, Señor, con aquellos que en nuestras sociedades son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad.  

Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro continente, protégelos de tantas insidias que atentan contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas. 

¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros enfermos!

!Fortalece a todos en su fe para que sean tus discípulos y misioneros!” 

Yo solo agregaría, si Cristo fue capaz de compadecerse de nosotros,”los he levantado a ustedes sobre alas de águila y los he traído a mí” como decía Moisés de parte del Señor,¿Porqué no comenzar también nosotros a compadecernos de los que nos rodean, atendiendo al llamado de Cristo que supo decirle a sus discípulos ante las multitudes hambrientas: “Denles ustedes de comer”?